Hoy se cumple medio mes de esta “nueva normalidad” que, si bien sobre el significado suena alentadora, en mi opinión está lejos de ser aceptable, pero, aunque deseáramos algo mejor, no tenemos de otra, aquí es México y es lo que hay.

Definamos por normalidad a un estado donde como personas somos parte de una sociedad que nos da lo que necesitamos, tanto humana como económicamente. Antes de toda esta contingencia supuestamente contábamos con eso y dudo que pueda existir un escenario donde podamos volver a esa misma posición —al menos en el corto plazo—. Se ha dicho, primero como una vaga posibilidad y después como una aseveración, que el virus ha llegado para quedarse y parece que así lo hará, modificando en el acto todas nuestras rutinas para lo que será de este año y posiblemente el siguiente.

Entonces, si nos hemos visto obligados a guardarnos en una cuarentena para atenuar los impactos de la enfermedad, como mínimo deberíamos —o debimos— tomarlo con seriedad, cosa que desde mi perspectiva no se hizo, ni se hará. La oportunidad ya se fue. En un principio cuando la novedad de la auto reclusión y la gravedad que presenciábamos en las noticias de febrero, donde China, España y sobre todo Italia parecían tener el infierno en la tierra, todo eso se nos antojó como un escenario horrible y que, con cierto consuelo soñador, pensamos que no habríamos de vivir. Seguimos con temor creciente las noticias y vimos cómo se extendió la plaga por el mundo y, con ello, testificamos el bombardeo mediático de una infinidad de imágenes crueles y dolorosas. Con cada semana avanzó la tensión de saber que pronto tendríamos todo eso en nuestras calles, y nos dio más temor, porque yo sé que todos fuimos conscientes de lo que nos faltaba como país y si ya teníamos sobre nuestra tierra ensangrentada decenas de heridas abiertas, que viniera a nosotros una amenaza adicional era algo con lo que no sabíamos si podríamos lidiar.

Y nos cayó la calamidad que vino a probarnos como sociedad, pero también nos dio la oportunidad de demostrar la responsabilidad que siempre se nos escurre de las manos, y esta consciencia que debió ser generalizada, no sólo por parte de nuestras familias, ciudades, o países incluso, acabó evidenciando todas las fracturas en las que estamos envueltos. En cuanto a la idea de un combate global contra el virus, al menos desde mi percepción, poco se pudo ver desde el abierto optimismo de los dirigentes del mundo. Se minimizó el impacto de la pandemia, se premió la economía sobre el bienestar y se endureció el compromiso de los líderes de cada país por enaltecer los esfuerzos de sus administraciones. Pero, ¿realmente debemos señalarlos por eso?, la demagogia vive en todos los gobernantes, en todos, sin excepción. Podemos achacarles mil culpas a ellos, castigarlos por su pasividad cuando tenían en sus manos la contención inicial de la enfermedad, pero luego cuando todo quedó en nosotros, ¿podemos decir que fuimos mejores que ellos? ¿Cuántos de nosotros realmente respetamos las reglas de la cuarentena? Es tan fácil criticar a las autoridades y pedir soluciones y en el acto olvidamos que también tenemos un compromiso civil que no siempre cumplimos. A veces se nos olvida que el gobierno no es Dios.

Digo esto desde mis propias ideas, no soy sociólogo ni pretendo defender al gobierno —ellos viven en una fantasía entre las nubes—. Al contrario, sólo quiero recalcar que esperar que la soluciones vengan desde nuestras más altas esferas resulta muy improbable, y esto lo reafirmo al poner de manifiesto que la mayoría de los movimientos sociales han venido desde la iniciativa civil. Y, si esto, el encierro voluntario, estaba en nuestras manos y no era algo que debía ser opcional si no el ejercicio de una acción unificada y precisa, pues tristemente, vimos en el trascurso a la misma verdad que nos golpea siempre: la parte ignorante de nuestra gente nos arrastra cada vez más al profundo sumidero que es esta mágica nación.

En las calles de mi colonia y en otros lados es como si estos tiempos convulsos fueran sólo una eventualidad impuesta desde fuera. Aquí sigue habiendo fiestas los fines de semana, las esquinas continúan apestando a marihuana y las familias siguen saliendo con sus niños en las carriolas. Nadie usa cubrebocas y es tan común escuchar entre los vecinos las mismas teorías de conspiración. Hay una aversión total al gobierno, se le critica y se le juzga, pero en cuanto hay noticias de apoyos o asistencias, también se miente y se guerrea para conseguir rascar aunque sea un poco de ayuda, ¡claro! La gente está en su derecho. Se les ha aislado mucho antes de todo esto, ellos sólo tratan de incluirse en el mundo, aunque el mundo no sepa siquiera de ellos o sólo los mire hacia abajo. Otra cosa cierta es que por ellos hemos de pagar los demás.

Definitivamente este será un año para recordar con amargura y hasta melancolía. Muchos tuvimos la oportunidad de mirar hacia adentro de nosotros, de evaluar nuestras rutinas, de mirarnos con empatía y, al mismo tiempo, de notar lo que de verdad necesitábamos. Algunos otros, con un poco de suerte, habrán hecho el compromiso de ordenar sus vidas, y a ellos, tal vez, sea a los que les vaya mejor, porque los problemas necesitan soluciones firmes, no palabras ni promesas. Debemos de dejar de creer en el discurso, en la moralidad porque eso nos hace pensar que merecemos más de lo que tenemos, y puede que sea así, pero nadie te dará las cosas si tú por ellas no mueves un dedo. De mientras aún hay tiempo para ser responsables, para contribuir a que esto no se vuelva peor, porque sabemos que las otras cosas horribles que nos asedian no descansaron y que sigue habiendo violencia y odio allá afuera. El cambio no vendrá de arriba, no si nosotros no tomamos parte con acciones en lugar de palabras, aunque suene imposible. Porque aquí en este país si tú quieres poner la otra mejilla ante el abuso, probablemente acabes en una caja y, lo que es peor, ni siquiera en eso.

Pero sí, volvamos a esta nueva normalidad que de normal no tiene nada, sólo es la misma de siempre: la de la hipocresía, la de la soberbia y la de la sangre, que es la que ya teníamos, pero ahora con otros problemas encima. Porque en este mundo podemos decir “Black lives matter”, pero al mismo tiempo ignorar a la niña mugrosa del semáforo o alzarnos como activistas y defensores de causas justas, pero también despreciar a todos los que se nos oponen. Definitivamente regresaremos a todo eso: al mismo mundo lleno de vanidad y narcisismo, donde se está o no se está; donde se acepta y no se acepta que estés alineado con la gente que se pone por encima del resto, la que dice que sólo sus deseos y sus pensamientos importan, y la misma gente que si no simpatizas con ella reacciona como si tú le debieras algo. Pareciera que no hay espacio para el respeto al criterio propio. Es como si esta fuera la era de la polarización. Los movimientos de hoy en día no admiten debates, ni términos medios. Hay que ser políticamente correcto, dejarse llevar por la marea de la gente y no opinar cuando estamos en desacuerdo porque hay de ti que lleves la contraria, se te linchará socialmente y de bárbaro o ignorante no se te bajará.

Volveremos a eso, y de nosotros quedará abrirnos paso entre tanta ponzoña como siempre, y bueno, en cierta forma decirle “nueva normalidad” es hasta un poco irónico, pero al menos en el término hay algo de luz, y si de esta crisis aprendimos a revalorizar el tiempo y el calor humano, tal vez después podamos rescatar algo más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS