Pedro Escobedo

“Ya no le tengo miedo a las autoridades, ni a nada, porque no es delito lo que estoy haciendo”, afirma doña Conchis, habitante de la comunidad de El Ahorcado, municipio de Pedro Escobedo, quien tiene más de 15 años brindando ayuda humanitaria a migrantes que pasan en su ruta a Estados Unidos.

Su labor incluso ya la llevó a la cárcel, además de que su salud se ha visto minada por la diabetes y la hipertensión, razón por la cual presenta problemas de visión.

“Yo sigo ayudándolos. A mí me da igual si me llevan otra vez, que me lleven. Pero no puedo dejar de ayudarlos”, sostiene.

Doña Conchis, u Ofelia Osornio Arteaga, o Concepción Moreno Arteaga, como se le conoce, explica que estos nombres son porque en su acta de nacimiento aparece como Ofelia, mientras que en su fe de Bautismo es Concepción.

Para todos es doña Conchis, quien camina de regreso a su casa luego de ir a dejar el almuerzo a una de sus nietas a la escuela. Pantalón beige, y blusa rosa, camina lentamente, sin prisa, con un gesto amable.

Entra a su casa, a través de un pasillo angosto. De un lado, un muro de tabique, el de la casa de sus nueras. Del otro, una barda hecha de tablas y plásticos, como todo el material de la casa. En el patio, una olla de frijoles hierve en un fogón. Un pato da la bienvenida, es la mascota de doña Conchis, quien la sigue para todos lados y se echa a un lado de ella, en silencio.

La mujer estuvo presa de 2005 a 2007, acusada de tráfico de personas, porque en la puerta de su domicilio estaban seis migrantes centroamericanos que esperaban que les ayudara con un plato de comida, una cobija o un espacio para descansar y asearse.

Actualmente tiene afectaciones en su salud. Por un tiempo perdió la vista, debido a la diabetes y la hipertensión que sufre. Hace poco fue operada de un ojo, con el cual ve y está a la espera de la cirugía en su otro ojo, financiada por una organización pro migrantes.

Presa, por ser presunta “pollera”

Narra que fue encarcelada por “pollera, por ayudar a los migrantes”, labor que realiza desde hace 15 años en su comunidad, y que seguirá haciendo, pues hizo una promesa a Dios de que si salía bien de su operación no dejaría de realizar su labor humanitaria.

“Siempre los he ayudado y esa vez me acababan de llegar seis, puro de Honduras, porque siempre les pregunto de dónde son. Les dije que me esperaran porque no tenía nada para darles de comer, pero fue a pedir a donde me regalan comida y tortillas, como mi mamá y una cuñada. Los dejé sentados afuera en la banqueta… cuando tocan la puerta y dicen que parecían judiciales. Salí y dijeron que venían por investigación”, explica.

Recuerda que para ingresar a la casa fueron amables con los indocumentados, pero cuando estaban en el patio, comenzaron a golpearlos, luego los encañonaron y les exigían que se identificaran como polleros, incluso amagaron a su nuera, quien estaba embarazada.

Durante el proceso siempre sostuvo que apoyaba a los migrantes, pero nunca les cobró un centavo por la ayuda, “porque vienen sin dinero y sin nada a buscar su porvenir en el otro lado, sufriendo tantas hambres, tantos desprecios de la gente que no les da ni un jarro de agua. Yo no soy así. A mí no me gusta negar un jarro de agua o un taco, cuando lo tengo. Así le decía al juez: ‘A mí no me gusta negar un taco, porque usted que tiene es un codo agarrado’”.

Indica que no conoce mucho del estado de Querétaro, y la acusaban de pasar gente a la frontera. Agrega que ayuda a los migrantes porque si mañana sus hijos se ven en la necesidad de migrar, espera que alguien, en algún lugar, los pueda apoyar.

Precisa que en las últimas semanas el flujo de migrantes ha sido abundante, en su mayoría hombres jóvenes, pero también mujeres, quienes en ocasiones le piden que las deje bañar.

Les busca atención médica

Dice que muchas ocasiones tiene que llevar a los migrantes al doctor, al Centro de Salud de El Ahorcado, pues llegan con enfermedades de la piel o piquetes de insectos, aunque eso es lo más sencillo, pues no son pocas las ocasiones en las que registran heridas graves, o mutilaciones por el tren, por “la bestia”.

Explica que la enfermera que atiende el Centro de Salud la apoya y atiende a los migrantes. Aunque cuando son cuestiones más serias, como una amputación, la misma enfermera es quien llama una ambulancia para trasladarlos a un nosocomio especializado.

“Muchas veces no quieren, porque tienen miedo que los regresen otra vez a sus países. Un día llegó uno con los dedos de los pies cortados. Lo agarró el tren cuando iba a bajarse. Otro llegó con lesiones en un brazo. Llegan enfermos, necesitan apoyo, por eso también lo hago. Es una labor que haré hasta que Dios me recoja”.

De su detención, señala que nunca le presentaron una orden de aprehensión ni se identificaron de qué corporación eran, aunque luego supo que eran de la Procuraduría estatal. En la investigación los agentes señalaron que doña Conchis estaba en portación de drogas, acusación que desmiente, pues “ni las conozco”.

Lazos de afecto

Dice que los migrantes saben dónde vive, porque se lo comunican entre ellos, pues muchos son deportados y a sus compañeros, cuando los encuentran en el recorrido, les avisan que en El Ahorcado, Pedro Escobedo, hay una mujer que les da de comer.

Indica que muchos migrantes se quedan a vivir un tiempo, trabajando en el campo, en las construcciones, o porque “encuentran a alguna muchacha”. Así le sucedió a una de sus hijas, quien vivió con un ciudadano salvadoreño durante 12 años y con quien procreó dos hijos.

Recuerda que otro migrante, quien encontró empleo en una fábrica de El Ahorcado, un día fue llevado por otra persona con ella, para que le diera de comer, pues se alimentaba solo de comida chatarra. Señala que tiempo después enfermó de leucemia, y tuvo que llevarlo a un hospital, diciendo que era su sobrino, para que pudiera recibir atención médica. Poco tiempo después se dio su aprehensión y el joven murió solo en el hospital.

Sin embargo, dice que no todo ha sido malo, pues otro migrante que se casó en la comunidad y tiene hijos, le agradece el apoyo, incluso a sus hijos les dice que doña Conchis es su abuela.

A veces, agrega, se quedan dos días, algunos sólo descansan unas horas, comen y siguen su camino al norte, incluyendo familias completas, incluso con bebés. Subraya que la gente estigmatiza a los migrantes como criminales, cuando lo único que quieren es una mejor vida para ellos y sus familias.

Doña Conchis, además de darles de comer y un lugar seguro para descansar, es una especie de confidente de los migrantes, quienes le cuentan sus experiencias durante el camino, desde las vejaciones y asaltos en la frontera sur, pasando por los integrantes de la Mara Salvatrucha que los roban en Veracruz, hasta los desprecios y la indiferencia de los ciudadanos.

Dice que gracias a las organizaciones humanitarias que apoyan a los migrantes, puede ver, pues pagaron su operación y así sigue apoyando a quienes buscan una mejor vida.

“Todos tenemos la necesidad, ayudar al migrante. No sólo al migrante, sino al prójimo ayudarlo. Si uno tiene las comodidades y el otro no tiene, ayudarlo”, señala al puntualizar que seguirá ayudando a los centroamericanos que pasen por El Ahorcado.

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