Daniel Sada tenía una regla inquebrantable: destruir todas las notas, mapas, planeaciones, esquemas y diseños que hacía para cada una de sus novelas, cuentos o poemas. En cuanto tenía en sus manos la primera edición de esa nueva obra, él destruía todo. Era una especie de mantra para empezar sin ataduras y de cero la siguiente historia que ya estaba madura en su cabeza. Sólo entonces se sentaba a escribir y volvía a entrar en el paisaje literario que construyó a lo largo de más de tres décadas y media de carrera.

Sin embargo y a pesar de su afán por destruir cualquier manuscrito o esquema que hacía en libretas profesionales de cuadro chico, siempre de cuadro chico, y escritas con pluma fuente con su letra bien chiquita, algunas cosas quedaron en el archivo personal del escritor al que se adentró EL UNIVERSAL gracias a la generosidad de Adriana Jiménez, viuda del narrador nacido en Mexicali, Baja California en 1953.

Allí está el esquema, planeación y diseño de A la vista (Anagrama, 2011), la última novela que el escritor vio salir de la imprenta. Con letra pequeña y escrita siempre en hexagramas como en el I Chiang, uno de los grandes libros chinos que se sabía de memoria y a los que acudía permanentemente para definir qué debía pasar con el personaje o para dónde debería ir la historia, está la planificación de esa novela que también ocurre en el norte, su territorio.

Justo hoy que se cumple el primer aniversario de la muerte del orfebre del lenguaje, entramos a su mundo y a su biblioteca. A su departamento en la colonia Condesa donde él permanece. Allí sobre una cómoda y frente a todos sus libros, está la urna de madera con sus cenizas –no en Coahuila como lo había previsto la familia-, está su gorra negra de lana, fotografías con sus hijas, una de las muchas notas que le escribía a su viuda, a su “Chiquita”; está el diploma y la medalla de oro del Premio Nacional de Ciencias y Artes que le fue entregado de manera póstuma.

Adriana Jiménez dice que Daniel Sada murió despuesito de que le dijera: “ganaste” y él le diera un apretón de mano en señal de haber comprendido que ese día le habían concedido el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura. Dice que el paro respiratorio que acabó con la vida del escritor, cuando apenas tenía 58 años, ocurrió un día después, el 18 de noviembre de 212. Ella es la mayor conocedora del proceso creativo del narrador que en una entrevista con EL UNIVERSAL en 2009, dos meses después de ganar el Premio Herralde de Novela, señalaba:

“Mucha gente me reprocha mi ritmo, dicen que es asfixiante y que el empeño que impongo en mis textos desquicia a la gente. Yo necesito que los lectores cumplan mis reglas del juego; es necesario que el lector haga un pacto con mis libros para que se venzan todos los obstáculos y esos obstáculos se vencen en las primeras páginas; es que ahora la mayoría de los lectores no quiere asumir retos de nada. Si fuera periodista tendría que escribir para que todos entiendan, pero como autor exijo que entren a mi mundo, que se ciñan por mi ritmo y lenguaje”, dijo Sada.

Y así entramos a su mundo, a su territorio y a su paisaje literario. A ver los diccionarios que se “devoraba”, en los que dejaba mapas de sus ciudades imaginarias como puntos de lectura, esos que casi están desechos de tanto que los usaba, leía con pasión hoja por hoja de diccionarios de sinónimos y antónimos, de definiciones. Su preferido era el Diccionario de ideas afines, de Fernando Corripio, que luce ajado pero vivo.

Jiménez habla: “En realidad no hay un archivo como tal, son vestigios, porque él así trabajaba, no le gustaba guardar los restos, ni las cosas que proyectaba. No es mucho”.

Sin embargo es todo, conocer y revisar esos pocos apuntes, entre los que se encuentra el esquema de La búsqueda inmóvil, una novela que nunca llegó a buen puerto con dolor del autor y de sus lectores. Está la vieja computadora en la que escribió las novelas que aparecieron a partir del perfecto artificio Porque parece mentira la verdad nunca se sabe y donde tecleó la última: El lenguaje del juego, que dejó concluida y se público hace tres meses ; ahí abordó el tema del narco.

El territorio del orfebre

Adriana abre una de las dos libretas que tiene sobre la mesa; al hacerlo nos abre de par en par el paisaje creativo del narrador que es considerado un “escritor barroco” y un “explorador del lenguaje”. Desvela su proceso creativo, las manías y obsesiones, sus gustos literarios: por La divina comedia de Dante Alighieri, en una edición de 1967; El zafarrancho aquel de vía Merulana de Carlo Emilio Gadda; Jacques, el fatalista de Denis Diderot.

“Él memorizaba las frases que iba construyendo, cuando no tenía las manos en el teclado, él rumiaba las frases para ver cómo sonaban y después las vertía a la escritura, era todo un procedimiento interno que solía llamar el paisaje interior. Escribía mucho y cuando no estaba escribiendo, también. Fuera de eso era un hombre muy de a pie”, recuerda Jiménez.

Asegura que Daniel era muy minucioso, todo lo calculaba, pero decía que el procedimiento no era tanto cerebral, también instintivo; le apasionaba trabajar el léxico de una manera muy depurada, dice, no sólo encontrar el término preciso que a veces podía ser un arcaísmo o un neologismo -una palabra que él inventaba-, un refrán o una frase que escuchaba; estaba muy pendiente de la puntuación y de que la historia corriera.

“Se ha hablado mucho de que es un escritor formalista, que hace mucho énfasis en la métrica, en el narrador que es muy característico. Solía decir que cuando fue becario del Centro Mexicano de Escritores, sus maestros fueron Rulfo y Elizondo quien hacía mucho énfasis en el aspecto forma, le gustaba como Daniel estructuraba las historias y su manejo del lenguaje y Rulfo le decía: ‘cuente, cuente, cuente’ ”, evoca la viuda.

La catedrática de la UACM habla también de los libros que han salido tras su muerte: La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada, de Tierra Adentro; traducciones a inglés, francés e italiano de Una de dos, Casi nunca (Premio Herralde); está por definirse el caso de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe; Posdata prepara uno con periodismo, ensayos y prólogos, que se llamará Sin mirar a los lados. Mientras, recuerda la pasión de Daniel Sada por las tres cosas que le parecían perfectas: el soneto, el ajedrez y el beisbol, y mientras mira justamente el ajedrez de éste le regaló a la hija de ambos antes de morir, Adriana Jiménez celebra el cuento más corto escrito por Sada Pase lo que pase, que es aforístico y premonitorio, contenido en su Reunión de cuentos (FCE, 2012), allí Sada dijo: “Quizá entienda en la otra vida, en ésta sólo imagino”. Ella, sabe que Daniel Sada ya ha entendido.

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