Parte 2

Estimado lector, una semana más en esta nuestra nueva vida en cuarentena, en casa, en cuatro paredes (algunos en más), en la sana distancia. La semana pasada dejamos el capítulo pendiente con Norma la esposa de Mauricio, que es amante de Ximena que a su vez es amante de Pablo y Eduardo, esposo de Sofía. Todos estamos conectados y en estos tiempos de encierro, se evidencian nuestros vínculos afectivos. Norma entonces: “Callar y pretender que todo está bien, ese parece ser el dictamen final del amor tóxico en tiempos de cuarentena”.

Norma hasta la semana pasada tenía el presentimiento que las cosas en su matrimonio mejorarían, el tiempo le permitiría a su marido ver lo mucho que ella lo ama y lo bien que podía hacerlo sentir en casa, “ya saben para que cuando esto termine y él tenga que salir a trabajar, no ande buscando en otros lados lo que ya tiene en casa”. Mientras que Mauricio cuenta los días para salir a trabajar y poder pagarle a Ximena por sus caricias y sudor. Hoy Mauricio ya no quiere desayunar huevos con jamón, ya no soporta las milanesas empanizadas ni las quesadillas por la noche “¿Qué no sabes hacer otra pinche cosa?, ¿de qué te sirve estar tanto tiempo en la casa si no sabes hacer nada bien? Ya lava el baño Norma está todo lleno de tus pelos. Diles a los niños que le bajen a su desmadre que no me dejan ver la tele. ¡Ya deja de estar de encimosa carajo! ¿No ves que me das calor?; Oye Norma está bien que estemos encerrados pero vístete bien, mira nomás como andas, toda fondonga, luego te quejas de que no quiero hacer el amor contigo, ¿pos cómo mija? ¡Si ni un cepillo te pasas! Luego los vecinos dicen que por eso no te saco, por fea y ¿sabes? Tienen razón, me da pena que vean que mi mujer no tiene aunque sea una garrita decente, te pareces a tu mamá, que aparte de chismosa es usurera la cabrona, ayer me vino a cobrar el agua que disque para ayudarse, ¿para eso eres su hija, no?, ya le dije que no estoy jalando ahorita, que le haga como pueda con su pinche agua”. Norma ya no usa lencería en las noches, la guarda con todo y etiqueta para ver si la puede regresar y se la cambian por un camisón o unos calzones decentes, la última noche que insistió seducir a su marido se llevó un par de empujones y una bofetada, pero ella permanece, resiste porque así le enseñaron que es el amor: incondicional, majadero y macho. “Por lo menos tengo marido”, piensa, calla y pretende.

Mauricio que no lava un plato, que se queja de la comida, pero que no solo se termina su porción, sino lo que los niños dejan; Mauricio que tiene sobrepeso y se lava los dientes con el mismo cepillo desde hace dos años, él que mientras le pide a su esposa se embellezca no tanto para él sino porque ¿qué van a pensar los vecinos que se asoman de las zotehuelas cuando cuelgan la ropa?, viste un short deportivo y una playera del Cruz Azul roída de la que sobresale una pansa dura y brillosa, de esas que los señores de Ciudad Madero muestran orgullosos por ahí de las seis de la tarde, mientras se toman unas caguamas con sus amigos. Mauricio que habla de la madre de Norma, pero que vive en su casa sin pagar renta desde que “lo casaron”.

Ximena no ha recibido la mensualidad que le da Eduardo, en los últimos mensajes Eduardo le explica que por el momento solo puede seguir pagando los gastos de su mujer, “¿Por qué?” pregunta ella, “¿por qué insistes en mantenerla si no la amas?” Él explica que es su responsabilidad seguirle dando el estilo de vida al que Sofía está acostumbrada por el simple hecho de que sigue siendo su esposa, “formalidades”, dice. “Y a mí que me lleve el diablo, qué estúpida soy Eduardo, sigue en tu juego de la familia feliz, que cuando esto termine vas a buscarme y yo no voy a estar disponible porque simplemente ya no te alcanza para tenerme a tu lado, cobarde”. Él ya no responde, pero encuentra cierta verdad en sus palabras. A Ximena se le ha roto el corazón, llora en el pequeño departamento que comparte con Lucy su perrita, llora en la soledad y desesperación. Recibe un mensaje de Tomás, un cliente al que ella evita por sus extraños fetiches y carácter volátil. Contesta porque tiene que pagar renta. Consienten una cita en casa de Ximena, “total yo nunca he tenido una sana distancia con nadie”, le dice a la pequeña Lucy. Tomás llega, platican un rato sobre la situación de aislamiento, beben un par de copas y concretan el negocio. Como siempre Tomás es un poco violento en su trato con ella, nada fuera de lo que puede ser considerado normal dentro del amplio espectro de la sexualidad. Hasta que Ximena le pide que pare, que la lastima, él escucha pero no obedece y le tapa la boca para no escucharla gritar, la somete y termina abusando de ella y pateándola en el piso: “Te compré y por lo menos me perteneces lo que me rinda tu servicio”. Lucy ladra y lame el rostro de una Ximena que no puede llorar del dolor. Ximena con el corazón y las costillas rotas ¿Eduardo dónde estás? Eduardo mirando su cuarta copa de vino tinto pretende escuchar las quejas de Sofía sobre la servidumbre.

Con o sin pandemia sabemos que en México existe una alta incidencia de mujeres que son víctimas de violencia psicológica, física y sexual. Existen estadísticas provenientes de Link World Wide que demuestra que los picos de violencia suben los fines de semana, cuando no hay jornadas de trabajo que posibiliten a las mujeres estar fuera de su casa para estar lejos de su agresor. Con el aislamiento están expuestas a estar en cercanía física con su agresor las 24 horas del día.

Ximena, Eduardo, Mauricio, Norma, Sofía, presos de la compañía.

Somos seres sociales, disfrutamos, buscamos el contacto humano (hablo de la mayoría, existen personas que evitan la compañía y que estos días para ellos, no son novedad). Lo buscamos porque es agradable, pero para otros no solo es grato, es necesario, necesitan estar rodeados de gente por su personalidad expansiva, ¿qué pasará con ellos? , qué pasará con quienes no han pasado por una de las pruebas más duras del hombre: aprender a vivir consigo mismo en soledad. He ahí el origen de posibles trastornos, porque a pesar de que nosotros somos lo único seguro en nuestras vidas, nos desconocemos totalmente, nos evadimos, por ejemplo, si doblamos ropa, si lavamos los platos, si hacemos la limpieza, si estamos haciendo home office, si estamos cumpliendo un turno, si salimos a pasear, si hacemos ejercicio, si tomamos el sol, la situación que me digan, siempre existe un común denominador: el ruido. Hay personas que no saben estar con sus propios pensamientos, por miedo y el ruido mitiga lo que la mente necesita comunicar, más en estos tiempos de encierro. Irremediablemente la soledad llega, quienes hemos aprendido a estar con ella, solo es como una visita prolongada, pero aquellos seres expansivos no resulta ser el Covid-19 el peor enemigo, sino el silencio inevitable y el momento en que no existe nadie más que ellos mismos, sin música, sin tele, sin ruido, sin libros. El Covid-19, el precursor de la restrospección.

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