Kiev.- Quinto día de guerra. El toque de queda, decretado el sábado por el alcalde de esta capital aún cercada desde el aire y con columnas de blindados rusos acercándose cada vez más, finalmente ha expirado.

Es una jornada de sol radiante, fría. Y reina un enorme escepticismo en cuanto a las negociaciones comenzadas este mediodía entre una delegación rusa y otra ucraniana para detener la locura y negociar un alto el fuego en el que nadie parece creer.

Mientras algunos aprovechan para seguir escapando de la ciudad –los rusos dieron autorización para salir a los civiles y Naciones Unidas calcula que ya hay 500 mil refugiados ucranianos–, en el barrio de Podil, en el centro, la gente resurge de sus escondites bajo tierra. Hay que salir a comprar comida, que empieza a escasear, a tomar oxígeno, a respirar aire, a ver el sol.

En una ciudad siempre desierta, sin autos, que ha pasado una noche relativamente más tranquila con respecto a los últimos días, con menos bombazos, el clima es cada vez más surrealista.

En la plaza Kontraktova una joven de jogging rosado con auriculares puestos corre dando vueltas alrededor de la estatua de Gregory Skovoroda, filósofo de origen cosaco ucraniano que vivió y trabajó en el Imperio Ruso a fines del siglo XVIII. “No, no escucho música, sigo las noticias”, dice a LA NACIÓN en inglés.

“Putin está loco, quiere nuestra tierra y con estas negociaciones sólo quiere ganar tiempo”, asegura Alexandra, que es una runner y que estaba a punto de enloquecer después del encierro de casi dos días en el bunker del edificio donde vive. “Por eso me ves corriendo, lo necesitaba desesperadamente”.

Un hombre pasea a sus dos sabuesos afganos, una señora con gorro de piel, su salchicha y Natalia juega con Matías, su hijo de 9 años.Como muchísima otra gente del barrio, Natalia, que es docente de inglés, se despertó temprano. Ni bien terminó a las ocho el toque de queda, acompañada por su niño, que también necesitaba salir porque es hiper-activo, según dice, fue al supermercado a comprar comida. “Ya no me quedaba más nada en la heladera y tuvimos que hacer fila de ocho de la mañana hasta las once.

Dejan entrar de a diez y dejan media hora de tiempo para comprar y la gente está confundida porque los estantes empiezan a estar vacíos. Ya no hay leche fresca, solo de larga duración, no hay huevos, pan, carne y sólo encontré verduras congeladas y pelmeny (el tradicional raviol ruso) congelados”, cuenta. “Espero mañana poder comprar más... Lo único que sigue habiendo en cantidad es todo lo dulce, así que él está contento”, dice, señalando a su hijo.

¿Qué piensa de las negociaciones? “Para mí no van a funcionar. Putin tiene un plan, que es tomar nuestra tierra, Ucrania. Putin quiere ser el rey de toda Ucrania, él no quiere negociaciones. Nos está engañando. Creo que se volvió totalmente loco, está atacando a civiles, está matando a nuestros niños. Y alguno de sus colaboradores cercanos debería agarrar una pistola y matarlo para que se acabe esta pesadilla”, asegura.

Coincide Maxime, ingeniero mecánico ahora desempleado de 35 años, gorro de lana gris, anteojos y arito, que también fue a hacer compras y también aprovechó para que su hijito, Boris, tomara un poco de aire. “Las negociaciones no tienen sentido, no van a dar ningún resultado. Desafortunadamente Rusia y Bielorrusia ya demostraron sus intenciones.

"Putin se metió en un juego demasiado peligroso y me parece muy difícil una salida diplomática. ¿Cuántos intentos hubo de negociaciones políticas en las últimas semanas y de todos modos llegamos a esto, una guerra, una invasión total?”, se pregunta.

¿Cómo está viviendo la situación? “Aterrados, como todos. Estamos en un refugio, pensamos que es mejor quedarnos acá porque estamos rodeados por los rusos y salir en este momento de Kiev puede resultar aún más peligroso porque los rusos están atacando también en muchas otras ciudades...

"Tratamos de seguir adelante con la vida como podemos, con la educación de los chicos, haciendo lecturas”, dice. En ese momento una señora de campera bordó que lo precede en la larga fila que hay frente al supermercado, rompe en lágrimas. “Están atacando muy cerca de acá, están llegando”, dice en ucraniano, según traduce Maxim.

Se suma al coro de escépticos y desconfiados Anton, que cuenta que es sociólogo, político y mánager de inversiones, de 31 años. “Las negociaciones no van a llevar a ningún lado. Los rusos están comprando tiempo”, afirma.

“Putin sólo podrá cantar victoria si toma Kiev, nuestra capital y por eso estas negociaciones son para ganar tiempo y prepararse mejor, porque se dio cuenta que, aunque tenemos recursos mucho menores, los ucranianos estamos resistiendo con todas nuestras fuerzas”, agrega, al precisar que es parte de un grupo de voluntarios dispuesto a luchar y a defender la capital.

También se ven grupos de hombres armados, como tres jóvenes con pantalones mimetizados tipo militar, mochilas de combate, pasamontañas negros y cinta amarilla en el brazo. Si bien son gentiles cuando los detenemos para preguntarles si hablan inglés, no quieren dar mucha más información.

Evidentemente son parte de esas fuerzas de combate locales que están luchando contra el enemigo en confrontaciones que, según fuentes de prensa, ya se están dando en algunos barrios de la capital.

De hecho, así como ya es normal que de repente suene la lúgubre sirena que advierte de inminente bombardeo aéreo –ante la cual algunos reaccionan corriendo hacia sus refugios, pero otros ni se inmutan, siguen en la cola del súper, porque es más importante la comida, como sucede pasado el mediodía–, repentinamente se oyen tiroteos.

Katerina, de 33 años, pelo rubio lacio, mánager de un bar de la zona, es la única que ostenta un mínimo de optimismo. “Aunque no cambiará demasiado la situación, pienso que ya el hecho de que, de todos modos, haya negociaciones, es un paso importante. Y quizás podamos avanzar en una buena dirección”, comenta. “Veremos, hoy ya es un mejor día que ayer”, agrega, aludiendo al hecho de que al menos se pudo salir de “la ratonera”.

Soltera, cuenta que en verdad vive en otro barrio de la ciudad, en un edificio residencial muy alto, por lo que decidió mudarse junto a su madre al bar que maneja, porque se encuentra en un subsuelo de este barrio fashion, el barrio de los artistas, del centro de Kiev.

“Ahí seguramente estamos más resguardadas”, asegura, al subrayar que al momento ella tampoco piensa irse de Kiev. “Me quedo y voy a ayudar en todo lo posible a quienes están luchando para defender mi ciudad, aportando comida, ropa, lo que haga falta.

“Aunque mi plan B es escaparme a Italia, donde tengo a un exnovio listo para recibirme en su casa porque quedamos siendo muy amigos”, añade, con una sonrisa.

¿Qué piensa de Putin? “Que está loco, es una persona enferma, estamos en el siglo XXI, en el centro de Europa, es inaceptable esta invasión, esta guerra es inconcebible, inimaginable, aún no podemos creer que está ocurriendo de verdad”.

Sobre el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, que también se mostró escéptico de las negociaciones en curso y que sigue arengando a la población a resistir, Katarina sólo tiene palabras de admiración: “es el hombre del año, nuestro gran orgullo nacional”.

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