Joan Fontcuberta, quien se autodefine como “oftalmólogo de la fotografía” —por analizar las formas en que el ojo mira al mundo—, comparte su visión de “la fotografía detrás de la fotografía”, y la idea de que “existe un tipo de imágenes agazapadas detrás de lo que ha sido la práctica fotográfica convencional”.

Artista, investigador, ensayista y docente, el además ganador del Premio Internacional de Fotografía Hasselblad 2013 —para muchos el Nobel en esta materia—, cuenta con una trayectoria de más de 45 años que ha sido reconocida y multipremiada. Incluso, el pasado 28 de febrero, la colección BEEP de Arte Electrónico le concedió el premio 2020 en la feria ARCOmadrid por la obra “Prosopagnosia”, realizada junto con Pilar Rosado y expuesta en la Galería Angels Barcelona.

Acepta retomar cuestionamientos que han guiado su obra y explica: “cuando hablo de la postfotografía me refiero a cómo una tecnología o procedimiento cuya genealogía sigue siendo fundamentalmente fotográfica ocupa otros espacios culturales, y hace que la verdad y la memoria se compartan con otros valores como pueden ser la comunicación, la conectividad, el juego, lo lúdico, etcétera”.

¿Cuáles son las principales diferencias fotográficas y éticas de la imagen periodística?

“La fotografía periodística parte de un mito que es el de la supuesta neutralidad, de la supuesta objetividad. Yo digo que la fotografía siempre es una construcción; en todo caso, lo que debemos medir es el grado de honestidad que otorgamos al autor, al fotógrafo, es decir al ser humano que mira a través de la cámara. El utensilio, el aparato fotográfico es una herramienta que viene condicionada, pero que va a depender siempre del uso que hagamos; por lo tanto, no podemos pasar la responsabilidad de la objetividad a esa herramienta. Esa objetividad, en todo caso, depende de nosotros. Y, como nosotros, es imposible que seamos objetivos, debemos hablar de diferentes grados de subjetividad…”

La verdad no puede venir dada por la cámara…

¿Cómo es “El beso de Judas” entre fotografía y verdad?

“El símil, la metáfora del beso de Judas, es la idea de la traición… Judas traiciona a Cristo dándole un beso y denunciándolo a los soldados que vienen a aprenderlo para crucificarle. Detrás de un gesto de afecto se esconde una violencia, se esconde una traición. En la fotografía ocurre algo parecido: la fotografía nos besa —como Judas— prometiéndonos una verdad, pero en realidad se trata de un imposible; se trata de una promesa inalcanzable, la verdad no puede venir dada por la cámara. Por lo tanto, en el fondo, nos sentimos también traicionados”.

Para Fontcuberta, “la verdad es una construcción y ahí estamos en un debate filosófico, es decir, ¿existe una verdad más allá de nuestra experiencia o nosotros construimos la verdad a través de nuestra propia percepción, de nuestros sentidos, de nuestros puntos de vista, emociones, intereses, culturas, estados de ánimo...?”

Este fotógrafo polifacético busca esclarecer las interrogantes exponiendo que, aunque existen diferentes escuelas filosóficas que abordan este debate, “la imagen por definición es lenguaje y el lenguaje es distinto de la realidad”. Por ello, agrega: “El padre de los filósofos de la sospecha, Nietzsche, hablaba de una mentira en sentido extra moral, es decir, el lenguaje, la palabra no es la realidad misma, por lo tanto, en cierta medida, entre comillas: miente. Lo que pasa es que miente sin una voluntad de engaño, por lo tanto éticamente, moralmente, no podemos recriminar eso. Pero, no deja de ser una mentira”.

Por lo tanto, “todo acto de lenguaje es una acto de suplantación de la realidad por unos signos y en ese sentido entramos en una ficción que nos sirve para entendernos, para comunicarnos y para alcanzar un cierto conocimiento”.

Siguiendo su línea crítica, en uno de sus textos sostiene que “toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera”, por lo que —interpelado al respecto—, responde que “la fotografía, con base otra vez a su herencia, pretende ser el reflejo de la realidad, pretende ser un espejo con memoria, una transcripción literal de aquello que vemos, pero esas son pretensiones a las que hemos dado una cierta confianza o ha habido como una certeza ganada a través de una cierta historia, pero cuando uno desarma ontológicamente la naturaleza de lo fotográfico se da cuenta de que no hay nada en ella que garantice esa verdad; por lo tanto, volvemos otra vez a que toda fotografía, en tanto que obra de construcción —que obra humana—, es necesariamente interpretativa y subjetiva”.

La postfotografía nace con otros valores

Amable y sencillo en todo momento, a pesar de las presiones de tiempo que impone una agenda más que apretada, el autor de un buen número de libros y ensayos sobre diversos ángulos del pensamiento visual, aborda las diferencias entre lo que conocemos como fotografía y la llamada postfotografía.

“La fotografía —argumenta— corresponde a un estadio de cierta cultura visual que tiene sus pilares en esos valores del siglo XIX: el positivismo, el empirismo, la idea del archivo, la idea de enciclopedizar el conocimiento, la idea de la verdad, la memoria, la identidad… En cambio, la postfotografía nace ya con otro repertorio de valores. Entonces, cómo una misma manera de representar visualmente el mundo —a pesar de utilizar unas técnicas relativamente parecidas: una cámara, la función de la luz…— se acomoda a unas respuestas, funcionalmente, desde unas perspectivas social y antropológica distintas…”

Ante la pregunta sobre las nuevas transformaciones fotográficas, manifiesta que “podría ser el que las imágenes ya sean directamente producto del pensamiento”. Es decir, “que la actividad cerebral sea capaz de crear imágenes trasmisibles, por lo tanto ya no harán falta ni cámaras, ni soportes digitales ni ordenadores, a lo mejor será una pura conexión telepática”.

Y el especialista añade: “esto, que parece pura especulación literaria o fruto de la imaginación alocada de unos guionistas, pues se ve hoy más o menos corroborada por las experiencias de laboratorios avanzados de neurobiología que están estudiando precisamente la actividad visual que se produce en el interior de nuestra mente”.

Con interesantes y complejos proyectos en distintos lugares del mundo —incluido México—, que se distinguen por su originalidad y previsibles aportaciones, Fontcuberta sigue sorprendiendo con su incuestionable creatividad y agudeza, más allá de la imagen fotográfica.

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