Rosa Cortés está sentada bajo la sombra de los árboles, a un costado del Panteón de los Queretanos Ilustres. Las artesanías que elabora están amarradas, pues los inspectores municipales acaban de pasar y le dijeron que no puede vender en la calle. La mujer, adulta mayor y enferma, se trasladó desde Taxco, Guerrero, para vender su mercancía en la capital de Querétaro.

A pesar del riesgo de perder su mercancía a manos de las autoridades, año con año Rosa realiza el periplo: “Así andamos sufriendo, [pero] no hay de dónde”, dice esta mujer que casi alcanza su séptima década de vida.

Rosa Cortés está rodeada de sus hijos, su nuera y nietos, con quienes hace el viaje hasta el estado. Para soportar el intenso calor se han establecido bajo la sombra de los árboles.

Rosa, viuda desde hace 12 años, explica que los “señores” (inspectores) de gobierno (municipal) le fueron a decir que se quitara de ahí, porque no podía vender, y que si seguía ahí le iban a quitar toda su mercancía.

Con la boca seca explica que ella es una mujer “ya grande”, que tiene diabetes y no puede cargar tantas cosas y tan pesadas.

Ajenos un poco a lo que sucede a su alrededor, los nietos más pequeños de Rosa juegan debajo de una hamaca hecha con un rebozo verde que colocaron entre árboles. Los pequeños se encuentran de vacaciones escolares y lo suyo es el puro retozo.

“Ahora no sé qué voy a hacer con mi mercancía. No quiero que me la quiten”, suplica la mujer, quien detalla que los productos de palma los aprendió a hacer gracias a su mamá.

“Desde chiquita trabajaba mi mamá y allá me fijé y fui aprendiendo todo. Acá trabaja mi hijo y lo seguí. Le dije que en Taxco ya no podía vender, y estas vacaciones quise venir hasta acá”, explica.

Indica que en Taxco hay muchos turistas, pero no compran lo que ella hace, pues cuando se deciden a comprar artesanías locales buscan sólo los productos hechos de plata y oro.

Artesanas guerrerenses y su largo viaje por la supervivencia
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Decidió seguir a su hijo.

Como su hijo vende en la capital queretana, explica, es que decidió “seguirlo” para ver si tiene más suerte y logra obtener tener dinero para subsistir.

Recuerda que justo hace un año los inspectores municipales le decomisaron su mercancía, dejándola sin productos para vender y sin ingresos para sobrevivir. Sin embargo, la necesidad es más grande que el temor a perder todas sus cosas.

Este año, aunque no le han decomisado nada, recibió la advertencia de que le volverán a quitar sus productos. Por ello, a través de EL UNIVERSAL Querétaro, pide a las autoridades que le permitan estar sólo un mes, periodo de vacaciones en el cual espera tener buenas ventas.

Narra que regresará a su tierra el 18 de agosto. Todos estos días comienza a vender antes del mediodía y hasta las ocho de la noche.

Además de la mercancía que elaboran Rosa y sus parientes, uno de sus nietos hace pulseras tejidas con nombres, que coloca en riguroso orden alfabético, para que puedan ser encontradas de manera más rápida por los clientes.

Los hijos de una pareja de turistas deciden llevarse las pulseras con sus nombres. El padre de los chicos saca la cartera y paga, al tiempo que le habla a Rosa en su lenguaje, lo que la sorprende.

Llaman la atención unos cestos de gran tamaño, pintados de múltiples colores, así como otro con detalles en azul y el color natural de la palma. Rosa dice que la gente no se anima a pagar 300 pesos por las piezas, aunque en realidad no son caros, tomando en cuenta que destina un par de días en su elaboración.

Durante el tiempo que pasan en Querétaro, la familia completa vive en una casa que rentan, pues alquilar espacios independiente sería muy oneroso para ellos.

Otras bolsas, hechas con otros materiales, las compran a otro artesano, originario de Chilapa, pues esos productos tienen buena demanda entre los turistas.

En los alrededores del Panteón de los Queretanos Ilustres abundan los puestos de artesanos que ofrecen sus productos a los paseantes, que en estos días de vacaciones suelen veranear por estas calles.

“Aquí se vende, poquito, pero se va vendiendo. Luego en el centro los trabajadores [inspectores] no nos dejan vender. Hace un año me quitaron 35 piezas. Lo iba cargando al centro, y así, amarradas, las aventaron adentro de la camioneta y se las llevaron”, narra.

Por ello, Rosa se instala en el Panteón, donde los inspectores municipales no suelen quitar las mercancías a los artesanos, aunque, como le pasó ayer, también hasta acá llegan los vigilantes.

“Ahorita estamos aquí, esperando a ver qué Dios dice, qué Dios nos regala, ver si se puede vender, porque luego vienen los trabajadores [del municipio capitalino] y nos quitan y ya no podemos vender nada. Así andamos sufriendo, no hay de dónde”, enfatiza.

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