Parte 8

Entonces entra la llamada y se activa el video, Eduardo está listo y firme. Pero cuál es su sorpresa al encontrarse con el rostro de un hombre cubierto con cubrebocas, cuya sorpresa es mayor al ver apreciar el cuadro de un Eduardo ensatinado con un bulto de excitación evidente.

“¡Eduardito, hasta que nos conocemos!”, exclama el hombre detrás de la cámara. Eduardo inmediatamente cuelga. Tiene pensamientos difusos: “¿Otro cliente? ¡Pinche piruja ¡Pero era muy viejo, no creo. Seguramente era su papá carajo”. Tan inmerso estaba tratando de darse una respuesta objetiva que no escuchó cuando Sofía tocaba a la puerta.

—¡Lalito! Las muchachas te quieren saludar, te quieren agradecer por el viaje mi am…

Una Sofía pasmada observó a su marido que guardaba su desnudez bajo la bata de satín color rojo y que de su entrepierna asomaba aquello en lo que Sofía no tenía el menor interés, pero que en ese momento notó que su esposo estaba en un momento privado de satisfacción, se había peinado y los boxers que estaban en el suelo, no eran del uso cotidiano. Con una parsimonia que pareciese ensayada, terminó la llamada con sus amigas que ya inquietas le exigían ver al buen Lalito.

—¿Qué pasó querida? ¿Estás bien? ¿Eduardo está bien? —preguntaba Karla por un lado.

—Te quedaste como congelada manita, yo creo que ha de ser tu internet. Te dije que te cambiaras de línea —apuntó La Beba, aguda.

—Sí amiga, el internet está fallando —explicó Sofía sin quitarle la mirada de encima a Eduardo—. Mi marido está en una llamada muchachas, ya saben que no me gusta interrumpirlo cuando trabaja.

—Pues hablamos mañana si quieres, a ver si ahora sí Eleonor nos hace el favor de pelarnos —continuó La Beba, las demás solo asentían con la cabeza.

—¡Chao muchachas, las quiero! —terminó Sofía enviando besos y sonriendo.

Fin de la llamada, Sofía tira la sonrisa a la basura. No se mueve, solo observa, cual leona cazadora, la escena del crimen. Su marido se ha servido un Glenfiddich en las rocas, encendió uno de sus puros de reserva, sus lentes están limpísimos y en la mano sostiene con fuerza el teléfono.

—¿Qué pendejada estás haciendo Eduardo?

—Nada —responde de manera autómata sosteniéndole la mirada.

—Dame el teléfono.

—¿Para qué?

—Porque necesito saber el nivel de perversión que tienes, enfermo. ¿Te estabas grabando? ¿Qué haces encuerado encerrado en tu oficina?

Ninguna de las respuestas que Eduardo maquinaba parecía ser la adecuada o suficiente para mitigar la ira de su mujer. Sofía finalmente se acerca, toma el teléfono, lo desbloquea y nada. Revisa las llamadas y encuentra en el historial el video llamado de Ximena. Algo en ella supura, siente un golpe en el estómago y en las mandíbulas que no le permiten hablar ni tragar saliva. Un Eduardo mudo observa cómo ella realiza nuevamente la llamada. Contestan.

—¿Eduardito?

—Soy la esposa de Eduardo ¿Quién es usted? —Sofía no tartamudea, no duda, ataca con certeza.

Pablo se encuentra en aquel hospital de Ecatepec, esperando que le den indicaciones sobre el proceder con Ximena, su amada inmóvil. Pablo entiende de inmediato la situación, sonríe burlonamente y responde que no es nada, que es el esposo de la señora Ximena, que solo quiere reportarle que por asuntos personales, no podrán llevar a cabo el negocio que su mujer le había propuesto al tan distinguido señor Eduardo Cantú, que algún problema hubo con la red que no pudo efectuar la llamada con éxito.

—Usted disculpe estimada Señora de Cantú, dada la situación uno tiene que hacer negocios a través de este medio tan informal, mi teléfono se quedó sin batería y tuve que usar el de mi mujer. Por favor, salúdeme a su marido.

—Yo se lo hago saber, ¿señor…?

—Pablo Miranda, a sus pies señora, buena tarde.

En sus maquinaciones existía la posibilidad de que Eduardo estuviera viendo algún tipo de video vulgar en su tiempo libre de ella. Pero ahora aquel hombre inquietaba sus pensamientos.

Eduardo estaba más sorprendido que Sofía, ¿quién era Pablo Miranda?, ¿la señora Ximena? Tuvo tiempo de ordenar sus pensamientos y de responder las inquietudes de su esposa que se vendrían a continuación.

—¿Qué negocios tienes con Pablo Miranda?

—Quiere meter una línea deportiva, nos pareció buena idea, pero por la contingencia pensamos que sería mejor esperar.

—¿Ibas a tener una reunión de negocios así?

—Claro que no Sofi, él me llamó sin avisar, yo solo estaba esperando a que terminaras tu llamada con las muchachas, me sorprendió que quisieras que las saludara, me dejaste muy claro que querías estar sola con ellas.

—¿Crees que soy estúpida Eduardo?

—Creo que te estás haciendo una idea errónea en la cabeza Sofi —dijo Eduardo acercándose con una voz seductora—. ¿Recuerdas lo bien que la pasamos hace días querida? Solo quería sorprenderte, seducirte. Pensé que sería una gran idea pues ya te habrías relajado con tus amigas.

Sofía no supo qué decir. Estaba tan sorprendida como estamos todos en este momento querido lector, Eduardo había aprendido de la agilidad mental de su amada esposa y hoy se lo demostraba de una manera impecable. Aquello pareció realmente seducir a Sofía.

—Es una buena idea todavía —dijo Sofía traviesa.

Eduardo se acercó y tomó aire, para una vez más fundirse en las fauces de la “bella esposa” que hoy no tenía idea, poder o control sobre lo que estaba pasando.

“Puede pasar a ver a la paciente”, le indicaron a Pablo.

Ximena estaba despierta aunque somnolienta, ya no sentía más dolor. Ella le regaló la mejor de las sonrisas y él se acercó para abrazarla. Se fundieron en un abrazo, uno que se transformaría en la primera experiencia de amor verdadera para Ximena, que a pesar de que tantas manos la habrían palpado y acariciado, no existían manos como aquellas que la reconfortaban y protegían.

Pablo le dijo mirándola a los ojos, unos ojos que ya irradiaban el encanto de siempre, pero una luz que no se habría asomado por ellos antes:

—Ximena, cásate conmigo.

*Escritora de Tampico, Tamaulipas. Actualmente radica en Querétaro.

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