Entre las más de 800 personas que todos los días vienen a trabajar en la Latitud, hay un hombre que apenas sobrepasa los 1.60 metros. Se trata de Delfino, de origen tzotzil y quien nació en Teopisca, Chiapas, ubicado a mil 120 kilómetros de la ciudad de Querétaro.

Lleva ocho semanas viviendo en lo que alguna vez fue el barrio de Santa Ana. Ahí, frente a la parroquia, en el número 88 de la calle Nicolás Campa, se encuentra su casa temporal. Se trata de un inmueble de cuatro habitaciones donde viven hacinados más­ de 30 hombres, quienes después de las seis de la tarde llegan en grupos de dos y tres, con los cascos en las manos y alguna que otra cerveza en la mochila. Ninguno lleva más de dos meses viviendo ahí.

Cuando Delfino no encuentra trabajo como albañil, se dedica al comercio dentro de su comunidad. Allá en Teopisca, vivía con su familia: sus tíos, sus primos, sus abuelos…

Aún no se ha casado, pero dice que “ya anda buscando”, mientras desvía la mirada para ver pasar a alguna de las mujeres jóvenes que cruzan la calle o que se paran en la tienda de la esquina a comprar algo.

En la vivienda que habita en Querétaro, al menos 20 hombres duermen en la sala sobre cartones. Los afortunados tienen una cobija; la mayor parte, no.

Para usar el baño hay que hacer fila. Cuando vuelven de la obra, la mayoría se quiere bañar, pero en una hora sólo cuatro logran bañarse. A través de la puerta principal, que se mantiene generalmente entreabierta, es posible observar las maletas amontonadas de los trabajadores, así como los cartones que les sirven como colchones.

Delfino, al igual que otros, prefieren quedarse en las bancas de la iglesia o en el suelo de cantera, mientras cae la noche. Alguno que otro atrevido, se sube a la azotea para hablar por teléfono. “Debe andar hablándole a la novia”, dice uno de sus compañeros, al identificar la hazaña como una búsqueda de privacidad necesaria.

Delfino es un hombre introvertido. Mientras sus compañeros se reúnen en grupos de dos o tres, él prefiere estar solo. Sus manos, ásperas y rígidas por la construcción, están generalmente cruzadas o en sus bolsillos.

Aprendió español a los siete años, cuando iba a la escuela, que abandonó después de sexto de primaria. Le hubiera gustado seguir estudiando, pero las condiciones económicas de su lugar de origen no le permitieron continuar.

La carencia económica y la falta de oportunidades de estudio identifica a Teopisca, municipio con un alto grado de marginación de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que registra una población de 37 mil 607 personas; 30% de los habitantes es analfabeta y 53 % de la población mayor a 15 años no tiene la primaria completa.

Asimismo, 91% de la población de ese municipio se encuentra en situación de pobreza y 48% en pobreza extrema, según Coneval.

Además de Querétaro, Delfino trabajo en diferentes construcciones en la ciudad de Cancún, Playa de Carmen y la Ciudad de México. Aunque en estos lugares ha hecho muchos amigos, la necesidad de estar con su familia, lo hace volver a Chiapas. El tiempo aproximado que dura en cada una de las obras a veces no supera los cuatro meses; sólo su estancia en la capital del país superó el año.

Delfino usa una chamarra de cuero negra cuando la temperatura desciende y las bancas de la iglesia de Santa Ana ya están frías. Su rostro es serio y en ocasiones tímido. Uno de sus compañeros, explica que la cultura chiapaneca es así, distinta. La gente de allá, según cuenta, no está acostumbrada a las multitudes.

El tiempo que Delfino se mantendrá en la Latitud es incierto. A lo mejor dos meses más. No lo sabe, lo único seguro es que al terminar la obra, regresará a Chiapas.

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