¡SE BUSCA!

Se busca pollo que responde al nombre de Cesáreo Dominguín, tiene seis años de edad y es originario del nido #22. Como señas particulares viste un moño color rojo, tiene el pico desviado y camina en puntas.

Fue visto por última vez en la explanada de nuestra Granja, después de las audiciones de canto que se llevaron a cabo el día de ayer, 31 de marzo.

Cualquier información, favor de notificar al nido #22 o a Maximino Espuela, Gran Gallo en Jefe.

Así se leían los anuncios que se encontraban pegados por toda La Granja al día siguiente de que Cesáreo desapareció. Decían que su familia estaba muy angustiada, dato que no creo del todo, los Dominguín siempre hicieron menos a Cesáreo, desde el día de la puesta de huevos. Las gallinas de nuestra Granja suelen poner de 8 a 11 huevitos, algunas han tenido la suerte de llegar a los 12, pero tener 13, era el número que indicaba mala suerte, desde que una gallina, hace ya mucho tiempo, puso 13 huevos, lo que parecía como una bendición, terminó por transformarse en desgracia. Aquel último huevo, los llevó al matadero a todos: fueron seleccionados para ser el banquete de unos hombres que, en busca de su cena navideña, no podían creer el tamaño que tenía aquel treceavo pollo y ya que en ese tiempo existía una sobrepoblación de nidos, los hombres dueños de nuestra Granja decidieron obsequiarles los 13 pollos con todo y gallina. A partir de ese evento, nadie había puesto un treceavo huevo, hasta que nació Cesáreo. La madre de Cesáreo no tuvo escapatoria, intentó deshacerse del huevo pero no tuvo éxito, todas estaban observando, siempre al pendiente de las puestas, de lo que acontecía en la vida de la otra. Cuando eclosionó aquel tercer huevo, todas se horrorizaron, no solo por el número sino porque el piquito de aquel nuevo ser, estaba desviado. Por tanto, Cesáreo no podría incorporarse a las dos grandes profesiones que existían en La Granja, gallo cantor o gallo de pelea.

Pasó el tiempo y la familia de Cesáreo vivía con la preocupación diaria de convertirse en alimento para los hombres, sin embargo eso no pasó. Debido a que la familia de Cesáreo tenía aquel miedo latente, se esforzaban el doble en todas las tareas, en los deberes, en la escuela y comenzaron a sobresalir por sus talentos: las pollitas por su inteligencia y plumaje, los pollitos por su fuerza y bello canto. Y aunque esto pueda sonar como una linda utopía humana de cómo vivir la vida; para Cesáreo no era nada agradable ser parte de su familia. Los 12 pollitos hermanos, incluyendo a su mamá, ignoraban lo más que podían su existencia

Cesáreo no solo tenía el piquito desviado, era más alto que los demás y su peso era desproporcionado, entonces andaba de puntitas para poder equilibrar su cuerpo. En la escuela se burlaban de él y no lo aceptaban ni en el club de lectura, porque por su piquito, no podía leer bien.

Se preguntaran, si nadie quiere a Cesáreo, ¿quién elaboró los anuncios entonces? Está claro que su madre y hermanos no lo hicieron, esa preocupación fingida, no era ajena para nadie. Pues entérense que quien pegaba los letreros y buscó sin parar al pobre pollo desgraciado, era Maximino Espuela, nuestro Gallo en Jefe, quien era nada más que el padre de Cesáreo y que fue el único que procuró en todo sentido a nuestro chueco pollito. Podríamos pensar que nuestro pollo amigo vivía hundido en depresión, lamentando haber sido el huevo número 13 y su lamentable condición de pico desviado. Pero la conmiseración es asunto de hombres, no de pollos; le había dicho alguna vez Maximinio, dándole el valor que necesitaba para poder enfrentar a todos aquellos que le decían que no podía.

Los habitantes de La Granja sabíamos que El Gallo en Jefe era padre de Cesáreo. Las gallinas no comprendían por qué un gallo tan fuerte y de alto poder, tuviera atenciones con el chiquillo amorfo. “Es lástima”, aseguraba su madre.

Cuando llegaron los tiempos de elegir profesión, todos los pollitos se sometieron a las pruebas más rigurosas después de una infancia de disciplina, para poder pertenecer de forma activa a nuestra comunidad en La Granja.

Papá, quiero ser gallo cantor. Aseguró Cesáreo. Maximino sabía que eso no era posible, pero lo incorporó al coro de la escuela para que pudiera tocar el triangulito, que fue la condición con la cual el maestro del coro pudo recibirlo en su clase y así pudiera aprender escuchando a lo demás. <>

Coincidió que el día del cumpleaños número seis de Cesáreo, era el día de las pruebas finales. Su papá le regaló un moñito rojo, que era el símbolo de los gallos cantores. Y muy orgullosos se dirigieron al foro. Maximinio había hablado previamente con Gala Enchant, gallina soprano, soberana de Italia quien dirigía las pruebas y decidía si los aspirantes tenían aptitudes de ser cantores o no. Ella aceptó darle solo una oportunidad, alegando que el pico y el buche no le ayudaban ni en imagen ni en voz, pero que lo escucharía, porque ella era una gallina justa.

Todos los habitantes de La Granja estábamos ahí ese día, emocionados por conocer las nuevas voces que darían pauta a nuestras actividades cotidianas.

El gallinero central estaba listo. La decoración, las luces, el discurso de Gala Enchant:

- Sean bienvenidos a este evento, que reúne a todas las especies de nuestra amada Granja, con el único propósito de deleitar sus oídos, con bellas melodías que los jóvenes pollos tendrán a bien recitar para ustedes. Queridos aspirantes, existen dos cosas en la vida de todo pollo que no pueden comprarse, que no pueden fingirse: el talento y la belleza ¡Comencemos entonces, haciendo honor a dichas características, nuestro evento musical! -

Bellos timbres de voz salían de aquellas gargantas pequeñitas bien adornadas con un moño rojo, algunos ritmos nuevos inesperados escuchamos ese día, que culminaban en grandes ovaciones. Fue el turno entonces de nuestro Cesáreo. Era predecible, fue una total desgracia, hubo abucheos, burlas, verduras que comenzaron a adornar el escenario. El pobre pollo avergonzado, salió corriendo en sus clásicas puntillas y es día en el que no se le puede encontrar.

Ha pasado ya un año desde que Cesáreo desapareció. Las actividades en La Granja siguieron su curso, se eligieron a los nuevos gallos cantores, los Dominguín siguieron sobresaliendo en todas las actividades y un nuevo olor a frescura salía de sus alas, como si la desaparición de su hermano los llenara de algún tipo de liberación.

Maximinio siguió siendo Gallo en Jefe y desistió de la búsqueda de su hijo en el último mes del año. El mes de Las Peleas de Gallos. Había que supervisar todos los preparativos para recibir a los gallos de diferentes granjas que venían a disputarse el título de “El Gallo de Oro”. Los jóvenes guerreros se habían preparado durante todo ese año para poder recuperar el título para nuestra Granja. Maximinio Espuela había sido campeón durante tres años seguidos, hasta que en una pelea con el Gallo Negro, casi pierde la vida.

El temido Gallo Negro, nadie sabía su verdadero nombre, pero le conocíamos de esa forma no solo por la negrura de su plumaje tornasol, sino por el sentimiento que provocaba estar cerca de él: una desesperanza y miedo terribles, como la tormenta que llega furiosa en una noche sin luna y sin estrellas.

Llegó la primera noche de peleas, tan esperada por todos. Se presentaron los gallos a disputar el título y comenzaron los duelos. En los medios tiempos les contaba a mis camaradas la historia de Cesáreo, nos lamentábamos nunca haber hecho nada para callar aquellos gritos y burlas, aquel pollito no había sido malo con nadie. Brindamos a su salud, deseando que donde estuviera, su vida fuera mejor que la que tenía en nuestra Granja.

El último número de la noche llegó, como finalista había quedado una vez más el Gallo Negro, ya había eliminado a todos los gallos de nuestra granja y de la granja vecina. Maximinio se preparaba ya de mala gana y con el orgullo herido a darle el título. Se levanta entonces un extraño. Un gallo alto, fuerte que cubría su cabeza con un sombrero y su pecho con un paliacate rojo.

—¿Estás cansado o me aguantas todavía? —le preguntó el extraño al Gallo Negro.

—Súbete niño —le respondió con una carcajada. Al Gallo Negro no le habían arrancado una pluma siquiera.

—¿A qué granja representas? —preguntó extrañado Maximinio.

—Represento mis propios intereses.

La respuesta aumentó la adrenalina de todos los presentes y las apuestas subían y subían. Las gallinas aventaban sus plumajes y revoloteaban de la emoción.

—¿Cómo te llamas entonces? —insistió Maximinio interesado.

—Hoy si gano el título, gano mi nombre.

Maximinio concedió la pelea.

Entre gritos, tierra, porras, alientos, risas, aplausos, pelearon los dos gallos con furia. El extraño tenía cualidades al pelear, saltos de boxeador, cada picotazo arrancaba no solo el plumaje tornasol del Gallo Negro, sino pedazos de carne viva. Cuando el extraño se erguía, parecía ser un águila, altiva, elegante. Y al sentirse ya bañado en sangre, el Gallo Negro se rindió, temeroso salió del ruedo.

Me acerqué lo más que pude entre el vitoreo y aglomeración alrededor del extraño, para verlo de cerca y ser parte de la celebración ¡Qué pelea! El extraño se abrió paso para llegar a Maximinio y fue entonces al quitarse el sombrero cuando pudimos ver con nuestros propios ojos que aquel gallo fuerte y tenaz era Cesáreo, quien el día de hoy es temido y admirado por todos, aquel pollito que quiso ser cantor, le llamamos con respeto El Gallo de Oro.

Google News

TEMAS RELACIONADOS