Silencio. La brecha del cielo no perdona descuidos. El camino ondula hacia el horizonte, y al llegar allí, recula, y vuelve a ondular, parece eterna la ruta. Desde las alturas, la cabecera municipal de Pinal de Amoles, con sus tejados rojos, parece un pueblito de cuento, acurrucado por su bosque de pinos. Aquí arriba, la pobreza habita en chozas.

–¿Cuántas personas viven aquí?

–En total seis, ocho contándome.

Habla María Melchor, mujer que nació hace 64 años en “un lugar de más lejos”, situado entre Pinal de Amoles y Jalpan de Serra, municipios de la Sierra Gorda, en la que también nacieron sus antecesores y descendientes. Queretana al 100%.

Pero María sólo ha vivido en casas como la que ahora muestra a EL UNIVERSAL Querétaro, hecha con troncos, piedras, cartones, láminas y otros desechos. Nunca ha tenido un terreno propio, se ha instalado siempre en zonas irregulares.

Su familia está constituida por ella, dos sobrinas adultas y un hijo adolescente, además de cuatro sobrinas nietas; estas últimas sí van a la escuela: “Las niñas tardan una hora en bajar y dos en volver”.

Tiene una queja primordial por externar y es la falta de trabajo: su hijo no logra emplearse y a ella sólo la contratan en una casa, de vez en cuando, para lavar ropa y hacer tortillas.

“¿Para qué quiere las preguntas?”, consulta María, esperanzada en que se le apoye. Agradece la visita a su casa, mientras recuerda que su anterior invitado fue un sacerdote que les cayó de sorpresa. “Vino para confesarnos”.

Agrega que, hace un año, durante las campañas, llegó gente del Partido Revolucionario Institucional (PRI), para regalarle la varilla y los ladrillos que tiene afuera.

María se “disculpa” por no haber podido edificar un nuevo hogar, como le sugirieron los priístas, porque no ha juntado dinero ni para el pasaje del camión que requiere para ir a un hospital del centro de Querétaro, donde tiene qué volver a operarse. “No quedé bien, me duele todo, y no sé cuánto más dure así”, expresa.

EL MÁS POBRE DE TODOS

Situado a sólo 152 kilómetros de la capital, aunque con la vasta carretera serrana de por medio, como si ésta apartara a dos mundos, Pinal de Amoles (de “amolli”, voz náhuatl, que significa “jabón” o “guisado de agua”) es un catálogo de problemas y urgencias.

Entre cañones, parajes, miradores, ríos y cascadas, el municipio acuna las cifras que lo ubican en el primer lugar de pobreza estatal, con 84.6% de la población dividida en dos grupos carenciales: 49.7% en pobreza “moderada” y 34.9% en “extrema”, según el Consejo Nacional de Evaluación a la Política del Desarrollo Social (Coneval).

Interpretando las cifras oficiales de modo inverso, los ricos de la comunidad suman cerca de 342 personas, partiendo de que 1.2% de la población del municipio se considera como “no pobre y no vulnerable”, de entre 28 mil 952 habitantes, que se distribuyen en 242 comunidades, de las cuales 170 tienen “alta marginación”.

Las remesas que envían los pinalenses que se han ido a trabajar a Estados Unidos —además de los que viajan a Querétaro, El Marqués, San Juan del Río o la Ciudad de México— soportan hasta en 60% la economía de una demarcación que no posee ninguna fuente significativa de empleo, más allá del que genera la burocracia de la alcaldía, cuya nómina de 432 personas se ajustó hace poco, para quedar en 400 afortunados, quienes van desde la alcaldesa hasta el sepulturero.

BELLEZA NO APROVECHADA

“Tenemos lugares de los más hermosos del país, pero los tenemos ocultos; no hay acceso carretero, no hay promoción turística, no hay inversión”, expresa José Camacho, dueño de una tiendita y constructor del tercero y diminuto hotel con el que cuenta la cabecera municipal, inmueble que apenas cuenta con dos habitaciones.

“Con mucho trabajo pudimos abrir”, explica y comenta que la economía del lugar subsiste “de milagro” y “pegada con alfileres.”

Camacho lamenta que el número de establecimientos comerciales y de servicios de Pinal sea tan bajo (800 negocios); que la agricultura sea mínima y se oriente a producir maíz y frijol para el autoconsumo; que la ganadería resulte casi nula, con menos de 20 establos, y que se ignore el potencial que tendría la industria forestal, que ahí es casi inexistente. “Es el mundo al revesado, señor.”

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