Reflexionar sobre el año que ha concluido y tratar de otear el horizonte para divisar lo que nos puede deparar el año que arranca no es tarea sencilla. Cada uno de nosotros tiene su lista particular y privilegiada de oportunidades o retos que confrontar, tanto en lo personal como con respecto a temas que nos afectan como individuos, sociedades y naciones.

El 2019 ciertamente cerró como un año turbulento más de una década agitada y perturbadora que concluirá en 11 meses. Y de cara al 2020 hay cuatro efemérides este año que encierran una oportunidad para detonar una reflexión profunda en México en materia de política exterior.

Primero, con el centenario de la prohibición al consumo del alcohol en EU, es menester que las lecciones de esa política fallida se procesen‬. Pocas políticas públicas han fracasado de manera tan rotunda como la prohibición contra las drogas ilícitas, particularmente la cannabis. Seguir aplicando el paradigma prevaleciente que presupone que reducir oferta disminuirá consumo, equivale a la definición de la locura: es hacer lo mismo una vez tras otra y pensar que los resultados serán distintos. De entrada, los países y la propia ONU tendrían que descartarlo y transitar hacia paradigmas de reducción de daño. Y México debiera declarar pública y oficialmente que dejará de invertir su cuota ‘churchilliana’ de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor en erradicar y asegurar cannabis, y que canalizará esfuerzos y recursos a mitigar daño y combatir las sustancias más perniciosas y a los grupos más violentos. Segundo, con el 75 aniversario de la creación de la ONU, hay que seguir insistiendo en la importancia que tiene la política exterior para México. Para una nación cuya diplomacia privilegió desde la creación de ese organismo a la política multilateral, el argumento default de que “la mejor política exterior es la política interna” debe dejar de ser premisa de política pública y quedarse en el cajón de los enunciados de campaña electoral. Es más, el aniversario debería aprovecharse para dejar de pauperizar la huella y perfil internacionales de México, así como para desmomificar y desmitificar principios de política exterior a la luz de retos y oportunidades que hoy abre el siglo 21 para nuestro país. La nostalgia por un supuesto y mítico pasado de oro, que también incluye a la diplomacia, nos impide reflexionar sobre futuros posibles. Al mirar al 2020 hay que recordar que no hay reloj que dé vueltas hacia atrás. Con este aniversario fundacional en la que México ha jugado un papel importante en el pasado, hay que recordar que para un país como el nuestro que no es una potencia global, hay dos opciones: o nos sentamos a la mesa o estaremos en el menú. Por ello celebro la decisión de que México vuelva a presentar su candidatura al Consejo de Seguridad de la ONU, amén de que para ello tendremos que prescindir de dogmas y muletillas de política exterior tan en boga en estos días. Y tercero, en 2020 observaremos dos momentos seminales —e interconectados— del siglo 20: el 75 aniversario del uso de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki y el 50 aniversario de la entrada en vigor del Tratado de No Proliferación Nuclear, del que México fue pieza clave. No solo debieran ser ambas coyunturas un acicate para repensar prioridades de la gestión de gobierno, sino también para redoblar esfuerzos y liderazgo diplomáticos en momentos en que EU y Rusia están erosionando y resquebrajando el andamiaje internacional en materia de desarme, tanto de misiles intermedios (Tratado INF) como intercontinentales (Tratado START).

Con el arranque del año, no debemos confundir movimiento con acción ni perder de vista que las brújulas sólo sirven si se sabe a dónde se quiere ir. México bien puede establecer, en torno a estas efemérides y otros temas de política exterior, una hoja de ruta para 2020 que abone a nuestros intereses nacionales y a nuestro peso internacional. Es cosa de no desperdiciar esas oportunidades.

Consultor internacional

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