Hace unos días se presentaron dos anuncios muy significativos para la economía mexicana y para los analistas. Por un lado, el Inegi dio a conocer las nuevas estimaciones del Producto Interno Bruto en términos reales, producto del cambio en el año base de 2003 a 2008 y de los ponderadores del índice de precios implícitos en que se mide el Sistema de Cuentas Nacionales. Con ello, se anunció que en el primer semestre de 2013 crecimos apenas 1 % en términos reales con respecto al mismo periodo de 2012. Por trimestres, los primeros dos registran un crecimiento anualizado de 0.8 y 1.5%, muy alejados de los pronósticos de se manejaron en su momento.

El segundo anuncio provino de la Secretaría de Hacienda, sobre un segundo recorte a sus expectativas de crecimiento para 2013, luego de que en los Criterios Generales de Política Económica estableciera un crecimiento de 3.5 %. En mayo, lo recortó a 3.1 y esta semana a 1.8%. Esta reducción en el crecimiento, tiene que ver si en efecto con los ajustes en las mediciones, pero también son reflejo de un proceso de aletargamiento de las actividades económicas; por ejemplo, la industria retrocedió 1.7 y 0.6% en los primeros trimestres del año, caídas que no se habían presentado desde 2009 con la crisis mundial, o el caso de la construcción que mostró decrementos de 3.1 y 4.0%.

Ahora bien, al analizar el comportamiento de la economía global también encontramos indicios que permiten explicar los ajustes. Por un lado, la economía de Estados Unidos no termina de despegar. El Fondo Monetario Internacional estima que el PIB del vecino del norte crecerá 1.85 % este año, un retroceso en comparación al año pasado cuando creció 2.21 %, como resultado, su volumen comercial de bienes y servicios crecerá 2.3%, cuando el año pasado fue de 2.43%.

Las últimas cifras en cuanto a empleo a pesar de ser positivas distan de estar en situación óptima. Las proyecciones indican que la tasa desempleo en Estados Unidos cerrará el año en 7.74 %, una mejoría marginal en relación a 2008 cuando cerró en 8.07%. Sin embargo, estas cifras aún están lejos de los niveles previo a la crisis, en 2008 la tasa fue de 5.8%, niveles que el FMI estima se volverán a ver hasta 2018.

Este lento camino a la recuperación puede agravarse con las señales que la Reserva Federal (Fed) ha enviado en las últimas semanas. Los mercados están expectantes ante el llamado “septaper” (juego de palabras entre septiembre y taper, disminución gradual), que consiste en el cese en la compra de bonos hipotecarios por la Fed y que es una herramienta para inyectar dinero a la economía, 85 mil mdd al mes. Esta tortuosa recuperación económica, aunada a señales inciertas que envían sus líderes, es un factor coyuntural para nuestra economía; se ha tratado de una debilidad duradera y ahora persistente.

Otro factor coyuntural para la economía mexicana es el caso de la euro-zona. Varias economías europeas ya están en recesión; el desempleo ha aumentado hasta llegar a una tasa sin precedentes de casi 12%, existiendo casos críticos como Grecia donde llega a 26%. El crecimiento para la euro-zona será moderado este año, toda vez que al segundo trimestre presentó una tasa del 0.7%. Sin embargo, para el caso europeo, conviene estar al pendiente de las elecciones en Alemania en octubre; la salida de Angela Merkel o una baja considerable del apoyo a su gobierno podría traducirse en un clima de incertidumbre.

Al interior de nuestro país, las condiciones no son favorables, tanto la inversión pública como la privada no han alcanzado los niveles necesarios. La ausencia de incentivos correctos por la indefinición de una política industrial de competitividad, no ha inducido a la creación de más producción, y la inversión extranjera se concentra en reinversiones o lo que es menos provechoso, la compra de empresas ya establecidas. Por otro, la decisión poco entendible de las autoridades hacendarias de retener el gasto público, impide que las empresas proveedoras y ligadas a este gasto, sobre todo pymes, tengan los recursos suficientes para la reinversión.

Estamos pues entre la espada y la pared, entre los obsesionados por un déficit cero y los obsesionados por una inflación de 3 %. Entre los que optan por no ejercer el presupuesto como se espera y entre los que restringen las tasas y por ende no dejan que fluya el crédito y los recursos productivos. El resultado de este choque de egos, hace que nos encontremos en la antesala de una suerte de estanflación, lo cual es peligroso.

Lejos de lo que creen las autoridades, es el momento de aplicar auténticas medidas anticíclicas. Un mayor gasto público, más allá de esperar a que el presupuesto se ejerza a cabalidad en el segundo semestre; eso era lo que se esperaba, lo no previsto fue que el gobierno lo guardará. Asimismo una política monetaria que impulse el crecimiento, permita el crédito asequible fluya, sobre todo a las pymes. En el mediano plazo, la tarea es hacia la inversión productiva privada y hacia incentivos correctos para atraer una auténtica inversión extranjera, y no la compra de empresas ya establecidas. Por supuesto, se habla de las reformas estructurales, pero no nos obsesionemos, no son objetivos ni metas, son medios que nos allanan el camino, concretarlas es sólo un paso, lo que se requiere es una política económica de crecimiento y competitividad.

Necesitamos establecer un verdadero pacto por el desarrollo, alejado de mezquindades políticas, cuyo objetivo único sea crecer con estabilidad, crecer a ritmos suficientes para reducir el desempleo y la informalidad, y generar las condiciones para lograr la estabilidad interna y externa. Sólo así lograremos avanzar hacia el futuro que todos deseamos, la grandeza de México.

* Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

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