Garibaldi, para casi la mayoría, está asociado con mariachis, música, José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas y amarguras que no son amargas. Pero en Querétaro, Garibaldi tiene que ver con la comida, platillos mexicanos y una buena cena. La música no la ponen los mariachis, ni los grupos de música norteña, ni los tríos. La música corre a cargo de un joven guitarrista que con su instrumento y una bocina iluminada con luces led de colores verde, rojo, azul y rosa, que carga en su motocicleta, interpreta lo mismo canciones de Carlos Santana que de Rigo Tovar.

Garibaldi, junto al mercado de La Cruz, es conocido por los queretanos como el lugar a donde se van a cenar antojitos mexicanos con las tres “b”: bueno, bonito y barato. Ahí, los comensales pueden encontrar desde pozole, birria, barbacoa, enchiladas queretanas, guajolotes, gorditas de migajas, tacos dorados, tacos tradicionales, así como postres como jericallas, flanes, gelatinas, pastel, además de bebidas como jugos, esquimos, malteadas y lo que se acumule.

Al llegar, el visitante o futuro comensal, comienza a percibir con el olfato los diferentes olores de los platillos que se ofrecen. Pozole en el puesto “Doña Vicenta”, que atiende su hijo, Gerardo Monroy Campos, quien recuerda que la tradición de su puesto se remonta a los tiempo de cuando el mercado de La Cruz se ubicaba frente a la Plaza Fundadores.

Pozole, tostadas, tacos dorados, sopes, tamales y atole, es lo que ofrece Gerardo en su local que abre de las 17:00 a las 0:00 horas todos los días, pues el hambre no perdona. “Aquí, en el mercado de La Cruz tenemos 36, 37 años. Antes estábamos junto a la iglesia de La Cruz, en la Plaza Fundadores. El Garibaldi de la noche, cuando se hizo el mercado (actual) no existía. Nada más hicieron lo que era el mercado y después de tres años hicieron la nave de la noche. Nos tocó vender al frente del mercado con unas mesas y unos bancos como tres años”, recuerda.

Los clientes llegan a Garibaldi. Familias completas, parejas, grupos de amigos, de compañeros de trabajo, o solos, pues “para llenar la caja de los pambazos no se necesita compañía”.

Comenta que la venta es mejor de jueves a domingo, además de que el perfil de su negocio es más familiar, pues acuden los padres con sus hijos a cenar, mientras que los puestos de tacos son más para los jóvenes que salen de las fiestas o de los antros y buscan algo para cenar.

Hay clientes, asevera, que acuden con regularidad a cenar, incluso hasta cinco veces a la semana. No todos los días acuden a los mismos puestos, pero de verlos diario se reconocen como clientes frecuentes a este que podría llamarse el templo del antojito.

Agrega que en Garibaldi son 40 puestos, pero son como 25 locales, ya que algunos locatarios usan dos o tres locales para un negocio. Los pasillos lucen atiborrados. La gente busca un lugar en los locales de su predilección. Con esfuerzo se abren paso entre las sillas que flanquean los andadores y que apenas dejan que una persona pase, aunque empujando de uno y otro lado.

“Dos de pastor”. “Un pozole con todo, por favor”. “Una orden de enchiladas queretanas”. “Sale una birria”. “Qué le cobro, patrón”, son frases que se escuchan una y otra vez en los distintos puestos que en el caso de los más nuevos o remodelados, lucen iluminación led y decoración de acrílico fluorescente.

Comensales de todas las edades encuentran satisfacción a sus antojos, ya sea con el eskimo de chocolate o fresa, para calmar la enchilada provocada por la salsa de habanero de la orden de cinco de pastor con todo, o la dulce jericalla de postre, que nunca cae mal después de cenar una birria.

Silvia Ramos vende jericallas, gelatinas, flanes y pays en Garibaldi, desde hace tres años, y dice que los fines de semana es cuando las ventas en el mercado son más altas, al asistir más visitantes. Dulces manjares para los paladares queretanos que acuden a degustar los más suculentos platillos de la capital, y por qué no, de los oriundos de otras entidades, como el caso de Luis Amaya, de Tamaulipas, pero radicado en Querétaro desde hace medio año.

Apunta que como vive cerca del mercado acuden al mismo de dos a tres veces por semana a cenar en los diferentes puestos de alimentos. “Los tacos es lo que más se mueve aquí y lo más rico. Vamos probando poco a poco de todos. Desde el primer día que llegué a Querétaro vine a comer aquí. Es de lo más rico que hay para cenar aquí en Querétaro”.

Como Luis, muchos son quienes disfrutan de las noches cálidas de Querétaro, siempre y cuando no llueva, y el clima lo permita, acudir al mercado. Una cosa importante para los comensales es armarse de paciencia, pues la gran mayoría de locales siempre están abarrotados por clientes y se debe esperar unos minutos para ordenar y que llegue el pedido.

El ir y venir de los clientes es constante y a veces parece no mermar. En el sitio también se encuentran viejos conocidos que intercambian saludos, preguntan por sus familiares, por sus trabajos, sus proyectos y sus intenciones de reunirse “lo más pronto posible”.

El estacionamiento del mercado se convierte en espontáneo sitio de charlas de sobremesa, donde antes de abordar sus automóviles aprovechan para una última anécdota, un último chiste, un último recuerdo de otros tiempos.

En el estacionamiento un par de franeleros, uno de ellos con los pies no muy puestos sobre la tierra, cuidan los automóviles. Otro, un hombre mayor que vende tostadas dulces, “apoya” a los conductores para salir del lugar.

En los alrededores algunos vendedores de rosas ofrecen su mercancía a las parejas. Todos los locales que en el día muestran actividad lucen cerrados, y el entorno, para quien lo conoce luce un tanto extraño y hasta lúgubre.

Adentro, las televisiones en los diferentes locales hacen una mezcla complicada de entender y de prestar atención, pues hay que estar alerta para cuando se acaban los tacos y ordenar otros tantos, “para no perder el vuelo”. Los empleados de los locales no paran. Toma órdenes, destapan refrescos, dan las cuentas y recogen los platos sucios y limpian los lugares para quienes lleguen a ocupar los sitios.

El movimiento no cesa. Entran y salen clientes, se desocupan sillas y se vuelven a ocupar, otras enchiladas, un pozole, una orden de pastor se vuelve a servir. ¿Dieta?, desde mañana.

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