El ritmo cardiaco se acelera al entrar en Psicosis. Los espectadores se encogen en sus asientos esperando que la catástrofe que parece avecinarse no ocurra: Un trapecista se juega la vida a una altura de 13 metros sin nada que pueda protegerlo de una caída súbita. Apoya una silla sobre dos de sus patas en el columpio y se sienta. Un grito colectivo inunda la carpa cuando inesperadamente una de las patas se resbala, pero el artista, con soltura y agilidad, esquiva la fuerza gravitatoria sujetándose de las cuerdas. Todo esto es parte del terror que caracteriza Psicosis, espectáculo que este año trae a Querétaro el Circo del Miedo, que conjuga horror y arte en un mismo escenario.

Así comienza el terror. Un rostro desencajado, como sacado de alguna película, salta a la vista de los asistentes apenas cruzan una cortina aterciopelada que da entrada al circo. Después del susto, y de alguno que otro grito, vienen las risas nerviosas de un público en el que abundan jóvenes, quienes junto a sus acompañantes se despliegan por el área de la primera carpa.

Al centro, un DJ deleita con sus mezclas, mientras varios artistas monstruosamente caracterizados, deambulan entre las filas asustando a los más despistados que, de poco en poco y casi a oscuras, van entrando con sigilo a la carpa principal.

Con la tercera llamada se ilumina el fondo de la pista circular, y se proyecta una concatenación de noticias reales sobre la bomba atómica de Hiroshima y desastres naturales causados por tornados, maremotos y temblores.

“Alerta, alerta, esto no es un simulacro, los desterrados han escapado”, se escucha en la voz de una mujer, al tiempo que aparecen en el ruedo más de 30 artistas, quienes durante el tradicional desfile sobre la arena, dirigen penetrantes miradas a los espectadores, quienes observan con asombro a los acróbatas, tragafuegos, bailarines, forzudos, payasos, contorsionistas y demás terroríficos cirqueros.

Siguiendo el hilo de la historia post apocalíptica, en la que los “desterrados” buscan sobrevivir traspasando un muro de metal, se desarrollan los 10 actos del show, entre los cuales una mujer menuda de piel morena, hace piruetas en el aire sostenida úicamente por su cabello.

Con cada apagón de luz, se anuncia el término y comienzo de una nueva presentación, dando oportunidad al staff de acomodar las estructuras y las herramientas que serán utilizados para los diferentes actos.

Aprovechando este tiempo de incertidumbre, algunos artistas se abren paso entre el público para llegar hasta el centro de la carpa, sembrando con ello terror y paranoia en los espectadores, quienes logran relajarse hasta que el payaso Carmelo aparece bajo los reflectores.

“Esta canción va dedicada a la familia invisible”, dice el bufón mientras el técnico ilumina un palco vacío. Con movimientos torpes e hilarantes, el mismo personaje se pasea entre los asientos, obsequiando a su paso pequeños vasos de agua que hace beber a quienes los reciben, como si fueran shots de tequila. Al final, el payaso saca un enorme calzón del recipiente, desatando las risas y los aplausos de los incautos.

Uno de los números que causa más conmoción es el del contorsionista, quien con movimientos sobrehumanos, y como si no contara con estructura ósea, sale de una pequeña caja para desplazarse cual araña hasta las primeras filas.

La estupefacción se acrecienta, cuando un corpulento hombre ataviado como piel roja, lanza filosas cuchillas hacia una los extremos de una mujer que gira sobre un círculo.

Durante dos horas, abundan actos intrépidos y arriesgados, como el del Péndulo y la Esfera de la muerte, en el que dos motociclistas a toda velocidad, giran dentro de una estructura metálica, donde yace una joven parada sin protección alguna.

Cada número es complementado con efectos de luces especiales y mezclas sonoras, que mantienen al público en vilo hasta que “Los desterrados” por fin logran traspasar el muro de metal hacia la inmortalidad.

Al final, los artistas reservan un poco de energía para reunirse con sus fans en el lobby del circo, quienes luego de felicitarlos, no dejan pasar la oportunidad para retratarse junto a ellos.

cetn

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