Mientras Hugo Gutiérrez Vega platicaba con EL UNIVERSAL Querétaro, en la sala de la casa que conservaba en esta ciudad, una tarde noche de noviembre de 2013, Angélica María y José Jaime permanecían en un rincón de la misma sala, revisando libros, documentos, pero sin perder detalle de lo que decía el poeta a lo lejos.

Lo que hacían Angélica María Aguado Hernández y José Jaime Paulín Larracoechea, llamados por José Emilio Pacheco “los niños de Hugo Gutiérrez Vega”, era el Itinerario de Vida del escritor, periodista, actor y diplomático, desde su infancia, su llegada a esta ciudad, la incansable labor como rector de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), hasta llegar a su papel de padre y abuelo.

El libro Hugo Gutiérrez Vega Itinerario de Vida se presentó en marzo de 2015, en el Patio Barroco, sitio emblemático en la historia de Hugo. Esa fue la última vez que se le vio a Gutiérrez Vega en su alma máter, por quien dio todo, y hasta en sus últimos momentos tenía la necesidad de preguntar: ¿y cómo está la Universidad?

Fue amor a primera vista

Angélica María y José Jaime, a un año del deceso de Hugo, comparten con este diario breves anécdotas de tantos años vividos a lado del autor de Los soles griegos, Cuando el placer termine, Los pasos revividos y Antología con dudas, entre otras publicaciones de poesía y ensayo. En el cubículo que tienen reservado en la Facultad de Psicología, donde estudiaron y ahora son catedráticos, no faltan fotos donde se les ve junto a Hugo. Ahí empieza la charla, con una pregunta que los lleva al principio de esta historia: ¿cómo conocieron a Hugo?

“Cuando nosotros fuimos estudiantes, Hugo vino a presentar su libro de Peregrinaciones, una compilación de sus poemas, y recuerdo mucho que José Jaime me dijo: ¿ya viste quién va a venir?, ¿quién?, le pregunté. Hugo Gutiérrez Vega, respondió. No lo conocíamos, no sabíamos la dimensión de Hugo, pero sabíamos que una de las salas principales de nuestra facultad se llamaba Hugo Gutiérrez Vega y sabíamos que había tenido algo que ver con la fundación de la facultad. Presentó el libro en el patio del Museo de Arte, fue una velada poética y creo que fue amor a primera vista”, dice Angélica María.

El libro Peregrinaciones, edición de pasta dura, era caro para ellos que apenas estaban estudiando, juntaron el dinero que traían los dos y compraron un solo libro. Se acercaron para pedir el autógrafo, Angélica María recuerda que al estar frente a Hugo le dijeron: somos de la Facultad de Psicología.

“Y en ese momento se le iluminó el rostro. A la Facultad de Psicología yo la quiero mucho, dijo. Y nos empezó a platicar muchas cosas. Salimos con un libro autografiado y con foto, nuestra primera foto con Hugo”.

Maravillados por su capacidad de conversación, inteligencia y buen humor, platicaron a varios maestros su encuentro con el ex rector de la UAQ. Algunos, comenta Angélica María, les dijeron: “sabían que por esta facultad a Hugo le costó irse, no sólo de Querétaro sino del país. A partir de ahí comenzó nuestro interés por seguir su figura y conocerlo más a fondo”.

Al grado que se volvieron sus fans, dice José Jaime. Porque cada vez que Hugo regresaba a Querétaro, para dar una conferencia o hacer una presentación, ahí estaban ellos dos. “Siempre en primera fila, como club de fans, y así empezamos a conocer un poco más a Hugo. En alguna ocasión había eventos en la Ciudad de México y nos invitaba a que lo acompañáramos allá”.

Y comenzó la amistad. Compartieron pláticas, compartieron la mesa a la hora de la comida, cuando llegaba a su casa de la calle Juárez, aquí en Querétaro, o cuando lo iban a visitar a su departamento de Copilco en la Ciudad de México. Comida griega, hindú, mexicana, española e italiana, siempre estaban en la mesa. Los antojitos de Hugo eran lengua en salsa, para hacer taquitos, y camarones capeados de coco, aderezados con salsa de mango.

En la presentación de Itinerario de vida, Hugo reveló que les cobró a Angélica María y José Jaime, por tantas obras de entrevistas, con nieve de La Mariposa y chabacanos prensados. Al preguntarles de eso, ellos ríen. “La verdad es que había cosas muy placenteras con Hugo, conversar, pero otra cosa era comer”, dice Angélica María.

“Empezamos a averiguar qué era lo que a Hugo le gustaba, y le gustaba comer bien, podía disfrutar unos arenques finísimos, pero también se podía tomar un helado de limón, unas conchas de la vuelta de su casa. La nieve de La Mariposa era algo particular, era algo que él disfrutaba mucho porque le sabía a Querétaro, eran sabores que le remontaban a una etapa muy feliz, porque aquí conoció a Lucinda, su esposa, aquí nacieron sus hijas y aquí sucedieron cosas importantes para él”.

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