Son muestras de devoción, para dar gracias por los favores recibidos, por una manda que cumplen o por tradición. Cientos de fieles acuden al Templo de La Cruz de rodillas, sin importar el dolor, el cansancio y el sufrimiento físico. La fe los mueve.

Apenas el día despunta, los fieles inician su ruta penitente, desde las avenidas Pasteur y Zaragoza, o algunas variaciones, pues algunos salen de San Francisquito, uno de los más tradicionales y populosos barrios de la capital del estado, comienzan su vía dolorosa hacia el Templo de La Cruz.

Son ayudados por sus familiares, quienes los motivan o sostienen cuando las fuerzas parecen abandonar el cuerpo, pero la fe los impulsa, los levanta. La manda o agradecer los favores recibidos son suficientes para continuar la ruta.

La distancia no es mucha, pero hacerla de rodillas, de subida primero, luego en un adoquinado y llegar hasta el altar del templo es una proeza que requiere fuerza, más conforme pasan las horas y el calor aprieta, pues a pesar del “camino” de cartones y cobijas, el dolor y las laceraciones en las rodillas aparecen.

José Sánchez Vizcaya, tiene 10 años danzando, pero este es el primero, de tres años, que acude de rodillas, pues tiene una manda “a favores recibidos de mi santísima Cruz de milagros que me concedió este año…” Una mueca de dolor aparece en el rostro de José mientras sus heridas son lavadas y desinfectadas por los curas que están dispuestos en el templo para auxiliar a los penitentes que requieran apoyo por las laceraciones en sus rodillas.

Repuesto, José, de 25 años de edad, dice que desde los 15 años es danzante, y que tiene prometido asistir tres años de rodillas a La Cruz. “Fueron dos cuestiones. Una, el papá de mi pareja estaba a punto de fallecer, y gracias a Dios pudo sobrevivir de un infarto, y mi papá tiene diabetes, y le diagnosticaron que ya no iba a poder ver, y afortunadamente pudo recuperar el 60% de su vista. Ya puede valerse por sí mismo”, abunda.

Agrega que otra cuestión por la cual acude tiene que ver con él, pues un día rumbo a su trabajo un automóvil estuvo a punto de chocar contra su vehículo, pero el otro conductor alcanzó a dar el volantazo y se salvó.

Las historias se secundan. Son iguales, pero diferentes. Hortensia Olguín, mujer mayor, dice que desde los 11 años ha acudido en penitencia a La Cruz, con excepción de dos años, cuando estaba embarazada y hasta que se retiró.

Comenta que este año lo hizo con mucha devoción, luego de que se había retirado un tiempo, pero ahora lo hizo a nombre de un hijo que cayó en las adicciones.

Los ojos de Hortensia se humedecen y la voz se le quiebra cuando recuerda a su hijo, de 27 años de edad, por quien hizo el sacrificio. “Este año no debía nada, pero me di cuenta de lo de mi hijo, y yo me aferro a ella [la devoción]. Ya le ha bajado tantito mi hijo, ya no es cada ocho días, ya no es entre semana, ya es cada 15 días, y se me esconde… yo tengo mucha fe. Dicen que la fe mueve montañas, y le dejó su mente y el corazón de mi hijo a ella [a La Cruz]”.

Por su parte, Griselda Bárcenas Suárez, de Lomas de Casablanca, dice, con las rodillas laceradas y sucias, que la penitencia fue porque “la Santa Cruz me hizo el milagro de darle su sanación a mi sobrina, que estaba enferma del corazón, cuando nació hace seis meses”.

Agrega que los doctores diagnosticaron que la menor ya no tiene ningún problema de salud. Tras cumplir con su manda, indica que se siente agradecida con la Santa Cruz por haberle concedido la salud a su sobrina.

Todos tienen una razón para soportar el camino doloroso. Muchos llevan a menores cargando, en señal de penitencia, o como parte del motivo de la manda. Muchos penitentes son jóvenes, pero otros, como Hortensia son mayores y soportan el cansancio, el calor y el dolor.

El camino, cerca de las 10:00 horas, tiene que cambiar para los fieles que avanzan de rodillas. Será la misa para los grupos de concheros que se llevará a cabo en el atrio del templo.

Eso no importa para los cientos de hombres y mujeres que avanzan lentamente entre la multitud que se comienza a congregar en las inmediaciones del templo.

Cada vez que se avanza es doloroso para los fieles. Más al final. Los últimos metros, cuando ya se está cerca del altar, frente a La Cruz de los Milagros, parece una eternidad lo que falta para llegar a la “tierra prometida”.

Rodrigo Rico llega lentamente hasta el altar. Se pone de pie y sale por un costado. Se detiene a donde están los curas limpiando heridas. Espera su turno. Dice que nació en la calle de Ejército República, en San Francisquito, de donde viene de rodillas a La Cruz.

Indica que ya lo había hecho porque su madre y su padre, quienes ya fallecieron, iban en penitencia todos los años.

“También fui conchero, fui danzante, y ahora por ellos [por su padres] lo hice y también por la Santísima Cruz. Cada año vengo a danzar con los concheros, pero esta es la primera vez que vengo de rodillas, por mis papás que ya fallecieron y los extraño mucho. Se los ofrecí”.

También ofreció cargar una cruz desde Querétaro hasta El Tepeyac, en la peregrinación anual al Santuario de la Virgen de Guadalupe. El madero, apunta, pesaba alrededor de 40 kilos, al tiempo que adelanta que el próximo año danzará con los concheros y luego acudirá de rodillas frente a La Cruz de los Milagros.

Los concheros, tras su misa, danzan en el atrio y en las calles cercanas al templo, donde son admirados por los queretanos que aprovechan el asueto adelantado y que pasean por las calles del barrio de La Cruz, cuya fiesta anual terminó ayer, tras cuatro días de danzas, peregrinaciones y penitencias, en diferentes formas de entender la fe.

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