Juan Manuel Gutiérrez García tiene casi toda la vida dedicada a las artes gráficas. En su imprenta, en la calle Héroes del 57, desde hace más de 40 años se dedica a la impresión, aunque la facturación electrónica disminuyó la demanda del negocio. Sin embargo, recibe peticiones de trabajo de todo el país, por la calidad de su trabajo de encuadernación. “Mi vida siempre ha sido el trabajo”, dice.

Imprenta del 57 se llama su local ubicado en el número 33 de esa calle. Es una construcción pintada color amarillo calabaza y café. La puerta no es muy grande, apenas de metro y medio, donde está el mostrador donde se recibe a los clientes. A la derecha, tras pasar una puerta, está el taller como tal, donde abajo de papeles y cajas, la antigua maquinaria de las imprentas descansa, tras décadas de trabajo intenso.

Don Juan Manuel, hombre de edad, de gesto amable y voz fuerte, explica su ausencia: “Tuve que ir al doctor. Antes las máquinas de las imprentas eran muy ruidosas y ahora estoy pagando las consecuencias”. El experimentado impresor está perdiendo el oído.

Indica que desde que entró en vigor la reforma hacendaria —en 2010— se permite la facturación electrónica, la cual pegó a las imprentas que elaboraban éstas, así como los recibos de honorarios. Era una fuente de ingresos segura, por lo que para sobrevivir tuvo que cambiar de giro, para dedicarse a la encuadernación.

Subraya que su trabajo como encuadernador es más reconocido y conocido fuera de Querétaro que en su misma tierra. “Les ha gustado mi trabajo de encuadernado, porque tuve que cambiar de giro, porque a imprenta se hizo digital y las facturas también. Las facturas impresas dejaron de usarse en 2010, todavía nos dio un año más Hacienda, pero todas se volvieron digitales. Son los cambios del hombre blanco”, dice en tono de broma.

Apunta que Luis Nieto Sánchez fue su maestro, quien le enseñó el oficio, y que él a la vez, durante un tiempo enseñó en el colegio Salesiano, cuando enseñaban diferentes talleres de oficios en esa escuela. Alumnos que aún lo frecuentan con regularidad, en agradecimiento a los conocimientos que les transmitió.

“En el Salesiano me dieron la oportunidad de recibir a los alumnos de la secundaria a que tuvieran talleres, y ahí de carpintería, herrería, imprenta, panadería, además de taquigrafía. Uno de mis alumnos fue, con el tiempo, director de la Escuela de Artes Gráficas: Siciliano Eleuterio Avendaño”, abunda.

Preside la Sociedad de Industriales de Artes Gráficas del Estado de Querétaro desde hace 17 años, aunque ya piensa en el retiro, si es que los agremiados se lo permiten.

Muestra su álbum de fotografías. Algunas son familiares. Otras de los torneos de futbol que organiza con los agremiados a la sociedad, y las misas anuales que hacen, cada 24 de septiembre, con motivo del día del gremio.

Se detiene en una imagen, la de César Martínez Galindo, quien lo apoyó mucho, “pero en la actualidad ejerce como abogado. Su taller cerró por la causa de no haber facturas, que era lo que nos motivaba y nos permitía vivir. Los tiempos cambian”.

Dice que después de esos cambios, en 2010, su estado de salud se vio minado, por lo cual tuvo que someterse a una cirugía que lo alejó, por un tiempo, de su oficio, para el cual vive.

“Cuando vivía, me dijo la señora [su esposa] que de la imprenta se iba a hacer cargo nuestro hijo, Víctor. ‘Tú ya no tienes nada que ver. Hazle caso a los doctores, sube arriba y espera que Dios te llame’. Soy muy desobediente, porque mi vida siempre ha sido el trabajo, y gracias a Dios, agarré el trabajo de encuadernar y les han gustado mis cochinadas, como se decía antiguamente”

Y eso no quiere decir literalmente que sus trabajos fueran sucios, sino que, explica, es porque cuando “chuleaban” el trabajo de alguién se decía que era una cochinada, pues “alabanza en boca propio es oprobio, pero en boca ajena es alabanza”.

El trabajo de don Juan Manuel es reconocido fuera de Querétaro, pues de lugares tan lejanos como Yucatán le mandan hacer encuadernaciones de tesis o textos literarios, pues saben la calidad con la que hace su labor y desarrolla su oficio.

“Me he enamorado de mi profesión y la amo mucho, en tal forma que tengo muchas satisfacciones. El horario al público es de ocho de la mañana a ocho de la noche, horario corrido, pero si hay trabajo me sigo, a pesar de los años. Si es sábado aunque sea tarde o domingo estamos aquí trabajando”, abunda.

Ello, ante la demanda de su trabajo, que también es buscado en Coahuila, Veracruz, Oaxaca, Guanajuato, a pesar de que no sale mucho de su taller.

También se adapta a los tiempos, pues además de las encuadernaciones, hace las cubiertas para las presentaciones digitales, pues hace las pastas para los discos compactos con los documentos.

Añade que de las imprentas tradicionales ya quedan pocas en Querétaro, pues se han vendido máquinas y tipos como fierro viejo, ante el avance de la modernidad y la era digital.

“Vino un grupo de jóvenes de una universidad particular. Querían conocer el tipo movible. Con todo gusto les estuve formando sus nombres e imprimiéndoles en la doradora, y ellos felices muy contentos tomando con sus celulares fotos. Al final me dieron su veredicto: Sabe qué, todo lo que usted tiene es basura, para nosotros, porque nosotros de computadora para arriba… y me sentí muy triste. Les dije que gracias al tipo movible la cultura llegó a todos”, precisa.

Agrega que las nuevas generaciones no muestran interés en aprender el arte de la encuadernación y la imprenta, pues, nuevamente la tecnología modifica la forma en la que los jóvenes se acercan a las letras, pues ahora prefieren los textos digitales.

“Me dicen: sabe qué, se muere usted y se acaba la encuadernación. Le digo porqué. Me dice porque ya tenemos libros en la computadora, ya no necesitamos eso. Entonces eso me entristece mucho. Pero yo siento que un libro no va a ser suplido fácilmente”, acota.

Sin embargo, sus tres hijos, procreados con su esposa por 46 años, Rosa María Sánchez Lara, siguen sus pasos, por lo que el oficio permanecerá. Su hija estudió en la Escuela de Artes Gráficas, y “los otros dos por inercia del papá. Mi hijo, Víctor acaba de ser pegado e intercalado, y mi hijo Aldo tiene su negocio donde hace tarjetas e impresión de offset”.

Emilio Raúl Morán Tamayo, escritor de oficio, fue alumno de don Juan Manuel en el Salesiano. Recuerda que en el recreo, en lugar de ir a jugar con sus compañeros, corría al taller de imprenta para ayudar a su maestro. Tradición que aún conserva, pues hasta la fecha acude con él para acompañarlo en su trabajo, rodeados de viejas máquinas y linotipos que esperan en sus cajones ser utilizados una vez más, en esta era digital y las descargas en línea de libros.

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