De intenso trabajo para las autoridades electorales que deben cuidar el cumplimiento de las reglas de cada fase de las campañas y de la jornada electoral, una vez que los partidos políticos terminaron sus procesos internos de selección de candidatos, se ha abierto, por primera ocasión, el llamado periodo de intercampaña, en el que la sociedad política duda qué puede hacer y, desconcertada, la sociedad civil descubre un descanso parcial del bombardeo propagandístico de los candidatos.

Es un periodo que también puede ser propicio para que políticos y ciudadanos volteemos a vernos y para que los primeros hagamos un esfuerzo por entender a los segundos, que pretendemos representar y servir.

La sociedad mexicana es un grupo social que, si bien tiene muy añejas raíces, ha vivido, en décadas muy recientes, una acelerada, definitiva e inacabada transformación culturaltan evidente, tan “a flor de piel”, que por momentos parece pasar inadvertida para los análisis sociales y para los discursos políticos.

Sin renegar de él, el mexicano contemporáneo ya no es el mismo de los últimos años del siglo pasado.

El resentimiento, la soledad y la pasividad como consecuencia de un pasado glorioso violado, el aislamiento como una forma de evasión de los problemas y la risa como mascarada para ocultarlos, además de la pasividad como forma de defensa, no existen más. O al menos no explican ya a la sociedad mexicana actual; no a la inmensa mayoría que sí participa políticamente.

Pareciera que algunos políticos no se han percatado de que ahora los mexicanos han decidido asumir la responsabilidad de su propio bienestar y el de sus familias, y que están resolviendo sus asuntos, sin detenerse a preguntar si cuentan con el gobierno, al cual le exigen, pero no se detienen a esperarlo. Esto cambia profundamente la manera en la que los electores ven a sus representantes populares, pues saben que el destino personal ya no depende exclusivamente del gobierno.

El mexicano del siglo XXI no espera demasiado de aquél, aunquecada día le exige más. Asume su responsabilidad, aprecia y pondera a quienes tienen el valor de hacer lo propio; se asocia con quien pueda contribuir a mejorar el estado de cosas. Sin perder la alegría, ahora expresa con franqueza lo que le aqueja y valora una respuesta que no sólo sea empática, sino genuina.

México ha perdido el miedo. Ha asumido la responsabilidad de mejorar. Una nación así no busca quién la dirija, sino quien pueda seguir el acelerado ritmo de trabajo y crecimiento. Por eso podemos afirmar que la elección 2018 será la de la sociedad mexicana madura, la que tiene en José Antonio Meade la mejor opción.

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