“Aquí tengo hasta nietos”, afirma doña Mari, quien vende tacos de canasta en Hércules desde hace 35 años, cuando comenzó vendiendo tortillas con su madre y quien le recomendó vender gorditas, para luego comenzar la tradición que prevalece hasta hoy.

María Rangel Hidalgo, doña Mari para todos los clientes, se multiplica para atender a quienes llegan a su puesto, a un costado de la fábrica de Hércules. La ayuda su hija, María del Carmen.

“Muchos de los clientes chiquitos me decían abuelita. Sus papás les decían que no me dijeran así. No se me cae nada si me dicen así. Aquí tengo hijos, tengo nietos, tengo de todo”, afirma mientras suelta una carcajada, pues además le gusta que le digan así, pues siente que la gente la estima.

“Deme cinco pesos de tacos, doña Mari. Surtidos”. Doña Mari, dos gorditas”. Doña Mari, doña Mari”. Con un sonrisa, la mujer despacha los tacos. Los coloca en un pedazo de papel. Los clientes toman la salsa de los botes que están frente a las tinas y canastas donde están los tacos y gorditas.

Una cucharada de salsa para cada taco. La verde, menos picosa. La roja obliga a la mayoría a pedir un refresco, para aplacar la sensación que deja la salsa, que al mismo tiempo da un mejor sabor a los tacos y gorditas.

“Yo vendía tortillas primero. Mi mamá era la que vendía tortillas. Vendía pura tortilla. Como al mes mi mamá me dijo ‘llévate unos taquitos a vender’. Hice unas 20 gorditas y se acabaron. Seguimos con las gordas y todos seguimos con lo mismo, porque todas vendíamos pura tortilla”, apunta.

Llega otro cliente. La saluda con familiaridad y Mari responde de igual manera. Es cliente de tiempo, como casi todos los que llegan a Hércules, a donde llegan personas de diferentes rumbos de Querétaro, pues no se limitan a los vecinos de la zona.

Los tacos de doña Mari unen a todos. Lo mismo llega el ama de casa, que los empleados de gobierno. Los trabajadores de la construcción, que los médicos. Todos, por un momento, en una utopía, son iguales. Reciben el mismo trato, comen lo mismos, beben lo mismo y reciben su mismo pilón por parte de Mari.

Señala que saldría más dinero si vendiera los mil tacos que hacen diario, pero como a todos los clientes les da pilón, eso disminuye sus ganancias. Ingresos que, indica, disminuyeron en el último mes, lo que explica por el cierre del acceso principal a la también conocida como “la Hermana República de Hércules”.

“Empiezo a las tres y media y cuatro de la mañana. Pongo mi papa a dorar, llevo al molino el nixtamal, ya después me sigo guisando. Una de mis hijas me ayuda a enchilar las gorditas, yo las hago, y otra de mis hijas enchila los tacos”, asevera.

Desde Saldarriaga, en el municipio de El Marqués, de lunes a sábado Mari vende en el Hércules. Los domingos, dice, puede atender algún pedido que reciba, pues también brinda el servicio a domicilio, y el precio depende de la cantidad de tacos que pida el cliente.

Las personas no paran de llegar. Acuden de manera constante, sin brindar un pausa a Mari, a su hija María del Carmen, y a una mujer que les ayuda en el puesto y que vende chiles rellenos.

Precisa que lo tradicional de la “Hermana República” son las nieves, pero sus tacos se venden más.

Para muestra un botón. Llega un hombre y pide 20 pesos de tacos. Recibe alrededor de ocho. De pilón, una gordita. El hombre tiene resuelto el almuerzo por 20 pesos, una ganga difícil de ignorar actualmente.

Mari conoce a sus clientes. Los ubica ya de tiempo atrás, cuando “más chamacos” acudían por sus tacos. Explica que un cliente recientemente regresó a su puesto, después de dos años que no compraba, pero lo reconoció.

Mari comenta que en Saldarriaga su esposo hace molcajetes y sabe de herrería, pero ya no puede trabajar tanto porque está enfermo de un riñón, por lo que el sustento recae en buena medida en ella.

A lo largo de estos años también ha padecido las de Caín, pues los inspectores municipales en más de una ocasión han querido retirarla de la vía pública, por decirle que carecía de permisos.

Sin embargo, una persona que la conocía y era cliente, abogó por ella y sus compañeras para que no las cambiaran de lugar o les decomisaran la mercancía.

“Deme 30 (pesos) de gorditas, surtidas, doña Mari”, pide una mujer que naturalmente llevará a casa para compartir. Se venden refrescos, o si se quiere, un hombre vende jugos de naranja, bebidas que por el clima y la fama del cítrico en brindar vitamina C, se termina rápido.

La tradición de los tacos se transmite de generación a generación, pues clientes que eran niños, ahora acuden con sus hijos a los tacos. Señala una casa a un costado de la iglesia de Hércules, donde vivía un niño que con los años creció y se fue a la Ciudad de México a estudiar medicina y cuya madre, de vez en cuando le decía a Mari que su vástago, preguntaba constantemente por ella y le mandaba saludos.

Agrega que el futuro de su negocio es bueno, aunque no deja las ganancias que podría dar, pues como acostumbra dar pilones en sus compras, una buena parte de la inversión se va ahí, pero no le importa a Mari, pues así está acostumbrada a vender y lo seguirá haciendo.

Ayuda familiar.

Por su parte, María del Carmen Ávila Rangel, hija de Mari, vende desde hace 13 años tacos con ella, a la sombra de la legendaria fábrica de Hércules, en uno de los sitios más emblemáticos e históricos de Querétaro.

Precisa que ella se vio obligada por la necesidad a vender tacos con su mamá, pues el dinero no alcanzaba en su casa, por lo que decidió seguir los pasos de su madre y abuela.

Al igual que su progenitora, hace alrededor de mil tacos para vender, pero las ventas en el último mes ha ido a la baja, como en muchos otros negocios de Hércules, afectados por el cierre del principal acceso al barrio.

“Hace un mes que no se termina la mercancía. Yo creo que es como están arreglando la calle no viene la gente. No hay acceso rápido”.

Madre e hija siguen con sus ventas. Atienden a los clientes que uno a uno llegan a pedir sus tacos, por igual maestros de la construcción, que burócratas de las oficinas de la delegación Cayetano Rubio, cercana al lugar, que aprovechan unos minutos para almorzar algo, en una mañana fría, donde la salsa roja de doña Mari es un bálsamo, pues calienta el cuerpo y hace sudar hasta al más pintado.

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