Ensayaba para su vals de XV años, todo tenía que ser maravilloso. Bailaba siguiendo la música de “El lago de los cisnes”, cuando su vista se oscureció. Lupita ya había experimentado algo similar en la escuela, la llevaron al oftalmólogo y todo parecía estar bien. Pero ese nuevo episodio de oscuridad comenzó a preocupar. Los ensayos para el vals continuaron. “Fue una fiesta hermosa, también bailé tap con gotas de lluvia sobre mi cabeza, traía una sombrilla rosa, todo era color de rosa… Hace 31 años así era la vida para mí”.

Lupita pierde la vista a los 40 años de edad, a causa de ese tumor que se presentó a sus 15 años. En su última operación estaba en riesgo todo, el habla, el movimiento, la vista, la vida. “Perdí la vista pero estoy viva”, dice María Guadalupe Campos, con una sonrisa. “Así es como se debe afrontar la vida”.

Llega a la Escuela para Ciegos y Débiles Visuales para aprender a usar el bastón, braille, computación, masoterapia y fotografía. “En 2012 nos invitaron al taller de fotografía y yo dije: ¿Cómo un ciego va a hacer fotografía? Pues yo me voy a meter, para saber cómo un ciego hace fotografía. Era como desafiarme”.

La fotografía le regresa la vista. Con la cámara captura la imagen de un objeto, un rostro, un paisaje, y la descripción de esas imágenes es lo que le permite ver, ver con toda claridad en medio de esa oscuridad. Y Lupita ve hasta en sus sueños las fotografías que crea.

“Sueño como si viera, siempre en mis sueños estoy viendo, veo a mis hijas, he hecho fiestas en los sueños, he soñado mis fotos, tengo sueños de mis proyectos fotográficos, he soñado que hago una exposición mía. Sueño que veo. Lo más increíble es que en mi sueño digo: Pero si yo estaba ciega… ¿Por qué estoy viendo?”.

Su obra fotográfica se ha presentado en Galería Municipal Rosario Sánchez de Lozada, Museo de Arte de Querétaro (MAQRO), está en el libro El hilo negro, Taller de Fotografía de Ciegos 2012-2015, y se exhibirá en el tercer Festival Oxímoron 2016, evento que se realizará del 28 de noviembre al 3 de diciembre en Querétaro.

Una niñez normal. A la edad de 6 años, Lupita llega a vivir con su familia a El Pueblito, Corregidora. Ahí cursa su educación preescolar, primaria y secundaria. “Mi niñez fue normal, porque yo nací viendo, soy ciega adquirida. Cuando yo llegué aquí sí veía, tengo en mi mente El Pueblito que en realidad es muy chiquito, eran como seis calles, ahora todas son colonias nuevas que se extendieron a las parcelas, pero aquí era todo muy pequeño, yo tengo en mi mente ese mapa de El Pueblito”.

Justo al terminar la secundaria comenzaron los problemas en la vista, por un tumor en la cabeza. La primera ocasión estaba en clase de educación física, en un instante su vista se envolvió de una nube negra. Pero en un abrir y cerrar de ojos regresó la luz. El oftalmólogo dijo que todo estaba bien. Lupita dice “me confundí, me lo imaginé”.

Continúa con los preparativos de la fiesta de XV años. De chambelán invita a Luigi, José Luis Chávez Arteaga, amigo y compañero de la escuela. “A mí me dijeron tienes que elegir a una persona que sea responsable y Luigi era un alumno muy formal, si yo era muy relaja él era muy dedicado, muy inteligente”. Comienzan los ensayos y nuevamente vuelve la nube oscura.

Después de la fiesta acude a consulta con un neurólogo que le pide realizarse una tomografía para diagnosticarla, “porque él ya había visto algo mal en mis ojos”. Pero en ese tiempo en Querétaro ni siquiera había donde realizar una tomografía. La trasladan a Celaya, el estudio muestra un tumor. Operación inmediata. “Tenía 15 años, con el mundo a mis pies. Yo muy segura le dije a mi papá: Quiero que me operen para poder superarme. Después de la operación sólo veía sombras. ¡Prendan la luz!, y me decían: ya está prendida, pero le pusieron algo a la luz para que no te lastime. Con razón, decía, veo puras sombras. Pero ya era débil visual”.

En 1986 ingresa a la Escuela de Niños Ciegos de la Junta “Josefa Vergara”. Poco tiempo dura ahí, el nervio se desinflama y vuelve la luz a sus ojos. “De un 10% ahora veía en 80%. Algo increíble”. Termina sus estudios de preparatoria y decide estudiar la licenciatura en Administración de Empresas Turísticas, estudiando apenas el primer semestre se presenta nuevamente el tumor y viene otra intervención. La recuperación se retrasa por una nueva operación, ahora de apéndice, con todo eso decide dejar por un tiempo la escuela.

Y su vida toma un nuevo camino, un camino a lado de Luigi. Se casan. Luigi termina la carrera en Derecho. Tienen a sus hijas, Danya y Daniela. “Y todo va muy bien, muy bonito. Me dedico a ser ama de casa, cuidar a mis hijas, fue increíble”. Daniela estaba por cumplir sus 15 años. Lupita, emocionada como en su propia fiesta, atiende todos los preparativos cuando aparece esa nube negra. “Ya en mi corazón no estaba aquel momento vale gorro de juventud que no te importaba, ahora sí me importaba porque tenía dos hijas, estaba casada, ya todo es más difícil”.

Acude con el médico que la había operado en ocasiones anteriores. Se realiza la obligada tomografía e inexplicablemente ahí estaba el tumor y más grande que antes. Cuando le habían dicho que en la segunda década de vida del paciente el tumor perdía fuerza, estaba ahí y amenazaba con traer de regreso esa su nube negra.

Por recomendación del médico llega al Instituto Nacional de Neurocirugía, pero Lupita no era la única paciente.

“Había gente que tenía esperando tres meses. Yo no sé qué santo me seguía, a mí me llevó un día y medio ingresar. Pero me dicen: En dos meses te hacemos la resonancia. Yo le dije al doctor: No me voy a ir de aquí hasta que me hagan los análisis. Me quedé ahí y me hicieron los análisis”. Aun así la operación tardó semanas y cada día que pasaba Lupita perdía una fracción de vista. “Yo estaba desesperada. Me estaba quedando ciega”.

Finalmente recibe la llamada para avisarle de su cirugía. Se traslada al Instituto Nacional de Neurocirugía, comienzan a prepararla. Primero el ayuno. Subir y bajar escaleras, para más estudios. Tres días permanece sin comer. No había quirófano para su cirugía. Sin fuerza en su cuerpo recibe la visita del doctor que la iba a operar. “Lupita, ya te vamos a operar. Si ya no puedes comer no te preocupes te colocamos una sonda, si ya no puedes hablar hay terapias de lenguaje, si no te puedes mover hay terapias de movimiento. La vista es un hecho, se va a perder, pero no te preocupes... vas a vivir. A mí se me escurrían las lágrimas, de recordarlo hasta se me quiebra la voz”.

Ese día no se realizó la cirugía. Tardó otros tres días pero Lupita tenía otra actitud. “Empiezo a darle otra cara a la vida, dije: Si esto me pone la vida le respondo con esto otro. Y empiezo a decir: Voy a salir de aquí. Le pedí a la Virgencita de El Pueblito: Regrésame porque allá están mis hijas. Me operan y me va súper bien. Estaba viva”.

Los mismos médicos estaban asombrados de que a las pocas horas de haber salido del quirófano Lupita estaba riendo con Luigi. “Maravilloso, dijo el doctor, maravilloso… Eran mis ganas de vivir”.

Iniciar una nueva vida. Sin fuerzas en su cuerpo, pero sí en su corazón regresa a Querétaro para recuperarse. Y toda su vida se transforma. Regresa a vivir a la casa de sus padres. Su esposo se volvió su enfermero particular. Cambia de trabajo, uno que se acomoda a las necesidades de su esposa, quien ingresa como alumna de la Escuela para Ciegos y Débiles Visuales Adultos.

“Al principio la veíamos como un bebé que no se podía valer por sí misma, y nos parecía hasta cierto punto arriesgado que ella anduviera sola en autobús, en taxi, que se saliera a la calle porque pensábamos que se iba a perder. Las primeras veces que iba a la escuela yo la acababa de dejar en la puerta y le decía que ya me iba, pero no me iba, me quedaba ahí afuera esperando, viendo a qué hora salía, porque yo tenía el temor que le fuera a pasar algo”, platica Luigi.

Lupita pronto aprende a usar el bastón para guiarse, descubre que es una extensión de su mano. Estudia braille, el primer libro que lee con este sistema fue de Benjamín Franklin. Se especializa en masoterapia. Utiliza la computadora hasta convertirse en una experta. “Lupita ha desarrollado más actividades ahora”, agrega Luigi.

“Se había dedicado 100% a ama de casa. Lupita no sabía cómo se prendía una computadora, ahora sabe más computación que yo, yo no tengo una página de Facebook pero ella se mueve como pez en el agua y todo el tiempo está leyendo su Face, correos electrónicos que le mandan, estudia música y fotografía, nos deja una enseñanza de aprendizaje, para ella no se cerró el mundo, se abrió más”.

En 2012 llegó a la Escuela para Ciegos y Débiles Visuales el Taller de Fotografía de Buró Cultural Artesano, coordinado por Miguel Ángel Herrera Oceguera. “Yo dije: ¿cómo un ciego va a hacer fotografía?, pues yo me voy a meter, para saber cómo un ciego hace fotografía. Era como desafiarme”.

En su primera práctica crea una fotografía representando los colores de la bandera de México. “Con mis manos empecé a acomodar esa fotografía, recuerdo que era septiembre y pensaba en la bandera, empiezo a hacer mi composición y a relacionar el rojo de los jitomates, el verde de los chiles, el blanco de la cebolla, los colores patrios, me di cuenta que hay muchas herramientas para que un ciego haga una composición, estaba viendo con las manos”.

La descripción de un asistente es fundamental para completar el trabajo del fotógrafo ciego. El fotógrafo define el concepto, la posición de los modelos, el encuadre. Crea la fotografía y la ve cuando el no ciego se la describe. “La fotografía es luz, una luz que yo tengo integrada en mi mente. Me di cuenta que la fotografía me estaba cambiando, me estaba dando seguridad, yo estaba viendo a través de la fotografía”.

En sus sueños, Lupita trabaja en sus proyectos fotográficos, quiere hacer su propia exposición que llamará Naturaleza Perfecta. Además de continuar haciendo teatro, aprendiendo de música, escribiendo poemas. Trabaja como masoterapeuta y es la orgullosa mamá de dos recién graduadas. Ellas, dice Lupita, “son mi propia luz, por ellas quiero seguirme superando”.

Google News