Cuando a la familia García Martínez le dijeron que Lulú tendría disgenesia parcial del cuerpo calloso fue devastador. Desde entonces, María García inició un largo camino junto a su nieta Lourdes, con la esperanza echada al aire, pues el futuro, según lo dijo el médico, no era alentador.

Durante los primeros años, Lourdes Ortíz García se desenvolvió como un bebé cualquiera, pero cuando comenzó a crecer, en la guardería notaron que no hablaba y que tampoco podía caminar correctamente. Fue ahí cuando se encendieron las señales de alerta y se afrontó un diagnóstico de discapacidad, causado por malformaciones en el cerebro.

“El neurólogo nos explicó que el cerebro de mi nieta no se había desarrollado completamente. Lulú era muy pequeña cuando en la guardería nos dijeron que la niña no habló ni caminó a tiempo; esos fueron los primeros signos", relata la abuela.

“Desgraciadamente, los neurólogos a veces dan noticias terribles y las dan de mala forma. Nos dijeron que la niña no iba a caminar, que si salía a la calle no iba a saber regresar, todo era muy desalentador. Pero no nos dimos por vencidos y comenzamos a buscar instituciones de educación especial, terapia de lenguaje y de psicomotricidad”, agrega.

Desde muy pequeña, Lulú comenzó con su educación especial, y de esa forma, sin contratiempos mayores, estudió el kinder y la primaria. Sus padres y abuelos veían con emoción cómo la niña se hacía cada vez más independiente.

Cuando cumplió 12 años, ella estuvo lista para afrontar nuevos retos y comenzó a tomar talleres de repostería, manualidades y jardinería, avanzando cada día un poco más. Desde entonces, ha aprendido paulatinamente lo que es hacerse cargo de tareas domésticas, personales, recreativas e incluso laborales.

Ahora, Lourdes pone a prueba sus aprendizajes en empresas que en un futuro podrían contratarla, como el hotel Holiday Inn, donde actualmente practica junto con otros jóvenes de su edad.

Esto se debe a que ingresó al Centro de Atención Múltiple de Capacitación Laboral (CAM-Cala), donde el objetivo es preparar a los jóvenes con algún tipo de discapacidad para que puedan integrarse y conseguir empleo. El caso de Lourdes, quien ahora tiene 19 años, es sólo uno entre cientos.

“Es el cuarto año que ella está en el CAM-Cala y ahora ya está en cuadrilla, es decir, ya va a practicar al hotel. Ahí, los pasan por varias áreas donde los maestros ven cómo se desenvuelve: algunos, en lavandería; otros, cocina; otros, de camaristas. Hacen de todo un poco para ver dónde se desempeñan mejor. Lulú ahorita está en lavandería y ya plancha, dobla ropa. Jamás nos imaginamos algo así. Mi nieta siempre va muy contenta a esas actividades, además tienen la opción de que el hotel los contrate”, indica.

En primer lugar, Lulú tuvo que cursar decenas de talleres para que los profesores identificaran sus aptitudes y debilidades; posteriormente, formó parte de una cuadrilla, donde junto con sus compañeros acude cada día a uno de estos hoteles y, bajo supervisión, apoya en la cocina, lavandería, jardinería, entre otras zonas.

Su abuela María ve con orgullo lo que nunca imaginó: a su nieta Lulú independiente, feliz y con sus propias estructuras sociales.

“Además de que aprenden nuevas actividades, hacen buenos amigos, porque los niños y jóvenes con alguna discapacidad tienen muchos problemas para relacionarse, no todos tienen paciencia para convivir con ellos”, dice María García.

Se necesitan más apoyos

María García agradece que existan espacios como el CAM-Cala, donde los jóvenes con discapacidad tienen oportunidad de aprender diferentes actividades y, gracias a ello, tienen más posibilidades de conseguir un empleo.

Sin embargo, señala que dichos centros no son suficientes, pues aún hay mucha discriminación en la ciudad.

“Cuando la llevé a trabajar el primer día al hotel, me regresé llorando de emoción, porque nunca nos imaginamos que sería tan independiente. Ojalá que tuviéramos más espacios como éste, falta mucho más. En las demás escuelas es muy difícil que acepten a niños y jóvenes con discapacidad; todavía falta mucha inclusión”, precisa.

A las familias que están pasando por la misma situación que ella vivió hace 19 años, les pide no perder la fe en los niños o jóvenes, ya que “son más fuertes de lo que pensamos”.

CAM-Cala

En el CAM-Cala se capacitan a jóvenes con discapacidad, de entre 15 a 22 años, los cuales tienen clases escolares y experimentan situaciones reales de trabajo; participan en distintos talleres, donde tienen la oportunidad de desarrollar competencias laborales aprendiendo no únicamente de la teoría, sino también de la práctica.

La misión de este lugar, que pertenece a la Unidad de Servicios para la Educación Básica en el Estado de Querétaro (USEBEQ), es contribuir a su desarrollo de competencias laborales y socio-adaptativas, basadas en los principios de educación inclusiva, acceso, permanencia, participación y aprendizaje.

El personal de dicho centro, ubicado en Avenida Universidad Poniente, busca ser la mejor institución educativa de formación para la vida y el trabajo de los jóvenes con discapacidad en la entidad.

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