Juan Carlos Bustamante era un hombre que tenía mucho éxito en los negocios. Era dueño de una compañía constructora en Ciudad de México, la cual iba creciendo con mucha rapidez.

Tenía 43 años y sintió la necesidad de buscar una mujer para casarse. Supuso que el estar casado le daría la posibilidad de pertenecer a la élite de arquitectos e ingenieros, ya que la mayoría tenía esposa y familia. El ser o aparentar ser un hombre felizmente casado proyectaría estabilidad y confianza.

Decidió buscar a una mujer de clase media, no muy joven, pero sí lo suficiente para poder ser presentada en sociedad. Encontró a la mujer que potenciaría su vida laboral en la empresa de uno de sus amigos. Ella era parte del departamento de contabilidad y ya tenía algunos años en ese puesto. Avelina era su nombre; vestía bastante bien, tenía buenos modales y era guapa.

Tuvo la oportunidad de abordarla en una fiesta de aniversario de un buffet de abogados, platicaron largo rato y como si todo estuviera predestinado a ser, comenzaron la relación, que no tardó en convertirse en algo formal, ya que Avelina también tenía un plan para su futuro: Subir la escalera del éxito a través de un hombre rico y exitoso para así poder asegurar su vida económica.

El noviazgo fue una etapa de cambios para Avelina, la marca que solía comprar para zapatos, bolsas, vestidos, accesorios, se catapultó notoriamente. Pasó el tiempo y la relación comenzó a caminar. Cada uno con el propósito que se había trazado, llegaron al matrimonio. Una gran fiesta que sería la portada de la revista Hola!

Pasaron los meses y Avelina dejó de trabajar en la empresa, ya no era necesario desgastar el cuerpo en el trabajo. Juan Carlos igualmente, el plan del matrimonio caminaba hacia donde él quería, su círculo de amigos creció y sus negocios también. Avelina también era de gran ayuda, ya que tenía un gran poder de persuasión.

El gerente del banco donde Avelina tenía sus cuentas de ahorro, le sugirió discretamente mandar parte del dinero a un paraíso fiscal en alguna isla y de esa manera el dinero se escondería y nadie lo podría encontrar. De esta manera el dinero comenzó a viajar por el mundo.

Juan Carlos Bustamante tenía una familia numerosa, estaban sus padres, tres hermanos y una hermana. Desde hacía tiempo que los frecuentaba poco, cuando decidió que clase de vida quería y como lo iba a lograr. Solo había uno de los hermanos con el que siguió en contacto, era su hermano mayor Javier, y solamente había diferencia de un año con él.

Javier visitaba a su hermano y a su esposa cada semana, no realmente para conversar con su hermano Juan Carlos, sino más bien porque le gustaba Avelina. Le llamaba la atención su manera tan directa de hablar y la despreocupación con que lo hacía, siempre tomando la conversación con risas. Además su coquetería tan visible con él y la manera como le rodeaba el cuello y de repente le plantaba un beso y daba la media vuelta riendo, como habiendo hecho una travesura.

Un día después de cenar Avelina se levantó de la mesa y dijo:

—Voy a mi recámara un momento no tardo, con permiso.

Se quedaron solos los hermanos y Juan Carlos tuvo que atender una llamada en su celular. Javier se quedó solo en el comedor, decidió hacerle una broma a Avelina y entrar en su cuarto muy despacito para sorprenderla. Así lo hizo y subió la escalera, abrió la puerta y caminó hacia Avelina que estaba recargada en una mesa larga tipo buffet y sobre ésta tenía dos cajas de terciopelo llenas de joyería.

Avelina volteó inmediatamente.

—¿Qué haces aquí? —le gritó a Javier desconcertada— ¿Por qué entraste así?

—Quería hacerte una broma —dijo Javier un poco apenado, mientras veía como Avelina guardaba joya y dinero apresuradamente.

Avelina no tuvo forma de ocultarlo y le dijo: ¡Sal inmediatamente de aquí!

Javier salió inmediatamente y cerró la puerta tras de sí.

Esa noche Javier llegó a su casa y se sentó en la cama pensando en lo que había visto, se dio cuenta que Avelina estaba juntando joyas y probablemente dinero a costa de su hermano. Pensó que tenía dos opciones: la primera sería decirle a su hermano lo que estaba haciendo su querida esposa y la segunda sería hablar con Avelina y hacer una especie de trato, para que a cambio de su silencio se volviera su cómplice y, de alguna manera, él se podría beneficiar haciendo dinero fácil y además seguir viéndola, pues cada vez le gustaba más.

Optó por la segunda opción, pues le iba a traer más beneficios.

Citó entonces a Avelina en Sanborns de Insurgentes para platicar. Al decirle su plan, ella estaba furiosa por sentirse descubierta y vulnerable, sin duda si no accedía, Javier la delataría con su esposo. Pero ella no estaba dispuesta a renunciar a su vida de lujos y comodidades.

Decidió atrapar a Javier, ella sabía que Javier sentía cierta atracción por ella, entonces planeó enamorarlo para poder manipularlo.

Así pasó el tiempo y todo parecía caminar divinamente, Avelina se veía con Javier para hacer cuentas de las últimas adquisiciones y estas terminaban en un cuarto de hotel. Javier verdaderamente cayó en la jugada de Avelina sin darse cuenta; ella, sin embargo, cada vez acortaba las visitas románticas, pues se estaba aburriendo de Javier, quizás porque él era tan entregado e incondicional.

Avelina buscaba pretextos para verlo menos tiempo, pero siempre cuidando que él no se diera cuenta. Sin embargo un día le preguntó:

—Ya no me tratas igual que antes, ¿qué pasa?

—Nada, mi vida. Te figuras cosas, solamente que como tengo muchos compromisos nos vemos menos, pero yo te quiero igual que siempre.

La situación se calmó y todo volvió a la normalidad, ella sabía que no podía permitir que Javier se enojara o se diera cuenta de algo, pues podía ir con Juan Carlos y delatarla. Sin embargo, llegó un punto en el que Avelina ya no resistía la presencia de Javier, sentía un asco profundo que venía acompañado de un llanto ahogado todas las noches que pasaban en el motel.

Avelina se dio cuenta que su actitud comprometía todo y que no sabía cómo solucionarlo. Por suerte para ella, Javier se comenzó a sentir mal de salud, fueron al doctor, sacaron análisis y se concluyó que su hígado estaba parcialmente dañado y que había que buscar un trasplante. Pero mientras tanto, había que tener reposo y cuidar las comidas minuciosamente hasta que llegara el día de la cirugía.

Una terrible noche Avelina sintió que había encontrado la solución. No había forma de terminar con Javier con rapidez, pero sí podía acabar con él, paulatinamente a través de la comida.

“Arsénico”, pensó Avelina, “Arsénico en pequeñas dosis”.

Y así fue, Avelina se ocupó de la comida y así depositando una pequeña dosis de arsénico, Javier comenzó a desmejorar lentamente, perdió las fuerzas y tuvo que estar en la cama constantemente. Pasó una larga temporada y Avelina cada día pasaba a darle de comer, hasta que llegó el día en que su cuerpo se había saturado de arsénico y Javier murió.

—Dicen que fue de causas naturales querida —dijo llorando Juan Carlos entre los brazos de Avelina, el día del funeral.

—La vida es muy corta querido y los buenos siempre se van primero.

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