Los objetos hablan, cada vez que se restauran, que se tienen en las manos, cuentan una historia, conversan de los momentos del pasado que vivieron en otros lugares, en otros tiempos, dice Enrique Maciel, restaurador de piezas antiguas.

Desde chico le llamó la atención la restauración de piezas. Recuerda que de niño, como era muy latoso, sus tías lo sentaban en una mesa con una caja con objetos rotos y un bote de engrudo, para que, con el fin de entretenerse, se dedicara a pegarlas. “Ya que acababa de pegarlo todo, ya lo rompía para completarlo”.

En su taller, una pequeña habitación en el primer cuadro queretano, muy cerca de los bazares de antigüedades, se juntan marcos de cuadros, sillas, un tocador victoriano, así como brochas y pinceles. En el centro de la habitación, una mesa larga es la zona de trabajo de Enrique.

Indica que todos en su familia han sentido esa inclinación por el arte. Su abuelo le comentó que existía la carrera de Restauración y Conservación de Bienes Inmuebles, en Bellas Artes, en la Ciudad de México, para luego especializarse en restauración, en Barcelona, España.

Su especialidad es la fabricación de muebles, el tallado de los mismos. “Manejo muchas técnicas del siglo XVIII, en materiales que ya no se usan mucho. Me gusta innovar lo de la restauración, crear prácticamente piezas ya inservibles, volverlas a hacer prácticas. No manejo la restauración en grado exacto.

Un restaurador tiene lineamientos que dicen que en la pieza que se interviene debe notarse la intervención, porque existe una línea entre la restauración y la falsificación. Si tú haces la pieza exactamente igual se cataloga como una falsificación. Para no tener esta bronca yo las transformo totalmente, que se vea más moderno, más útil”.

Explica que en Querétaro hay algunos restauradores, pero más que nada se dedican al trabajo personal, restaurando piezas para ellos mismos, a diferencia de él, que restaura para anticuarios.

Muchas veces su trabajo consiste en componer una pieza u objeto que se utilizará como decoración en algún sitio, sin que tenga más valor que el decorativo, pero tienen que hacer que se note “el paso del tiempo” en un artículo que se “hizo ayer”.

Sin embargo, apunta que en su mayoría son piezas antiguas, que guardan algún valor sentimental, por ejemplo un cojín de origen africano que le regalaron al padre de una mujer y que nadie había podido restaurar. Para ello se basó en sus conocimientos de los materiales usados en África, con colores de tierra, a base de grasas.

“Sobre el contexto de la pieza, que es en África, vamos elaborando el proceso de restauración. Le decimos a ella que la piel presenta tal característica, que presente desgaste, la pérdida de la composición, que la piel se abra, interactúo con el dueño tratando que la pieza quede lo más original que se pueda, pero ya con los cambios actuales para que resista el uso cotidiano”, asevera. En el caso de los muebles, el valor radica en el periodo histórico en que se hizo.

Las restauraciones son diferentes a la conservación. En la primera se trata de reintegrar los elementos originales, siempre y cuando fuera para un museo o alguien profesional, se debe notar la parte restaurada.

“Cuando son piezas muy finas, piezas históricas, artísticas de gran nivel, no les puedes meter materiales duros, que la vayan a afectar. Tienes que utilizar materiales a base de colas, de aguas, solventes muy suaves que se puedan retirar sin afectar la pieza en sí, porque a veces la restauración sale peor”.

Conservar es mantener el objeto o la pieza en el estado en que está, sin afectar en mayor medida, ya sea porque son piezas históricas o con valor sentimental. Cuando son piezas de madera se puede hacer un tratamiento de hidratación con cera, un tratamiento contra la polilla. El caso es no cambiarle nada.

En 30 años de trabajo Enrique acumula muchas experiencias. En una ocasión trabajó para una mujer de una familia muy acaudalada, que se quería deshacer de unos cuadros que estaban apolillados. Eran unas piezas de finales del siglo XVII, principios del XVIII, pero que en un descuido había dejado recargadas en un árbol dentro de una bolsa negra para basura, hasta que recordó que las había dejado en la calle y regresó por ellas.

En otra ocasión, dentro de un Cristo que restauraba, encontró un mapa antiguo, aunque nunca supo de qué región era. En otra ocasión, en una cama de latón encontró centenarios. La cama la vendió una mujer.

Dice que las piezas, las antigüedades siempre llegan solas a sus manos, sin que haya necesidad de buscarlas. “Todas las cosas tienen patas. Llegan y se van cuando quieren”.

También han llegado a sus manos documentos históricos, alguno de ellos del puño y letra de Maximiliano de Habsburgo, pertenencias de Benito Juárez, de Carlota, de la era porfiriana.

Las piezas hablan, cuentan sus historias, como una caja fuerte que restauró para el dueño de una cementera, pero él fue el único que se atrevió a restaurar y entregar “como nueva” al dueño de la empresa.

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