Los procesos electorales se encuentran a la vuelta de la equina. El año 2020 va a ser el año en el que las piezas se van a acomodar en el tablero político, tanto a nivel federal, como a nivel local y municipal. El año 2020 va a ser el año en el que todos van a levantar la mano, pero pocos, muy pocos, lo harán movidos por un sentido de Estado, por una idea clara de gobernar o legislar.

Hoy más que nunca, toca a la ciudadanía participar activamente, para que en la boleta aparezcan los candidatos dispuestos a tomas decisiones, a resolver problemáticas, candidatos dispuestos a servir –en toda la extensión de la palabra– a México.

La democracia es más, mucho más, que un voto. La democracia es –o debería ser– la esencia de un país y de sus instituciones. Por ello, para que exista una verdadera democracia en México, es indispensable que la ciudadanía se involucre desde un inicio en los procesos electorales. Con fuerza, los ciudadanos deben hacerse oír por los partidos políticos: o nos toman en cuenta a la hora de escoger a sus candidatos o no contarán con nuestro voto en las urnas.

En México estamos acostumbrados a que los partidos políticos, de forma interna y arbitraria, escojan a sus candidatos para contender a puestos de elección popular. En estas elecciones –o mejor dicho, “dedazos”– priman los acuerdos políticos, las corrientes partidistas, los amiguismos y, no pocas veces, la corrupción. Estos mecanismos en muy pocas ocasiones toman en cuentan la capacidad de servicio y la excelencia de los candidatos, y nunca toman en cuenta la voz de los ciudadanos.

El resultado: en la boleta aparecen perfiles inadecuados, que cumplen con las cuotas de poder del partido pero no con las exigencias del puesto público que se busca ganar por la vía del voto. Ante esto, a los ciudadanos no les queda nada más que elegir “al menos malo”. En una democracia, esto es un rotundo fracaso.

Los ciudadanos, bajo ningún motivo, se deberían ver orillados a votar por el menos malo. Al contrario, la labor fundamental de los partidos políticos –y podría decirse que su única labor– es, justamente, filtrar los perfiles para que en la boleta aparezca el nombre de la persona –hombre o mujer– más apta, más honesta, más íntegra y más inteligente. Y para ello, los partidos políticos deben escuchar en todo momento a los ciudadanos y permitir que participen desde un principio en los procesos de selección de candidatos.

Es una realidad: los partidos políticos viven muy alejados de los ciudadanos. Esto es especialmente triste en mi partido, Acción Nacional, que nació como un partido ciudadano y democrático. Y la solución que ha dado mi partido es aún más triste: escoger “ciudadanos” como candidatos para lavarse la cara. Una estrategia que ni resuelve el problema de fondo ni engaña a nadie. En esto el presidente tiene toda la razón: el pueblo no es tonto.

La solución no es politizar ciudadanos, sino ciudadanizar la política. La solución no es ponerse una máscara, sino quitarse la máscara y caminar, de verdad, con los ciudadanos. Y esto debe empezar desde lo más básico: la selección de los candidatos. Antes en el PAN los ciudadanos, fueran o no afiliados, contaban a la hora de elegir a los candidatos. Antes el PAN y la ciudadanía estaban muy cerca. Las preocupaciones de los ciudadanos eran las del PAN, los miedos de los ciudadanos eran los del PAN, los anhelos de los ciudadanos eran los del PAN.

Si el PAN quiere volver a ser la oposición inteligente y libre que alguna vez fue –que fue mucho antes de llegar al poder–, debe regresar a sus orígenes. Debe olvidarse de sus mezquindades, de sus luchas intestinas y de su ciega ambición. Debe acercarse una vez más a los ciudadanos. Estrecharles la mano y hacerles saber que sin ellos no son nada y que por ellos es la lucha. 2020 comienza y la oposición está perdida. El norte únicamente puede venir de la serena cordura que da el perseguir un ideal claro: la humilde lucha por la democracia.

Diputado federal por Querétaro

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