Muchas personas lo hacen por nostalgia, porque eran de sus padres o tienen buenos recuerdos, otros porque gustan de coleccionar objetos antiguos, y unos más lo hacen por necesidad, por no poder comprar pantallas, pero la reparación de televisores prevalece, afirma Javier Helguera, quien da nueva vida a estos aparatos en el negocio que iniciara su padre hace 57 años. “Nada como lo antiguo”, asegura.

“La gente arregla mucho lo de antes porque han tenido la experiencia de que se les dañaba, lo guardaban, y compraban algo nuevo, y les fallaba, entonces reparan lo anterior y queda perfectamente. Hay gente que manda arreglar aparatos porque era de la mamá, del papá, del abuelo y no les importa en lo que salga, con tal de que se repare”, explica.

Desde el interior de su taller, don Javier tiene una vista privilegiada: el atrio del templo de La Cruz. La misma vista que tenía su progenitor cuando abrió el negocio en 1960.

Al interior de su local hay pantallas LCD, cuyos dueños llevan a reparar, pues de acuerdo al experto, muchas son desechables. También hay varias televisiones que esperan a que los propietarios pasen por ellas pues están listas.

Uno de los aparatos está encendido. La imágen es vívida, clara. Mejor que la que se ve en una pantalla. Los dos aparatos están sintonizados en el mismo canal y la comparación es notoria.

Don Javier recuerda que cuando su padre abrió el taller de reparación no sólo arreglaban televisores, también radios y consolas, estas últimas que, además de servir para escuchar música con mayor potencia y escuchar discos, servían para decorar las salas ocupando un lugar especial en cada hogar, al igual que la televisión, que en una época era el centro en el cual las familias convivían durante horas.

“Hay muchísima televisión que traen a reparar, y como son aguantadoras. Las pantallas son delicadas y salen caras las reparaciones, además de que hay muchas desechables, entonces es preferible reparar la televisión”, dice.

Recuerda que hace 58 años a su padre no le pudieron reparar una televisión. En ese entonces la ciudad era pequeña con poca gente, por lo que decidió estudiar electrónica por correspondencia junto con un amigo.

“Arregló la televisión y como se conocía todo mundo, arreglaba los aparatos sin costo, como hobbie. Entonces luego cuando vio lo que estaba haciendo, con el amigo inició este negocio. A mi desde chico me gustó esto y lo estudié, para prepararse bien y actualizarse, más que nada”.

Sus primeros estudios fueron como los de su padre, por correspondencia, pero luego hizo estudios en el National School, en Los Ángeles, California, de donde se tituló. Todo ello en el convulsionado e histórico año de 1968.

Al fondo de su taller se ven algunas televisiones y radios viejos. El polvo y los años los cubren. Por otro lado, en una mesa se apilan las tarjetas de circuitos, de aparatos recientes, modernos.

En el mostrador media docena de pantallas planas fueron puestas en fila. Otras se ubican en el piso, llenan el lugar. Una más se suma. Un hombre llega manejando una minivan, de la cual baja una pantalla de unas 40 pulgadas. La pone en el piso y habla con don Javier, quien recibe el nuevo aparato.

“Hay muchas marcas ‘patito’ [de pantallas] que son baratas; de 32 pulgadas en 2 mil, 2 mil 500 pesos. Esas ni las recibimos”, sostiene.

Agrega que su trabajo exige estar al día, “como la medicina”, pues cambia la tecnología, tanto en audio como en video. Mucha gente no se actualizó y no puede arreglar pantallas modernas porque desconocen su funcionamiento.

A pesar de la tecnología moderna, el especialista dice que arreglar una televisión es más complicado que una pantalla, pues a éstas últimas sólo tienen que cambiarles tarjetas, muchas sólo tienen una.

Asevera, entre bromas, que las fallas constantes de las pantallas le dan más trabajo, que es bienvenido. Las tarjetas pueden ser económicas o muy caras, desde 400 a 4 mil pesos.

Trabajo constante

Pese a ello, muchas personas acuden con él para arreglar sus televisores, al menos 10 a la semana, y los motivos son variados. “Primero porque no hay medios económicos. Segundo son mucho más aguantadoras y la gente prefiere reparar y se ven muy bien comparándolas con las pantallas, se ven bien con señal de cable”, dice.

Con nostalgia recuerda que uno de los televisores más antiguos que le tocó reparar era un Philco, naturalmente de bulbos.

“Era lo clásico. Todo mundo traía los bulbos a checarlos. Si estaban fundidos se los ponían el mismo dueño y quedaba”, asevera.

Los televisores que están en el taller de don Javier funcionan bien, están listas para usarse. En la zona de La Cruz y San Francisquito hay al menos tres locales, contando el de don Javier, que reparan televisores. En dos comentaron que aún es frecuente que la gente acuda a reparar sus aparatos, a pesar de las pantallas que casi todas las tiendas ofrecen a 12 meses sin intereses y en ofertas especiales en fechas como El Buen Fin y las fiestas decembrinas.

No sólo los televisores encuentran albergue en el taller de don Javier. También radios de bulbos y consolas de audio son llevados por sus dueños para resucitarlos y darles nueva vida.

“Hay gente a la que no le interesa lo que le salga la reparación. Les interesa que salga trabajando, pero ya son muy escasas las refacciones, desafortunadamente, pero si se consiguen, estamos del otro lado”, precisa.

Dice que internet ha facilitado su trabajo, pues las refacciones las puede conseguir en línea, cuando antes tenía que viajar a la Ciudad de México y buscar local por local la refacción que se necesitaba. Ahora por la red es sencillo, pues se hace el pedido de los componentes, se hace un depósito y se espera que llegue por paquetería.

Además, enfatiza, hay coleccionistas que buscan aparatos antiguos y los tienen funcionando, que pagan lo que sea con tal de que funcionen. Grabadoras, videocaseteras, radios, televisores, hay de todo en el mercado, añade, al tiempo que afirma que arregla hasta 95% de los aparatos que le llevan reparar.

Don Javier es optimista sobre el futuro de su negocio. Sabe que tiene trabajo, aunque hay muchos que son desechables y no conviene arreglarlos. “Hay muchos DVD que valen 300 pesos. Se descomponen y hay que tirarlos, se acabó la garantía. Hay que tirarlo, porque sale más cara la refacción que el aparato”.

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