José Antonio Gurrea Colín me invitó a debatir en EL UNIVERSAL Querétaro sobre el correcto o incorrecto uso del lenguaje, a raíz de que mi casa Plaza de Armas subió mi columneja semanal a la red, y yo acepté sabiendo que voy a encontrarme con polémica y, a lo mejor, el odio de feministas a ultranza, que buscan la igualdad de géneros incluso en el lenguaje, en lugar de buscarlo en las políticas públicas, vida cotidiana, presupuesto de egresos, relaciones laborales y sexuales, etcétera.

Estoy hasta la mádere que desde el discurso foxiano todos los panistas y uno que otro priísta utilicen eso de “los niños y las niñas”, “los diputadas y diputados”, etcétera. Manejan esas cacofonías en sus intervenciones que se nos hacen chocantes e inútiles, como si el idioma Castellano y su Real Academia no recomendaran el uso sencillo y claro de tan rica lengua.

Seguramente van a reformar la Constitución (como lo hacen en sus spots) para llamar a la Cámara Baja: Cámara de Diputadas y Diputados. Lo que se me hace una barbarie e ignorancia mayúscula, puesta de moda por un señor que de cultura general tiene lo que yo de virginal y, si no, recuerden lo de José Luis Borgues en lugar de Jorge Luis Borges. Veo un miedo en todos los oradores políticos a ser calificados de machistas o misóginos si no dicen estas indejadas. Los muy onagros son capaces de decir “seres y seras humanos y humanas”; “personas y personos”; “camarones y camaronas”; “langostas y langostos “; “señoritas y señoritos”; “víboras y víboros”; “culebras y culebros” (ustedes lo serán); “cronistas y cronistos”; “periodistas y periodistos”; “rana y rano”; “animales y animalas”; “búho y búha”; “lechuza y lechuzo”; “panistas y panistos”; “intelectuales e intelectualas”, “féminas y féminos”.

En sus ridículas y aburridas peroratas afirman: “pederasta y pederasto”; “circuncidado y circuncidada” (¿con qué objeto?); “objetos y objetas”; “cuervos y cuervas”; “hienas y hienos”; “sapos y sapas”; “amantes y amantas”; “cualquieras y cualquieros”; “cupidos y cupidas”; “seminaristas y seminaristos”; “góndolas y góndolos”; “canallas y canallos”; “hipócritas e hipócritos; “dentistas y dentistos”; “ballenas y ballenos”; “candados y candadas”; “licencias y licencios”; “plantas y plantos”; “alimañas y alimaños”; “cabezas y cabezos de familia y familio”; “puentes y puentas”; “naciones y naciones”; “almas y almos”; “espíritus y espírituas”; “obispos y obispas”; “demonios y demonias”; “duendes y duendas”; “herejes y herejas”; “órganos y órganas”; “congresistas y congresistos”; “maridos y maridas”; “cónyuges y cónyugas; “chimenes y chimenas”; “estudiantes y estudiantas”; “brillantes y brillantas”; “amantes y amantos”; “juerguistas y juerguistos”; “sílfides y sílfidos”; “chancros y chancras”; “tiburones y tiburonas”; “mariposas y mariposos”, “cobardes y cobardas”. Ya me cansé de tantas indejadas.

Les dejo mejor amigos lectores y lectoras, en brazos y brazas de un especialista (¿o especialisto?) en el tema. Me acusan de machista a pesar de que en casa tengo tres hijas y una esposa a las que trato con dignidad y respeto, al igual que a todas las féminas; luchando, desde mi trinchera de cronista y catedrático e investigador universitario, contra toda clase de discriminación y mi conducta y escritos así lo avalan. Me dijeron en las redes sociales que era un decimonónico por escribir así, respetando la especie y no tanto los géneros; pues sí, soy del siglo XIX, si eso es como decía el inmenso escritor José Fuentes Mares: “Los decimonónicos (¿también las decimonónicas?) hacían el amor con un traje de levita y dos leyes en la mano, como Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada”.

Respeto y admiro a mis amigos y amigas feministas, pero en el actuar, más que degenerando el lenguaje, está el bienestar de las mujeres. Sí admito de mis malquerientes, en cuanto al lenguaje, que el idioma está vivo y que esas expresiones de “las y los” son una señal que el Castellano mexicano evoluciona. Desgraciadamente, las redes sociales están llenas de groserías, cobardías, anónimos, faltas de gramática y de ortografía, haciéndome pensar que las redes no democratizaron el conocimiento sino que colectivizaron la estupidez e intolerancia.

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