Serpentean las calles empedradas en esta zona de Juriquilla, al lado de casas y apartamentos de clase media y alta, un campo de golf, un hotel y una presa donde nadan patos, rodeada por tiendas y restaurantes de inspiración náutica. Cerca de ahí, en un área verde, está Kinderspiel, escuela de música para niños que conjunta a familias mexicanas con otras de inmigrantes, estas últimas originarias de al menos ocho países.

“Desde que nació mi bebé en México, decidí que su educación debería ser lo más apegada a la que tuve en Europa, donde la música forma parte de la formación básica; así que, ya viviendo en Querétaro, localicé esta escuelita fabulosa”, dice Dorle, mujer alemana que se dedica en la entidad a la enseñanza de su idioma.

También Shuhei y Naomi, matrimonio mexicano descendiente de japoneses, acude con sus hijos a dicho taller, al igual que Beata, originaria de Polonia, y Laura, franco-mexicana.

Asisten también familias provenientes de Estados Unidos, Canadá, España y Corea del Sur, todas estas con hijos nacidos en México.

Eligen radicar en entidad

Estos padres de familia forman parte de un universo de seis mil 230 ciudadanos de 91 países del mundo que han optado por vivir en Querétaro, según registros del Instituto Nacional de Migración (INM) hasta diciembre de 2015, obtenidos por este diario.

Con prevalencia de estadounidenses, españoles, colombianos, coreanos del sur, alemanes, cubanos, franceses, canadienses, japoneses, venezolanos, argentinos e italianos, la ciudad de Santiago de Querétaro concentra a 75% de estos inmigrantes.

Mientras que el resto se distribuye entre los municipios de Corregidora, El Marqués, Ezequiel Montes, Tequisquiapan y San Juan del Río, entre otras demarcaciones.

Por su número de extranjeros, la entidad queretana ocupa el lugar 12 a nivel nacional, y en el caso de los inmigrantes incorporados al sector productivo, Querétaro tendría un potencial séptimo lugar en el país, de acuerdo con un análisis realizado por este medio a las cifras estatales del INM.

Sociedad diversa

“Hace tiempo que Querétaro dejó de ser un rancho… si es que alguna vez lo fue. Muchos políticos aún no lo ven así, pero buena parte de la sociedad queretana es muy cosmopolita y se les adelanta en el tiempo”, expresa el pianista e ingeniero en electrónica Flavio Sarabia Ochoa, quien junto con su esposa, la cantante de soprano Lorena Méndez Simón, dirige este proyecto.

“Claro que en el estado hay mucho contraste social y pobreza. Por ejemplo, aquí cerquita está el viejo pueblo de trabajadores de Juriquilla, encerrado y casi sin salida por tantos fraccionamientos de lujo que tiene a su alrededor. Pero más allá de eso, existe una sociedad diversa, multicultural, que no tiene fronteras”, añade Sarabia, michoacano que residió en Japón y en Europa, luego en Guanajuato y finalmente en Querétaro.

“Mozart en vez de Ritalín”

Los alumnos de Kinderspiel son tan pequeños que apenas están aprendiendo a escribir. Tienen entre 4 y 10 años de edad; sin embargo, “ya sienten a Mozart”, aseguran sus maestros, quienes les hacen practicar estrictas modulaciones de voz, así como piezas clásicas ante el piano y el violín, entre otros instrumentos.

“La didáctica que empleamos es idéntica a las que tendrían en una escuela equivalente de Europa, para darnos una idea. Un método natural y eficaz, que desarrolla en el niño la pasión por aprender mientras que disfruta haciendo música. Lo llevamos de la mano hasta proyectar su talento”, dice Víctor, maestro de violín nacido en España y residente en el país desde hace una década.

“Tenemos la convicción de que la educación musical permite a los peques contar con una herramienta muy poderosa para enfrentar su vida adulta”, dice Lorena Méndez, maestra de canto originaria de la Ciudad de México, quien añade “aquí trabajamos no sólo los aspectos técnicos o intelectuales, sino mucho en lo social, lo afectivo y hasta espiritual”, añade.

A un año de iniciado este taller vespertino y al que acuden alrededor de 25 alumnos, los creadores de Kinderspiel (“juego de niños”, en alemán) dicen estar satisfechos con la convicción que, según aseguran, poseen los padres de sus chicos, al no dejar que estos se pasen las tardes mirando la televisión o en juegos de video.

“No somos médicos, pero siempre damos una receta a padres y niños: Mozart en vez de Ritalín. Hay que pasar el tiempo con ellos, enseñarles a cantar, a leer música, a tocar un instrumento y a expresar toda esa belleza que dentro de ellos se está cocinando a presión”, afirma Sarabia.

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