En la elección de este año no sólo se enfrenta la “izquierda” contra la “derecha”. Desde luego sí hay confrontación entre neoliberalismo frente al estatismo nacionalista-revolucionario previo, pero también es una contienda entre dos filosofías políticas de larga data (al menos desde los griegos), que podríamos genéricamente denominar idealismo (Platón, Rousseau, Marx) versus realismo (Maquiavelo, Voltaire, Madison). Platón partía de que era posible que los gobernantes (el Rey filósofo) fueran personas íntegras, honestos a cabalidad, entregados a su pueblo con un genuino altruismo social y con gran sabiduría política para tomar las mejores decisiones a favor de su nación. Ante lo cual, convenía darle todo el poder (autocracia), pues no haría mal uso de él, ni abusaría en beneficio particular, sino que lo utilizaría para impulsar el bienestar de su nación toda, o al menos de la gran mayoría. ¿Para qué limitarlo?

A esa visión idealista se le contrapone históricamente el realismo, que viene también desde los griegos, pero que fue muy bien sistematizado por Maquiavelo; para el florentino, la gran mayoría de los hombres es egoísta, lo que implica que tenderá a utilizar todo poder del que disponga en beneficio particular, así afecte el legítimo interés de otros. Además es falible y puede cometer graves errores en sus decisiones de política pública. Cuando el típico humano llega al poder, la probabilidad de que abuse de él es enorme, y también puede aplicar políticas que pueden ser bien intencionadas, pero cuya errónea ejecución podría ser contraproducente si no se conocen con claridad las relaciones causales en cada tema.

Ante lo cual, Maquiavelo recomienda no darle todo el poder a nadie, sino sólo el suficiente para operar, pero destinando el resto a instituciones distintas (división de poder) que lo puedan contener, frenar, complementar y eventualmente llamarlo a cuentas si acaso abusa de ese poder o lo usa irresponsablemente. Esa es la esencia de la democracia. Decía el propio florentino que darle todo el poder a un gobernante implicaba enormes riesgos, así pareciera un hombre íntegro, altruista y lúcido. En primer lugar, podría ser esa una imagen ilusoria, y una vez en el poder afloraría la verdadera personalidad, no tan impoluta ni tan brillante. O bien, el personaje en cuestión podría haber mostrado efectivamente un mínimo de racionalidad y suficiente honestidad, pero una vez en el poder, sobre todo absoluto, podría fácilmente ensoberbecerse (megalomanía) o incluso enloquecer (sicopatía). En cuyo caso, podría provocar grandes catástrofes y abusos desde ese poder absoluto sin freno.

AMLO se ha presentado a sí mismo como gobernante virtuoso moralmente y además conocedor al dedillo los temas de política pública y las necesidades del pueblo, de modo que no necesita ser asesorado por expertos de afuera ni de adentro de su gobierno. Millones le han creído. Los que no, desde una óptica realista, vemos a un hombre con tantos defectos intelectuales y morales como los de cualquier mortal, por lo tanto con riesgo de abusar del poder y cometer graves errores al diseñar las políticas públicas. Evidentemente, para quien ve al presidente como un filósofo platónico lo que conviene es confirmar o incrementar su poder, para que lo aplique en beneficio de todos. Hablan incluso de una “hegemonía democrática”; una especie de “autoritarismo bondadoso”. Para quienes lo vemos como un hombre normal, pero crecientemente ensoberbecido (y “mareado”, como dice Muñoz Ledo) por el enorme poder del que goza, lo adecuado sería limitar su poder en gobiernos y congresos estatales, y desde luego en el Congreso federal. En esta elección se confrontan pues dos visiones filosóficas, el idealismo y el realismo (Platón vs Maquiavelo), que se traducen respectivamente en concentración o división del poder, según el caso.

Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1

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