La naturaleza en cualquier aspecto es sabia. La tierra en sí misma tiene sus propios mecanismos para autolimpiarse, lo hace con todas las razas que la habitan, incluyendo al ser humano. ¿Qué nos hace pensar que somos indispensables en el planeta?, sobre todo si somos los que lo dañamos. La naturaleza no nos necesita, ella funciona por sí misma desde mucho antes que los humanos aparecieran sobre su faz. No es producto de la casualidad la pandemia que estamos viviendo, es un esfuerzo de la naturaleza por hacer esta autolimpieza y tratar de equilibrarse.

Se afirma que este virus fue creado y “sembrado” por el mismo ser humano, lo cual nos hace vulnerables actuando desde la inconciencia, porque lo que en la raza mata a uno, matará a todos. No sé hasta el momento de una raza de animales o plantas que provoquen deliberadamente su propia extinción. Pero este artículo no se trata de dar lecciones. Creo que cada persona ha hecho su propia interpretación del mismo evento (la pandemia) y actúa en función de ella. Tampoco estamos aquí para juzgar las acciones de unos y otros, pero sí para presentar lo que desde mi punto de vista es urgente.

Más que una vacuna para controlar el virus, es más urgente un rescate de muchos valores del ser humano. Esta pandemia es circunstancial, transitoria y en algún momento se terminará, pero quien vive desde sus valores aprenderá de esta circunstancia, se adaptará y hará lo que le corresponde para su bienestar y beneficio. Es la ley del más fuerte (¡ojo!, no del más rico), lo marca la naturaleza de las especies. Como seres humanos nos toca tomar la responsabilidad de nosotros mismos para salir adelante haciendo uso de nuestros recursos personales para sobrevivir, y no hablo de los económicos. Quien sobreviva, saldrá más fortalecido porque habrá aprendido alguna lección al respecto que lo mantendrá en la escala de los más fuertes; porque quien no aprende, no crece, no evoluciona.

Con lo anterior quiero ejemplificar sólo un evento tangible de la vida de los seres humanos, como muchos otros que también nos afectan de una manera o de otra, global o personalmente. Venimos existiendo desde hace muchas décadas bajo un ritmo de crisis de valores humanos, valores que se han ido perdiendo, los hemos ido haciendo a un lado. Medimos la felicidad bajo introyectos o estereotipos que predominan en nuestro contexto, todo lo material, desde la acumulación de la riqueza económica y el éxito desde lo externo. Y no quiero decir que esto no sea importante, ¡por supuesto que lo es!, pero, ¿cómo es que la vida nos pone en situaciones donde nos hace valorar lo que verdaderamente nos hace felices?, en algún punto de nuestra existencia nos damos cuenta que esa riqueza material no lo es todo, no nos da salud y mucho menos paz y bienestar, en todos los sentidos. Porque no me dejarán mentir, todos anhelamos paz y calma en algún momento de la vida, y qué digo de la vida, ¡a veces la quisiéramos sólo por un momento del día!

¿Qué esta pasando en estos días donde nos enfrentamos más que nunca a una realidad donde somos altamente vulnerables y pareciera que “al otro” no le importa? ¿Qué nos ha ocurrido como seres humanos que si no es la ley quien nos exige respetar al otro (y a veces ni así), lo hacemos? ¿A dónde iremos a parar con esta crisis de individualismo y necesidad imperante de sobresalir a costa del otro, incluso sabiendo el daño que le podemos provocar?

Nos estamos deshumanizando poco a poco. Nos hemos dejado arrastrar por una corriente imparable de avaricia, egoísmo y poder. Le hemos estado apostando a lo banal, a lo bizarro, a lo temporal, a lo superficial, a lo barato, a lo chafa. Nos hemos empeñado en creer que el mundo y la vida se trata de ir acumulando vacíos que queremos llenar con lo material, convirtiéndonos en barriles sin fondo. Vacíos que se “destapan” cuando llegamos al hartazgo de que lo que tenemos y vivimos, ya no es suficiente.

Y de repente algo nos sucede… se rompen relaciones, aparece una enfermedad, perdemos el trabajo, tenemos un accidente, “se nos cae” un negocio, alguien nos hace un fraude o nos roba, nos incapacitamos físicamente, nos “ponen el cuerno”, nos aferramos a un vicio, y muchos otras “tragedias humanas” que todos hemos experimentado de una manera o de otra, directa o indirectamente. Estos eventos ocurren como un llamado para volver a nosotros, para recuperar lo perdido, para hacer una revisión en la “tarea de la vida” y saber si estudiamos lo suficiente para poder enfrentar nuevas pruebas o simplemente graduarnos en algunos temas pendientes, metafóricamente hablando.

No podemos evitar lo inevitable, el ser humano está diseñado para eso, es nuestra forma de existir. En algún lugar del tiempo y el espacio, aprendimos que si no sufrimos, no crecemos. ¡Qué gran diferencia tenemos con los animales y otros seres vivos del planeta!, lo cuales sólo existen y son, sin mayor preocupación, o ¿has sabido de un leopardo quejarse porque una mancha en su pelaje que no le gusta?, o ¿te has enterado de que el elefante busque quién le haga más bellas sus inmensas orejas?

Lo que quiero decir con esto es que, en su esencia, el ser humano requiere de pruebas específicas para evolucionar como especie, pero al mismo tiempo tiene una necesidad intrínseca de crecimiento personal y de alguna manera o de otra, las oportunidades de ese crecimiento siempre están ahí, pero en su libre albedrío y en una manera también muy humana, opta por distraerse de sus objetivos y posterga. Al tratar de evitar el sufrimiento, de todos modos sufrimos. Nos llevamos a esos extremos impensables por seguir esa corriente de lo que dicen que debe ser y no lo que en verdad queremos. Y es justo aquí donde hacemos una “traición” a nuestros valores, primero en un contexto personal que luego se expande hacia afuera llegando a las dimensiones que ahora vivimos.

¿Y a qué valores me estoy refiriendo? A la humildad, la empatía, la solidaridad, la tolerancia, la compasión, la honestidad, la lealtad, la responsabilidad, el compromiso, la honorabilidad, el trabajo en equipo... Piensa en por lo menos tres de estos valores que practiques al 100%, siendo coherente entre lo que proclamas y lo que haces; si tu respuesta es positiva, seguramente puedes observar cosas muy favorables en tu entorno, pero si la respuesta no te convence, hay mucho trabajo por hacer.

Esta crisis de deshumanización nos atañe a todos. Es decir, nosotros nos metimos en “esta” y seremos nosotros mismos quienes tengamos que salir de ella. Y a la mejor dirás: ¿y yo por qué?, que lo hagan los otros… y está bien si no quieres pues, pero el proceso de cambio será más lento y, a la vez, en un punto de conformismo y aparente neutralidad, te toca ser como al camarón, que se lo llevó corriente, o lo que es lo mismo, no pidamos un resultado si no trabajamos en ello. ¿Quieres que ya se termine la pandemia, verdad?, la pregunta es: ¿Qué puedo hacer yo para que eso suceda?

No exijamos al otro que haga el trabajo que nosotros no estamos dispuestos a hacer, en una pequeña escala, en la familia, los hijos, la pareja, el trabajo; después en un contexto mayor como mi colonia, mi estado, mi país y luego el mundo. Empecemos a menor escala haciendo lo que nos toca; puede sonar absurdo porque no estamos acostumbrados, pero estoy segura que muchas personas ya estamos en ese camino, de dar conscientemente lo que queremos recibir…

Autora

La deshumanización, peor que la pandemia
La deshumanización, peor que la pandemia

Prioridad.  Eva Maldonado considera que más que una vacuna para controlar el virus, es vital rescatar valores que se han  perdido.

Google News

TEMAS RELACIONADOS