POR JUAN MANUEL BADILLO

Un payaso genial regresa y otro payaso genial se fue. Hablo, claro está, del reestreno de las películas de Charles Chaplin en salas modernas de cine y la muerte, trágica y reciente, del comediante Robin Williams.

Ambos, para bien y para mal, han formado y deformado a generaciones enteras, ambos nos han hecho reír hasta la fecha y ambos, nos han hecho llorar en su momento.

Primeros los datos. Chales Chaplin (1889-1977), el mimo universal, regresa a la pantalla grande a 100 años de su nacimiento como personaje.

Desde hace una semana y en lo que resta del mes, en salas de cine comercial se presentarán seis títulos clásicos de Charlot: El Chico (1921), La Quimera de Oro (1925), El Circo (1928), Luces de la Ciudad (1931), y Tiempos Modernos (1936) y El gran dictador (1940).

En la ciudad de México, el ciclo titulado Chaplin para siempre, se presenta en salas de la Cineteca Nacional y en complejos de la cadena Cinépolis de la familia Ramírez, con sede en Morelia Michoacán.

En el interior del país, las películas recorrerán más de 50 complejos en 21 ciudades, durante 12 días. Pero usted, querido lector que no es nada lerdo, dirá que para qué tanto alboroto por películas que puede bajar por Internet o comprar en la esquina de su casa.

La novedad de todo esto es que las películas en cuestión fueron restauradas para ser vistas en las nuevas salas de cine, en pantalla extra large, es decir, con sonido surround, es decir, envolvente y más emocionante.

Chaplin es el primer clásico del cine que ha sido rescatado para las nuevas generaciones y eso es importante para los nuevos espectadores, que han aprendido a ver el cine de distinta manera.

Fue Chaplin quien dijo alguna vez, palabras más, palabras menos, que para saber reír, primero había que aprender a llorar.

La vida misma de Chaplin fue una tragedia. De niño, el mimo y su hermano, conocieron la pobreza extrema, el frío y el hambre.

Su madre, comediante nata, actriz sin escenario, bailarina sin trapecio, fue abandonada con dos hijos pequeños y el desamor y la pobreza la llevó a locura.

Chaplin y su hermano fueron vagabundos de verdad, pidieron pan en las calles y cuando podían bailaban en las esquinas por un penique. La lección de su madre fue nunca dejar de sonreír y no permitir que nadie te quiete el derecho de soñar.

El pequeño Chaplin, el más flaquito de los dos hermanos Spencer, el menos talentoso, aprendió la lección, y llevó su cruel realidad a la ficción, a sus películas. Primero inventó un personaje donde vaciar todas sus frustraciones: Charlot, el caballerito inglés, de bombín, bastón y caminar chistosos; una copia fiel de una sociedad, la inglesa del siglo XVIII, que conoció la miseria, pero nunca perdió la sonrisa.

Las películas de Chaplin son el recuerdo cruel de quien ha tenido una vida de perros y ha logrado sobrevivir. Cada una de ellas, en el fondo, nos dicen lo mismo. Cuando peor están las cosas, es tiempo de sonreír y darle una patada a la vida en el trasero.

Seamos optimista por dos segundos y recordemos al payaso Patch Adams (Robin Williams) que aseguraba curar con la risa.

Vayamos al cine a ver una película de Chaplin, y que no se nos olvide nunca que la risa tiene, siempre, un lado trágico y misterioso.

Google News