Con el arranque de un nuevo año y un sistema internacional por decir lo menos, fluido y volátil (el secretario general de la ONU, António Guterres, cerró 2017 emitiendo un llamado de “alerta roja” cara a 2018), retomo en este espacio el hilo de las megatendencias que caracterizan al siglo XXI. Sin duda, una de las más fascinantes y complejas es el papel del Estado-nación —hasta hace tan sólo 100 años un protagonista aun relativamente nuevo de la historia— como actor central de las relaciones internacionales.

Con el deshielo bipolar, varios analistas predijeron que la expansión de instituciones globales y economías regionales “eliminaría” la necesidad del Estado-nación. Evidentemente ello no ocurrió, pero la merma de su poder e influencia sí caminó de la mano con la vertiginosa integración de dinero, ideas y cultura a raíz de la posguerra fría, erosionando su autoridad y autonomía. Las consecuencias de esa hiperglobalización se intensificaron después de la crisis financiera global de 2008, provocando movimientos políticos disruptivos tanto de izquierda como de derecha. Muchos, especialmente aquellos ciudadanos interconectados digitalmente, están menos comprometidos con la idea de un Estado-nación que generaciones anteriores. Buscan identidades comunes alternativas, animados ya sea por cultura, fe, etnia, idioma, clase social u orientación sexual. Potenciadas por redes sociales, las fisuras que han generado las políticas de identidad están ejerciendo nueva presión sobre el Estado. La combinación de la disrupción digital vía redes sociales y el empoderamiento del individuo —la creación del homo digitalis— está en el corazón de una de las tensiones seminales de este siglo, entre Estado y ciudadano. Los Estados-nación —generalmente con sistemas burocráticos torpes, de reflejos lentos, adversos a tomar riesgos y faltos de credibilidad social— han tardado en adaptarse a los retos que ello conlleva, tanto en lo interno como externo.

Y todo ello ocurre en momentos en que Estados Unidos, tripulado por la abismal visión de Donald Trump, mina instituciones internacionales y organismos multilaterales que habían fomentado cooperación y propiciado algún nivel de estabilidad, lo que Nouriel Roubini llama hoy un mundo “G-cero”. Hay sin duda un nuevo orden mundial en gestación, con vacíos globales, potencias tradicionales a la deriva y potencias retadoras buscando ocupar o capitalizar esos vacíos. Vamos a enfrentar un periodo de 5 a 10 años en los cuales atestiguaremos una ausencia profunda de liderazgo global, de paso abonando a la erosión de la legitimidad de muchos Estados-nación. Por ello es hora de que las ciudades tomen la iniciativa. Son las ciudades —y nuevas ciudades-Estado como Londres o Los Angeles— y no el Estado-nación las que pueden determinar nuestro futuro. La globalización, que llegó a ser una fuerza unificadora, está desencadenando una localización cada vez mayor. El poder está cambiando en el mundo: de arriba a abajo, desde el Estado y gobiernos nacionales hacia ciudades y comunidades; horizontalmente, del sector público a redes de actores sociales y privados; y globalmente a lo largo de circuitos de capital, comercio, innovación y emprendimiento entre metrópolis. Las ciudades están atacando —y en muchos casos resolviendo— los retos de la competitividad económica, movilidad laboral, inclusión social y oportunidad; el desafío de la diversidad; o del imperativo de la sostenibilidad ambiental. Hoy las ciudades están cooperando internacionalmente y resolviendo localmente.

El Estado-nación no puede reducirse a fronteras rígidas o a invocar la historia. La nación es una especie de referéndum diario, una expresión diaria de consentimiento. Y cuando no hay ni condiciones o disposición para emitir consentimiento, el proyecto nacional se cuestiona. Hoy la ciudad es la mejor oportunidad para darle legitimidad a la política y a políticas públicas, sean internas o internacionales. Por ello, la próxima elección para jefe de Gobierno de la Ciudad de México es de suma relevancia, tanto para el proyecto nacional como para la inserción global de México. En momentos en que la diplomacia ha dejado de ser monopolio del Estado-nación, la elección que hagamos en julio del proyecto y visión de ciudad que queremos repercutirá no sólo en lo local; conlleva importantes implicaciones para la interacción de nuestro país con el mundo.

Consultor internacional

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