Después de leer la novela Adiós a los padres de Héctor Aguilar Camín, revisé algunos textos del taller de creación literaria. Tengo una alumna que inventa nombres para sus personajes. Me parece tierno y acertado. El nombre es importante, nuestra identidad se codifica en él. Cuando escribimos un personaje, merece un buen nombre. Esto lo aprendí con Pedro Páramo, no podría llamarse de otra forma.

Pedro que viene del latín Petrus que significa piedra. Visualizamos a lo largo de la novela a Pedro como constructor, demoledor, como molestia, como necesidad, como castigo, como la muerte y liberación. El protagonista va en busca de su padre a Comala, su padre quien resulta ser la primera piedra en casi todos los hogares del pueblo, un personaje en blanco y negro, a quien amas u odias. Pedro Páramo quien se vuelve la piedra en el zapato del protagonista, hasta hacerlo tropezar y sucumbir por él, en su tierra. Ser hijo de Pedro Páramo significa llevarlo a cuestas, es rodar por la vida. “Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra” (Juan 8:7) Nadie en Comala está libre de Pedro Páramo. He ahí la importancia del nombre.

En Adiós a los padres, Héctor es el nombre del padre y del hijo. Héctor proviene del verbo griego échein, que significa tener o poseer. Interesante. Héctor el padre no posee nada, Héctor el hijo tiene la respuesta de porqué Héctor el padre no pudo poseer nada al final: Héctor padre, sin Emma, sin las hectáreas en Chetumal, sin el amor de papacito Lupito. Héctor padre tan necesario, sin embargo, para la historia de Héctor hijo y de Emma la madre. Héctor hijo poseedor de respuestas y de historias.

Antes de leer la crónica de Adiós a los padres, por mi edad, quiero creer que es por eso, escribir algo que me haga vibrar es apremiante, escribir la primera novela lleva prisa. La prisa permanece, porque es algo inherente a mí, pero las experiencias vividas, tanto como el nombre, merecen ser desbaratadas a su propio ritmo, para que el disfrute al escribir sea igual de grandioso que al momento de leer. Esto pasa con la novela de Héctor Aguilar Camín, en algún momento de su vida quiso entender mejor su presente desentrañando el pasado (hacer historia) y eso lleva tiempo, investigación casi científica, para que él y sus lectores podamos crear nuestras propias imágenes basadas en recuerdos personales.

Tal vez no es la importancia de la figura paterna, es el significado que tiene para cada individuo la ausencia o presencia del padre. El amor y entereza de una madre. Hablando de manera personal, mi padre es una parte importante y determinante de mi personalidad. Es el gran amor y el gran dolor y la consecuencia de elegir las letras como vocación de vida.

Me gusta la manera en que coloca a Chetumal un lugar tan ajeno para la mayoría, como un escenario cotidiano y familiar. Quienes nacimos en provincia podemos entender la ambigüedad entre la nostalgia del hogar y la sed del mundo. A mi también me gustaría situar a mi querido puerto tampiqueño en la historia, hablar de cómo desde la barda de la Maderería Consolidada, donde vivían mis tías maternas, nos asomábamos para mirar los barcos pasar, así aprendimos que la bandera de Alemania es roja, negra y amarilla, que la de Japón es un círculo rojo en medio de la nada, y que la de Inglaterra era sinónimo de los Beatles. Como por la noche corríamos por el patio porque nos daba miedo atravesarlo pues los cangrejos azules enormes nos perseguían, ese era el sonido del miedo para todos, las patitas apresuradas y enardecidas de los cangrejos del Golfo reclamando su territorio. Como en la misma plaza del golfo vivíamos de chamoyadas y trolelotes, raspados y bolis, papitas y pastelitos. Como en las mañanas mi tía Lety nos hacía malteadas de chocolate a todos, como mi tía Dora nos paseaba en su automóvil del año, como mi tía Isabel nos contaba historias de terror al pie de los cangrejos tenebrosos. Como mis primos realmente son mis hermanos, como la casita del árbol fungía como la casa de Pandora.

Estoy por leer Morir en el Golfo, también de Aguilar Camín, y yo sé lo que significa morir en el Golfo, pero esa es otra historia, no tan alegre y más políticamente absurda qué contar.

Definitivamente después de Adiós a los padres, mis letras no son las mismas.

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