Hace más de 4 mil años los egipcios usaron las primeras prótesis (reemplazos artificiales de alguna parte del cuerpo) cuando sepultaban a sus difuntos que carecían de alguna extremidad, pues creían que de no hacerlo reencarnarían con la misma discapacidad. Desde entonces y a la fecha este tipo de instrumentos han evolucionado bastante hasta llegar a ser inteligentes. Películas como La mujer biónica (1976), hasta la más reciente Yo, robot (2004) y la serie Casi humano (Fox, 2013), hablan de hombres y mujeres que tras perder alguna parte de su cuerpo, eran mejorados con dispositivos tecnológicos para alcanzar funciones óptimas e incluso, en esos escenarios ficticios, se llegaron a diseñar personajes con superpoderes. Hoy, la realidad casi supera la ficción.

“Las prótesis nos sirven para recuperar tanto la funcionalidad como la apariencia del miembro perdido. Normalmente se utilizan prótesis mecánicas, que tienen una tecnología de hace 50 o 60 años y que, aunque recuperan poco la función de las personas, alcanzan un precio de alrededor de 40 mil pesos”, dijo Jesús Manuel Dorador González, doctor en ingeniería mecánica y líder del proyecto del desarrollo de un socket autoajustable para miembro inferior (pieza de unión entre la persona y el dispositivo), en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.

Explicó que actualmente “las prótesis inteligentes tienen la capacidad de reaccionar de acuerdo con las condiciones del entorno, en el caso del socket autoajustable éste reacciona a lo que está sucediendo en el ambiente, si hay poca presión, aumenta la presión, infla y desinfla bolsas, lo mismo sucede con las señales mioeléctricas (que transmite el cerebro a los músculos para que se muevan), las cuales se obtienen para procesarlas y en ese procesamiento se utilizan sistemas artificiales de redes neuronales para tomar decisiones de una forma similar a como lo hace el cerebro humano”.

A nivel mundial, los países más competitivos en las áreas de mecatrónica y medicina biónica son Estados Unidos, Japón y Alemania, dijo el doctor Rogelio Soto del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Pero México no se queda atrás.

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