El sonido de las teclas de una máquina de escribir remiten a muchos a viejos tiempos, cuando las tareas se hacían con estos aparatos; mientras que para los más jóvenes son piezas dignas de un museo. José Carlos García Mancilla, en su pequeño taller sobre avenida Corregidora, da nueva vida a estos objetos que se han vuelto de culto para un sector de la población. Incluso, entre las máquinas de escribir que posee, hay una que perteneció a Pedro Infante, según la persona que se la dio a reparar.

La nostalgia por años que ya se fueron, recuerdos familiares entrañables, cariño por un aparato que acompañó en jornadas de trabajo o estudio, o necesidad de algunas empresas, orillan a que al menos ocho personas a la semana visiten el taller de José Carlos para reparar máquinas de escribir.

Menciona que algunas de las máquinas tienen su historia particular, como una de color azul metálico que le llevó un actuario: “Era un señor como de 85 años. Me empezó a platicar que esa máquina que llegó a sus manos perteneció a Pedro Infante. Me pregunté: ¿Será o no será?. El señor me la trajo de una falla muy pequeña y regresó dos o tres veces, porque quería conservar la máquina y, de repente, dejó de venir. La guardamos y tiene aproximadamente 30 años guardada. El señor ya no regresó por ella y la hemos conservado de recuerdo”.

Desde 1968 se dedica a reparar máquinas de escribir, aunque el avance de la tecnología desplazó a estos aparatos, que marcaron toda una época y que eran básicas en cualquier oficina pública o privada.

Reemplazadas por las nuevas tecnologías. “La tecnología ha hecho que el uso de la máquina de escribir sea menos, pero hay gente que todavía llena un documento; hay partes donde no hay luz o se les va el sistema y necesitan una máquina de escribir. Ya quedamos pocos [que reparan máquinas], dos o tres locales establecidos que nos dedicamos al mantenimiento de equipo de oficina”, sostiene.

En su local da la bienvenida una vitrina que exhibe al menos un docena de estos aparatos, unos más “modernos” que otros; hay aparatos con al menos 25 años de antigüedad y también de los últimos que se construyeron.

Señala que le llevan a reparar máquinas antiguas, aparatos que se deben de conservar para las nuevas generaciones, pues hay jóvenes que no tuvieron oportunidad de conocerlas.

“Me ha tocado que vienen con el papá y como museo, a enseñarles lo que es una máquina de escribir, porque los jóvenes ya no las van a conocer, pero se siguen usando. Esperamos durar más años para darle mantenimiento”, abunda José Carlos.

Además de reparar y rehabilitar máquinas, también las venden cuando los clientes así lo requieren, ya que se dejaron de fabricar cuando se dio paso a las computadoras.

Con el avance tecnológico, dice, las empresas que las hacían desaparecieron, como Olivetti u Olimpia, esta última mexicana; a inicios de los años noventa del siglo pasado terminó la producción, cerraron las plantas y sólo sacaron los inventarios.

Explica que las refacciones y piezas se consiguen por la producción de empresas que trabajaban para las firmas ensambladoras y, con eso, se le da mantenimiento a las que quedan.

Recuerda que han llegado a sus manos piezas muy antiguas, muchas heredadas de los abuelos a los nietos, y que incluso las llevan en baúles, como si fuera un tesoro muy valioso.

“Acabo de reparar una máquina que quizá sea de 1890, la tenían guardada en un estuche. Abrirla y repararla es algo único, es una máquina que nunca se había tocado. Se rehabilitó y la tiene una persona que colecciona los aparatos”, asevera.

Precisa que aunque ya no hay mercado para las máquinas de escribir como herramientas de trabajo, llaman la atención de los coleccionistas, quienes las ven como objetos en vías de extinción y les dan valor especial.

Comenta que, actualmente, los médicos son quienes más usan las máquinas de escribir, pues su escritura no es muy legible.

Señala que una máquina de escribir estándar cuesta aproximadamente mil 500 pesos en el mercado, siempre y cuando esté en buen estado. En las máquinas más antiguas depende del estado general de la máquina. “Si está impecable, llega a costar 40 o 50 mil pesos. Yo no le puedo poner un valor, porque se me haría poco. Podrían costar más, porque tienen 100 años y se han conservado intactas”, acota.

Para quienes piensan que ya no hay repuestos como cintas, José Carlos, de mediana estatura y físico atlético, fruto de las cuatro décadas dedicadas al ciclismo, resalta que aún se encuentran, pero se han ido reduciendo las empresas que hacen este tipo de piezas; sin embargo, recalca, son relativamente sencillas de conseguir.

Una experiencia única. El “tac, tac” de las teclas de la máquina de escribir es único, así como el sonido de la campanilla que alertaba que pronto habría que cambiar de línea, cosas que solamente quienes crecieron con estos aparatos conoce, menciona José Carlos García.

“He platicado con escritos y con músicos que escriben en la máquina. Más los escritores, me dicen: Me gusta el ruido de la máquina. A la hora de escribir el sonido de la máquina es único. Hay gente que todavía escribe en la máquina. Tiene su romanticismo. He tenido suerte y han venido escritores que quieren una máquina en buen estado y me la encargan”, asevera.

Explica que, a pesar del avance de la computación e incluso de los dispositivos móviles, las máquinas de escribir se siguen usando para ciertos trámites, como el llenado de cheques o documentos importantes.

“Vi un comentario de que en Rusia el problema de la alteración de documentos hoy día con el escáner, están haciendo documentación con la máquina de escribir porque no se pueden alterar. Volvieron a la máquina de escribir”, cuenta.

“Son tan hábiles para falsificar documentos, pero con la máquina de escribir no se pueden falsificar, porque la máquina deja una huella única, no se puede falsear. Un perito especializado puede detectar que la letra se movió, que los márgenes no coinciden, entonces no es difícil que a futuro se pueden volver a usar las máquinas”, enfatiza el hombre.

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