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Lo que Luis Miguel quedó a deber en Mérida, Yucatán el sábado pasado, cuando no se presentó ante unos 7 mil yucatecos, lo pagó con creces en Querétaro, la noche del martes, donde, como pocas veces, ‘El Sol’ fue tal cual, un astro que brilló y deslumbró.

Fue en el octavo concierto de la gira ‘Dejá Vu’, en el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez, donde unas seis mil queretanas y queretanos (en menor medida) fueron seducidos con las viejas canciones de Luis Miguel, pero interpretadas con más sentimientos, con más ‘ganitas’ en comparación con otros recitales.

Habrá sido la ‘muina’ de haber sido tachado de borracho y drogadicto por un empresario de Mérida, o el coraje de ser calificado de holgazán e caprichoso, por los mismos yucatecos. Será el sereno, pero el crooner mexicano llegó a Querétaro con enjundia, cantó con enjundia y remató con enjundia.

“Hace cuatro años vino y cantó una hora, estuvo del nabo”, dijo una joven queretana, que no paraba de brincar en su butaca y por poco le da síncope cuando sonaron las primeras notas de ‘La Incondicional’.

“¿Cómo lo ves ahora?”, le preguntó este reportero a la enloquecida joven “De poca…m”, dijo.

Ríos de hormonas femeninas corrieron por todo el Josefa. Mares de féminas que juntas, cantando a coro, desafinadas pero en bola, hicieron realidad en Querétaro las estrofas del himno nacional de México, pero en versión balada romántica: y retiemble su centros la tierra al sonoro rugir de ‘Será que no me amas’.

Luis Miguel no dijo palabra alguna, ni del asunto de Yucatán, ni de la demanda que su promotor que quiere entablar contra los difamadores yucatecos. En más, no dijo nada de nada, sólo cantó, y no lo hizo porque no le da la gana, porque un ‘rey’ de la canción romántica no se va a rebajar con nimiedades.

Las fanáticas queretanas de Luis Miguel se entregaron de la misma forma que se entregó su cantante favorito, el mismo que les paga con la misma moneda siempre, cada año, con el mismo concierto, las mismas canciones, el mismo vestuario.

Fanáticas que le son fieles y coherentes con su artista favorito, así las menosprecie con conciertos de una hora, con canciones que no se aprende. Pero ellas, estoicas, que por algo Luis Miguel es el hombre de sus sueños, su hombre.

Cercana la media noche, y luego de dos horas, el cantante repartió rosas blancas, muy poquitas, y lanzó tres besos al aire, subió a una plataforma y desapareció en medio de una gigante flama, lumbre digital que apareció en la pantalla de leds.

Fuego artificial en el escenario que se mezcló con el fuego real, hormonal y espiritual, de las llamadas ‘LuisMilievers’, damas entradas en años, sin temor a hacer el ridículo, cual adolescente frente a los hijos, frente al marido, frente a la abuela, con tal de ser transportadas a los años de sus ‘mejores primaveras’, con una canción de Luis Miguel.

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