Desde hace cuatro años, Teresa López se gana la vida con la venta de ropa usada. Lo hace por necesidad y la facilidad de obtener la mercancía, pues sus familiares le regalan lo que ya no quieren, o bien, otras personas le venden la que ya no usan, incluso, a veces prendas nuevas que no les quedan.

La mujer prefiere la ropa usada a otro tipo de negocios. Es más práctico que vender comida, dice. Encuentra más facilidades y le da lo suficiente para vivir, para mantener a su familia y entretenerse.

“A cierta edad ya no te dan trabajo y la ropa no se echa a perder, es muy noble y por eso lo empecé, antes me dedicaba al hogar. Soy viuda”, señala al destacar que le va bien con esta actividad que garantiza ingresos diarios.

En medio de montañas de ropa, que ofrece a 20 o 30 pesos, en la zona del Tepetate, Teresa López afirma que todo lo que vende está en buen estado, las prendas no están rotas ni sucias y, por eso, la gente la busca mucho, tiene una clientela bien establecida.

Insiste que vender ropa es una actividad muy noble. Nunca falta quien done su ropa usada o quien esté dispuesto a vender ropa a bajo precio. “Vienen y te la venden, te la dan barata y sólo la reviso, para ver que esté bien”, indica.

Teresa tiene dos hijos. Uno de 37 y otro de 19. Ambos apoyan su actividad, porque es la manera en la que se gana la vida, aunque no todos los días hay buenas ventas.

“Dependiendo, es muy variable, depende de las épocas, agosto, enero, septiembre son muy malos, a veces vendemos 600 pesos al mes, cualquier cosa, muy muy poquito y hay meses muy buenos, todo depende”, agrega.

A diferencia de otras personas que se dedican a la venta de ropa usada, Teresa no va a otros lugares a conseguirla. Por lo general son donaciones de su propia familia, pero en muchos otros casos hay gente que se la lleva a vender hasta el negocio.

“La gente me trae su ropa usada. La compro entre 10 pesos, 15 pesos, según como esté la ropa, porque yo la doy muy barata, a 20, a 30 y no la puedo pagar más cara”, relata.

Sus mayores compradores son habitantes de la misma zona de Tepetate. Acuden a buscarla porque da barato y la ropa está en buenas condiciones. “Es ropa buena”, sostiene.

Ella misma revisa que cada prenda esté en buen estado, que no esté rota, que no esté sucia, además la lava o la modifica según lo considere necesario.

Es un negocio normal. Abre de lunes a viernes, aunque antes, cuando tenía ayuda de otra persona, también abría los sábados y los domingos. “Ahora nomás estoy yo sola, así que sólo abro de 11:00 a 3:00 y de 5:30 a 8:00 en la tarde”, menciona.

Su trabajo no es especial, ni fuera de lo común, insiste. La gente tiene necesidad de ropa barata y la van a buscar para eso.

Tiene suerte de que en la calle donde está no hay mucha competencia, aunque en el tianguis del Tepe “sí se vende mucha ropa”.

“Se pone el tianguis aquí enfrente los martes en la tarde, los domingos y los jueves en el mero Tepe y ahí sí hay mucha ropa”, añade.

Esa ropa, dice, no es de tan buena calidad, porque no tienen el cuidado de revisar pieza por pieza, así que “ahí sí me conviene a mí”.

En la zona hay otros competidores, por quienes venden la llamada ropa de paca, pero “aparte de que es complicado encontrar quién les surta, esa sí viene al montón y como caiga, como venga y así no. Yo prefiero verla, escoger y ofrecerla así, así nos ha funcionado”.

La mayor parte de la ropa que vende es para niños, máximo para jóvenes de 16 años. La ropa de adulto se vende, pero es muy poca, sobre todo blusas de mujer.

Mucha gente prefiere comprar ropa usada de bebé y niño. Se usan poco porque los niños crecen rápido y no se desgastan tanto porque tienen pocas puestas. Así que sin pena alguna escogen y compran mamelucos, playeritas, pantalones y camisetas. Todo sea por ahorrarse unos pesos, de todas formas la dejan rápido.

Para completar el negocio, también vende aretes, collares, “chacharitas así, pulseras, pero se vende poquito, el fuerte es la ropa”, y esa es su mayor inversión, es a lo que Teresa le dedica más tiempo.

De vez en cuando le llega ropa nueva, que también le regalan, porque fueron prendas que no les quedó y llega “con todo y etiqueta”.

Esos regalos le permiten sostener el negocio, porque paga la renta del local y los permisos municipales, pero “como ya tengo la clientela fija aquí, ya me buscan, ya me conocen”.

Comenta que por ahora no quiere vender nada más, ni crecer el negocio, “porque así como estoy, estoy bien”, sobre todo porque sus hijos ya son adultos. Su hijo Alberto, de 19 años, recién terminó la preparatoria y a veces la acompaña al establecimiento. Su hijo mayor, Miguel, es administrador y vive fuera de México desde hace tiempo.

Alberto no estudia por ahora, porque no sabe qué carrera le gusta, pero mientras tanto apoya de vez en cuando a su mamá en el negocio con el que sostiene a la familia.

Mientras llegan los clientes, Teresa lee libros o mueve la ropa de lugar y remata la que ya tiene mucho tiempo, porque ya cumplió unos dos meses, o se dedica a “pasar cuentas”.

“La ropa sale rápido, pero cuando ya tiene un ratito, un par de meses, la remato para que ya salga”, advierte la mujer sin dejar de trabajar ni un momento.

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