La escena se repite con frecuencia en películas, comerciales o series de televisión. Después de un día de terror, el personaje protagónico con cara de abatido se sienta ante un plato humeante de sopa o un bote de helado, no han pasado ni dos segundos después del primer bocado cuando nuestro héroe ya ha esbozado una sonrisa. ¿Qué tiene la comida que reconforta tanto? Ese sentimiento se comparte en todo el planeta, no importando la nacionalidad o la clase social: siempre hay un alimento que asociamos de alguna otra forma con un recuerdo afectuoso.

No es ningún secreto que la mayoría de nosotros tiene almacenado en sus memorias felices algún recuerdo asociado con la comida. Ya sea alguna cena navideña con toda la familia, el caldo de pollo que mamá hacía para curar un resfriado o el atolito de arroz que la abuela preparaba para aliviar un estómago enfermo. Somos animales sociales y mucho del pegamento que nos une a otros es compartir un alimento. Por eso salimos a comer con amigos, partimos un pastel en los cumpleaños o regalamos chocolates cuando nos enamoramos. No hay duda: la comida une y crea lazos afectivos, lo que no sabemos bien es por qué.

Para demostrar la teoría, la Escuela de Salud de la Universidad de Harvard realizó una encuesta y encontró que la mayoría de las familias estadounidenses consideran que la comida es una forma de demostrar afecto. No sólo eso, de acuerdo a numerosos estudios hechos por el Dr. John Allen de la Universidad del Sur de California, el cerebro humano evolucionó de tal manera que asocia el acto de comer con el placer y para que también recordara con quién había comido bien como un ejercicio de supervivencia. No por nada las grandes celebraciones se realizan alrededor de la comida y son eventos sociales que se han venido realizando por millones de años como una forma de construir comunidad además de mera conservación de la especie.

De esta manera, si el humano de hace millones de años se daba un festín de mamut con los miembros de su clan, su cerebro primitivo liberaba sustancias que lo hacían recordar ese momento para que supiera siempre que si se mantenía con ese grupo, sobrevivirían todos y que además, comerían bien. De acuerdo al Dr. Allen, sigue pasando lo mismo en tu cerebro cada vez que ingieres el platillo favorito de tu infancia: no sólo recuerdas a las personas con quien lo comías, también revives el sentimiento. Eso es el principio básico de la llamada comfort food, eso que comías cuando eres pequeño y que aún de adulto te hace sentir bien. Es por eso que los publicistas recurren a frases clichés para anunciar productos como “Como la comida de mamá” o “Sabor a hogar”. Es un reflejo inmediato que te sientas atraído a aquello que conoces, que te reconforta y sobre todo, que sabes que te gustará.

Además, existe otro elemento vital en las relaciones que tenemos con la comida, los recuerdos y las relaciones humanas, se llama dopamina y es lo que conocemos como la hormona del placer. Se trata de un neurotransmisor que se ha identificado como la central de las recompensas del cerebro y que funciona de la misma manera cuando estamos enamorados o cuando comemos algo que nos gusta mucho. Por eso no puedes detenerte cuando partes un pedacito de chocolate y te lo metes a la boca, eso provoca que la dopamina se libere y sientas un apapacho inmediato.

Tenemos una relación química con la comida, tanto así que por generaciones se ha creído que ingerir alimentos afrodisiacos provoca reacciones en el cuerpo que conducen a otro tipo de placer, en el que por cierto, también se libera dopamina. No hay escapatoria, no hay forma de que dejes de asociar la comida con el amor, pues nos es dado ya sea por nostalgia, por supervivencia o por adicción a un neurotransmisor. Lo mejor es entregarse al acto de comer como una forma de disfrute y unión con los que amamos.

Si decides quedarte en casa para celebrar San Valentín, prepara recetas diseñadas para compartir, pues la preparación será rápida y es una gran oportunidad para convivir en pareja.

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