José Luis Jiménez y su esposa, Elizabeth Martínez, llegan pasadas las 8:30 horas a su negocio, en el tradicional barrio de La Cruz. En la batea de su camioneta llevan los típicos botes lecheros, en los cuales transportan la leche que venden a diario, tanto a particulares como a negocios desde hace 18 años.

José Luis estaciona frente a su local la camioneta. Elizabeth se apresura a abrir el negocio. Dentro, un mostrador-refrigerador contiene quesos, nata, flanes y gelatinas que la cónyuge de José Luis elabora, como parte del negocio de cremería y lácteos que tiene la pareja.

“Toda la vida, desde mi abuelos, mis papás, y ahora mi suegro, nos hemos dedicado a las vacas y a la leche. Al principio mi papá tenía sus vacas y yo de ahí (aprendí), (pero) mi papá se deshizo de vacas, y mi suegro continua con el rancho (en Saldarriaga) y ahí trabajamos con la familia de mi esposa”.

Indica que actualmente la leche para consumo particular es poca, siendo más los negocios quienes le compran el producto, pues la gente prefiere comprar la leche “de cartón” que la “bronca”, aunque con los pocos clientes de ese tipo, dice, está bien.

Apunta que al día vende alrededor de 350 a 400 litros diarios, a 11 pesos el litro, al menudeo, mientras que a los comercios se las vende a 10 pesos, principalmente restaurantes, locales dedicados a la elaboración de yogurt, pues para ese producto necesariamente se necesita leche entera, mientras que los primeros usan la leche para jocoque, quesos y otros derivados.

Los quesos se muestran al público en el mostrador. La mayoría son elaborados por la misma familia, sólo unos quesos Oaxaca muestran una marca, pero son de un cliente de José Luis y Elizabeth, al cual venden la leche y se las regresa con valor agregado.

A pesar de que se venden bien estos derivados lácteos, explica, tienen muy cerca el mercado de La Cruz y ahí tiene todo más barato, pues los locatarios compran al mayoreo y tienen más marcas. Por ello, para competir, comenta que venden postres, como flanes, nata, además de pan de Acámbaro, entre las delicias para el paladar que se pueden acompañar con una buena taza de leche fría o en chocolate.

Agrega que para él y su esposa es muy normal este trabajo, pues es lo que saben hacer de toda la vida, “ya te acostumbras, no tenemos descanso, trabajamos los 365 días del año, pero desde que nacimos así hemos estado, ya es normal, pero es bonito también por los animales”. Apunta que su jornada comienza a las 6 de la mañana, cuando sale de su casa y se dirige al rancho, a lavar todo y cargar la leche, donde sus cuñados están al pendiente con el producto listo sólo para transportarse y empezar a repartirla.

Su ruta inicia en el mercado de La Cruz, donde tiene un par de clientas que le compran leche, pues venden atoles, y de ahí continúa hasta mediodía, para luego regresar al rancho, donde termina su jornada laboral, alrededor de las 19:00 horas. Dice que por las tardes acuden clientes por su leche fresca, aunque él prefiere “consentir” a sus compradores, llevando el producto hasta su domicilio.

Señala que prefieren vender la leche por litros, como lo han hecho por casi dos décadas, porque las empresas envasadoras pagan muy mal el producto, a 5.50 pesos el litro, apenas la mitad del precio al que la venden ellos a la gente, y con precios así los productores no subsisten. “Como trabajan las plantas grandes, el ganadero está tronado. De hecho estamos dos de mis cuñados y yo también vendiendo, en Querétaro y San Juan del Río. Estamos litreando la leche, vendiendo por fuera, para tratar de sacar un poco más de dinero”.

Un bote lechero se encuentra en el interior del local, en espera de ser vendido, mientras Elizabeth hace algunos trabajos detrás del mostrador, aunque se da tiempo para escuchar la charla de su cónyuge.

Añade que aún sobreviven muchos lecheros en la ciudad, y aunque no son tan visibles en las calles, ellos que se dedican al negocio se conocen, por lo que sí hay competencia “aunque yo trato de traer mejor producto que todos”, afirma mientras ríe.

José Luis precisa que muchas personas no suelen comprar leche “bronca”, “porque les da flojera hervirla”, aunque el litro de leche sea 7 pesos más barato que el vendido envasado. “Lo que pasa es que hay quienes por el trabajo o por las ocupaciones ya no les gusta hervir la leche, a pesar de que le pueden sacar la nata, pero ya no les late”.

Sus clientes particulares, en la mayoría, son grandes, aunque el últimos tiempos adultos jóvenes voltean a ver su producto, principalmente gente con hijos pequeños, pues además de ahorrar en cada litro de leche, alimentan a sus hijos de una manera natural. Agrega que no sabe si su negocio continuará en la familia, ya que sólo tiene dos hijas que están estudiando aún.

Tradición. Por su parte, Elizabeth dice que el negocio es tradición familiar, pues tanto la familia de su esposo como la suya se han dedicado siempre a este rubro “y es a lo que le sabemos”.

Recuerda que ella vivió muchos años en el rancho con su papá y las experiencias que ha vivido ella son diferentes a las que han vivido otras niñas, como las suyas, que ya son de ciudad.

Narra que en época de lluvias su padre las llevaba a montar y cortar garambullos y a meterse al río, experiencias que sólo se viven en el campo.

Añade que sus hijas desde pequeñas consumen leche natural, sin que les hiciera daño alguno, mientras que ahora los niños no tienen tanto calcio en sus cuerpos. “Mi papá tiene 87 años, y hace dos semanas se cayó, fue un golpe fuerte y no tuvo ninguna fractura, porque es un hombre fuerte, de huesos fuertes. Yo a mis 41 años no me he fracturado nada, somos gente fuerte”.

José Luis suelta la carcajada cuando se le pregunta sobre la vida amorosa de los lecheros. “Sí es fama, pero yo no. Además aquí no puedo decir (su esposa lo observa divertida a unos metros). De hecho entras a las casas; venimos de dejarle a una clienta que tiene un restaurante, pero le llevo la leche a su casa y, literal, tengo que meterme hasta la cocina porque tengo que vaciar la leche. Pero de eso a… pues no”.

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