L legó el 12 de diciembre a La Cañada, una comunidad que pese a centenarios de historia no rebasa los 9 mil habitantes; es una de las dos fechas más esperadas, en la primera (29 de junio) veneran a San Pedro Apóstol y en la otra —incluso más importante que la anterior— a la Virgen de Guadalupe.

Es la figura que da identidad religiosa a los mexicanos, la patrona que provoca que cada año se tire la casa por la ventana y ahí, en San Pedro La Cañada lo saben bien.

Once días previos de danzas, ceremonias, misas, rezos, convivencia para llegar a la “fiesta grande”.

Antes de las 9:00 de la noche del 11 de diciembre, de a poco llegaron las familias, mamás y papás con los más pequeños, jóvenes preparados para el baile de más de seis horas, otros con el “toper” para llevarle un taquito a los que no pudieron asistir.

Así comienza la fiesta del Gallo, la que anuncia la llegada al 12 de diciembre, fecha en que se conmemora a la llamada “Morenita”. La imagen de la virgen está para su adoración en la Iglesia Chiquita, el templo más antiguo del estado, construcción que comenzó en 1529.

Para el año de 1948, la virgen de Guadalupe se convirtió en la patrona de este pueblo. Pero es que en La Cañada nace Querétaro; su origen indígena, el lugar en donde vivió Conín y la mística de su geografía la hace, quizá, la población con las tradiciones y costumbres más arraigadas de la entidad.

Aquí, se asentaron los grupos chichimecas cuyas manifestaciones prevalecen en la actualidad; la mística prehispánica fusionada con la imposición de la religión católica hizo de este pueblo lo que es hoy.

Antes de la misa, en el atrio de la iglesia se escucha la música, decenas de personas llegan con sus farolas con figuras de gallos y estrellas, esos de tradición católica que simbolizan al animal que anunció la llegada del niño Jesús y el astro que guío el camino a Belén.

Gallitos para los más pequeños, otros de hasta cuatro metros para “apantallar” al pueblo; familias que preparan todo el año a su mejor figura para pasearla por los barrios de la comunidad.

Días antes: el novenario, los encuentros de cera y flor, la monta del arco del atrio de la iglesia, todos acompañados de música de viento, rondalla, fuegos pirotécnicos y las danzas de concheros que también son representativos del lugar.

La misa de Gallo en una iglesia abarrotada, con fieles que aguardan en la explanada escuchando la palabra de dios con altavoces pa que nadie se pierda nada.

Termina la misa y la algarabía, cerca de las 11:00 de la noche los primeros cuetes pa la virgencita; el contingente con la camioneta que lleva a la “banda móvil”, los siguen todos los gallos y estrellas y luego todos los fieles.

San Pedro, Dolores, San Juan, San Felipe, San Miguel, San Francisco, San José, San Antonio, cada barrio es visitado. En cada parada, las bandas tocas sus mejores piezas para bailar, las figuras de carrizo y papel se “mueven” al ritmo de la música: arriba y abajo, de un lado a otro y hasta en círculos.

En una casa doña Juanita regala tamales, en otro está don Lauro con los tacos de carne, y otros puestos improvisados en mesas improvisan un tianguis de comida gratis.

Así agradecen a la patrona los favores y bendiciones recibidas en el año, “le encargo otros tamalitos para mi papá”, otros hacen doble fila para el recalentado y la cruda del día siguiente.

Un cafecito, buñuelos, gorditas, unas carnitas y agüitas, cada barrio saca sus mejores platillos para deleitar a los visitantes; mientras unos comen, la banda toca, los gallos bailan, las parejas pulen las suelas, las luces y ruidos de los cohetones se ven en el cielo.

Es como un carnaval nocturno en donde todo eso que le gusta al mexicano se combina. En un lado de la calle un grupo de cinco jóvenes sacan de su mochila la botella de tequila, con él el kit de hielos, vasos y el “de toronja” para las “palomas”.

En la “pista de baile” un señor bigotón con una bolsa negra de plástico en donde lleva el six, mientras baila, toma; al detenerse le da otro sorbo y de vez en cuando comparte un traguito con su pareja.

En cada parada la escena se repita, algunos ya no comen por la llenadera de la parada anterior; otros aprovechan para bailar lo que no bailaron media hora antes.

Los que no paran son los gallos y estrellas, esos tienen la meta de llegar vivos a la madruga; el recorrido crea un circuito. Así —como dice la canción— serían 2, serían las 3, serían las 4 o 5 de la mañana… el tiempo se diluye en una celebración de camaradería, entre la fe y la pachanga, entre la algarabía y el desvelo, el cansancio y la perseverancia.

Y como avanza la noche algunos abandonan el camino, “ya estuvimos un ratito, hay que ir a dormir porque el trabajo no perdona” dice un señor de sombrero y botas, no rebasa los 60, vive en el barrio de San Miguel y aunque sea un ratito le hace honor a la fiesta anual.

Algunos otros duran hasta que el alcohol se acaba o hasta que el alcohol acaba con su equilibrio. Avanza la noche pero el entusiasmo, en lo que quedan no… en las últimas paradas lo más demandado es el ponche o algo calientito para aguantar la temperatura de madrugada.

El objetivo se cumple: pasadas las 5:00 de la mañana los que quedan —y otros que los alcanzan luego de echarse un sueñito— llegan al atrio     para cantar las mañanitas. Otras vez cuetes, otra vez la banda, otra vez los gallos —algunos quedan “despelucados”— regresan al lugar de donde partieron.

Más tarde la verbena popular, peregrinos que llegan de todos los rincones del estado, las danzas de concheros, el castillo monumental y la banda de música para que la fiesta siga. La próxima cita es el 29 de junio.

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