Si ve mutantes en El crimen del cácaro Gumaro, a estrenarse en marzo o pequeños seres con venas traslúcidas en Kilómetro 31.2 un año después, será por Roberto Ortiz.

Él fue quien le “cortó” la cabeza a Ernesto Yáñez en Pastorela; reprodujo cuerpos mutilados en 5 de mayo, la batalla o algunos otros en Backyard.

Autodidacta que inició a los 16 años, lleva más de 40 películas de experiencia, como responsable del maquillaje y prostéticos (sobrepuestos como heridas) que se han visto en ellas.

Algunas creaciones, con un costo arriba de 60 mil pesos, requieren de un mes de hechura y la participación de cuatro personas.

“He visto películas de terror desde que recuerdo; me encantaba Fangoria (revista de género) y a la par veía el Alarma (publicación amarillista).

“Son cosas que siempre me han provocado mucho morbo, no sólo hacia los cuerpos, sino a su aspecto y parte criminal” recuerda este hombre de 39 años.

—Para la primera entrega de “Km 31” tomaste a tu bebé como molde, ¿igual para la secuela?

Ahora ya tiene nueve años y de cierta forma aparecerá de nuevo por ahí. Se le tomó molde para que el departamento de efectos visules haga algunas cosas. ¡No puedo decir mucho!

—¿Qué te decían los amigos de niño por tu gusto ?

(Risas) Tenía un amigo muy cercano que se desmayaba cuando veía sangre, pero a raíz de enseñarle cosas decidió que su camino era la medicina. Y ahora es jefe de médicos en el Hospital La Raza.

—¿Cuál ha sido el molde más complicado al hacer?

No un muerto, sino el de una operación para La última muerte. Hicimos un Kuno Becker de tamaño natural al que le estaban haciendo un trasplante, insertamos cabello por cabello, igualamos tono de piel y cuando ya habíamos acabado, descubrimos que había bajado de peso unos ocho kilos, entonces tuvimos que truquear el mismo día en el set.

- ¿El divertido?

El de Ernesto Yañez para Pastorela. Es enorme en todos los aspectos, nunca había hecho un molde de cuerpo para alguien tan grande. Al final en la película, se ve tiradito, porque evitaron irse por lo grotesco, encima de la comedia.

¿Cuál ha sido el comentario más chusco?

Cuando hicimos el cuerpo de Elizabeth Cervantes para El infierno, estaba muy contenta porque respetamos su fisonomía, era desnudo y al final no se vio porque estaría decapitado y sin ropa y eso haría pensar que hubo otra cosa. Y Damián (Alcázar) se puso a jugar con el cuerpo antes de la toma y se le vio en su fase necrófila (risas)

—¿Tienes pesadillas, a pesar de vivir con todo esto?

Todo lo que veía antes (de publicaciones) las empiezo a sacar en sueños. No es que se levanten o me persigan, sino que están ahí en un ambiente de sangre y el miedo a que se te pegue una enfermedad. De chavo no me importaba estar ahí (en forenses) por irresponsable, pero ya soy papá y cambia todo.

—¿Con tanta tecnología en efectos visuales, se acabará el trabajo artesanal que haces en cine?

No, en las convenciones en Hollywood se está rescantando la labor que hago. La comenzaron haciendo ingenieros, sin artistas plásticos y por eso salían cosas espantosas como el Jar Jar Biinks o el Jabba nuevo de Star Wars.

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