“Cada canción tiene que ser interpretada con el cuerpo de acuerdo a la intención del artista; tienen que estar en el aquí y en el ahora”, dice la maestra, mientras camina a paso lento por todo el salón, revisando meticulosamente las flexiones de sus alumnas, quienes con una mano sobre la barra y al compás de la pieza en turno, alargan las piernas y los brazos, y luego giran sobre su propio eje para culminar la coreografía con un cambré.

Con aplausos, Karla Ávila felicita y anima a las bailarinas en ciernes, mujeres de entre 17 y 64 años, que cada sábado se reúnen puntualmente en Art Dance Estudio para continuar con las cátedras de esta joven maestra queretana, que eligió la docencia como su camino a seguir dentro de la danza.

“Nunca quise ser bailarina de escenarios, pues no me gusta la presión que se avecina con cada presentación, disfruto más la experiencia en las clases, siento que el verdadero trabajo está ahí, y pienso que los procesos son más importantes que el resultado, pues me gusta observar cómo va cambiando la mente, y cómo va uno sorprendiéndose en el camino y diciendo: ¡no sabía que podía hacer eso!”, comparte Karla, y recuerda que desde muy pequeña comenzó a idear estrategias para explicar de manera clara a sus compañeras de ballet, lo que no entendían.

“Me preguntaban: ‘¿cómo se hace esto?’, entonces yo empezaba a poner más atención en mis propios procesos para poder explicarles cada paso. En algún momento tuve como maestra a una mujer que solía salirse del salón y me dejaba como responsable de la clase; súper mal de su parte, pero bueno para mí, porque fue así que con el tiempo me di cuenta que realmente me gustaba la docencia”.

Tras 14 años de formarse como bailarina, a los 17 años decidió virar su camino a la docencia, abriendo una academia de ballet en la ciudad, y creando en 2014 un grupo para mujeres de todas las edades.

Cumplen su sueño al ritmo del ballet
Cumplen su sueño al ritmo del ballet

“Este grupo de los sábados tuvo su origen hace tiempo, cuando abrí mi escuela en Pino Suárez (Centro Histórico), pues era recurrente que muchas de las mamás que inscribían a sus hijas en mi escuela me dijeran: ‘¡Ah!, yo siempre quise hacer ballet’, o que al conocer cómo era esta disciplina, lamentaran: ‘¡Cómo me habría encantado hacer ballet de pequeña!’. Fue así que en 2014 pensé: ‘¿y por qué no?’. Si junto un grupo de cinco mamás que realmente quieran aprender, no como una onda de ballet fitness”, dice entre risas y hace énfasis en la verdadera búsqueda de la técnica de ballet.

“Lo abro, ¡y que se me juntan cerca de 20!, de entre 25 y 40 años. Poco a poco empezaron a llegar más mujeres que se enteraban de las clases al pasar cerca de la academia. Desde afuera veían a mis alumnas haciendo sus ejercicios, entonces subían y me preguntaban sorprendidas: ‘¿das clases para adultos?’. Eran sobre todo mujeres que ya habían intentado inscribirse en otras academias y que habían sido rechazadas por sus edades, o condicionadas a tomar las lecciones con niñas de hasta seis años”, recuerda.

Retomando estas experiencias, la también licenciada en docencia del arte por la Universidad Autónoma de Querétaro, desarrolló un método de enseñanza para sus clases que, asegura, renueva cada año de acuerdo a las características y necesidades de sus alumnas en turno.

“Les ayudo a traducir la sensación que deben experimentar en su cuerpo (…) Si tú solo les dices ‘dame un demi- plié’ y lo haces frente a ellas para ejemplificar, lo repiten bien y luego lo olvidan. Pero si como docente les explicas: ‘demi- plié quiere decir media flexión, que significa doblar y alargar las rodillas flexionándolas, así como la máxima flexión de las rodillas, sin separar los talones del piso’, lo aprehenden”, afirma, y destaca que realizar ballet trae consigo muchos beneficios, entre ellos la liberación de la mente y el relajamiento del cuerpo.

“El desarrollo de la técnica va muy de la mano con la eliminación de bloqueos. El cuerpo se adapta a todo, independientemente de la edad, yo lo he visto con mis alumnas más grandes. Muchas llegan aquí diciendo: ‘yo no puedo hacer esto o nunca pude’, y hay que cambiarles ese chip para enseñarles cualquier tipo de cosas como el punteo, la rotación, la elongación del torso, pero sobre todo, que entiendan que aunque ya son adultas, pueden manipular la estructura de su cuerpo y mente, con disciplina y constancia”, explica.

“Paciencia a una misma”

Amelia Latapí, una veracruzana de 64 años recuerda que desde muy pequeña, cuando vivía en Orizaba, quería ser bailarina. Todos los domingos su familia sintonizaba en la radio un canal de música clásica, al compás de la cual ella emulaba los gráciles movimientos de las bailarinas que veía a través de la televisión, pues en ese entonces aún no llegaban esos espectáculos a Veracruz, y cuando los cursos de ballet empezaron a ofertarse, solo logró convencer a sus papás de que la inscribieran durante seis meses.

Decidida a continuar con su pasión, a los 13 años y a escondidas, comenzó a tomar clases en la Casa de la Asegurada del Instituto Mexicano del Seguro Social; pero por falta de dinero tuvo que resignarse a dejarlo, y se abocó a estudiar una carrera técnica comercial, como todas las jóvenes de su edad, luego formó una familia.

Con seis hijos y 50 años después, Latapí retomó este sueño. Ella es una de las 40 mujeres que cada sábado, con sus zapatillas de ballet en la maleta; su leotardo, sus mallas y peinada como una bailarina profesional, asiste sin falta a esta academia de danza.

“Cada ejercicio y cada movimiento exige un gran esfuerzo de coordinación, desde la uña del pie, el tobillo, la rodilla, la cadera y los hombros hasta el estómago. A mí me ha ayudado mucho, sobre todo a ejercitar mi cerebro. Al principio, más que terminar agotada físicamente, estaba cansada mentalmente por tratar de aprenderme los ejercicios, pues no es lo mismo estar en casa con los jitomates, la comida, la planchada y el quehacer de la casa, que estar pensando en esto que implica hacer nuevas conexiones a esta altura del partido, es un gran reto”, confiesa.

Durante la charla, Amelia se estira con facilidad, mientras formula una nueva respuesta y asegura que a lo largo de tres años de trabajo, su cuerpo se ha hecho más fuerte y más flexible, pues incluso puede flexionar su cabeza hasta los muslos.

“Me he sentido mucho más fuerte, el ballet me ha ayudado a aliviar los dolores de mi espalda, (…) y se ha mejorado mi figura; para mi edad creo que no estoy tan mal, ¡después de seis hijos!”, dice entre risas.

El ballet es un arte que actualmente la conecta con su juventud y con su hija menor, quien al igual que ella, se descubrió como una apasionada de la danza, y quien forma parte de una compañía en Yucatán.

Cuando su hija desplegó las alas con rumbo al sur del país, Amelia decidió hacer lo mismo, y asegura que aunque los sábados siempre hay compromisos familiares, todos en casa saben que ella tiene que ir a su clase.

“Yo sé que si no le echo ganas lo más pronto posible, la vida se me acaba. No es lo mismo que empieces a los 10 o 15 años, a que lo hagas pasados los 70. No sé hasta cuando voy a poder seguir bailando, pero invito a otras a que lo hagan; que no tengan miedo y no se desesperen. Si alguna vez tuvieron tentación, háganlo, no importa cuándo; sólo necesitan tener paciencia a una misma y decir: ‘lo voy a lograr’”, apunta.

bft

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