Las madres centroamericanas que diariamente cruzan por Querétaro para llegar a la frontera, sueñan con un mejor futuro para sus hijos; el temor a exponer a sus pequeños en el viaje se disipa con la esperanza de encontrar mayores oportunidades económicas en Estados Unidos; decenas de familias viajan diariamente con la misma intensión.

Sobre los vagones del tren, las mujeres resguardan a sus hijos para emprender el largo trayecto; los menores, que en su mayoría no superan el año de edad, aguardan con sus progenitoras en el ferrocarril, mientras que los esposos o compañeros de viaje descienden en busca de alimento para los niños.

Mujeres que no superan los 25 años de edad son las que mayormente deciden dejar su país junto con sus hijos; todas coinciden en que las precarias condiciones económicas de Centroamérica y la inseguridad, son motivos suficientes para arriesgarse a cruzar la frontera, aún con el peligro que implica transitar con los pequeños.

Francis es una madre de Honduras que viaja con dos hijos, una niña de 11 meses de edad y otro pequeño de cuatro meses de gestación que lleva en el vientre. Ella es madre soltera y asegura tener la fortuna de coincidir con acompañantes hondureños que le han protegido y proporcionado alimentación, cuando logran obtener el apoyo de los mexicanos en las breves pausas que hace el tren en su trayecto.

Sobre la estación de Viborillas en territorio queretano frena el tren con centenares de migrantes; más de cinco madres coinciden en el trayecto y reciben apoyo de voluntarios de la Estancia del Migrante “González y Martínez”, hace más de tres años que esta asociación incluye dotaciones de pañales y leche para allanar el trayecto.

José Manuel Uganda viaja sólo, es uno de los centroamericanos encargados de buscar alimento para los niños; junto con otros hondureños han acordado resguardar a las madres migrantes para evitar que sean víctimas de la violencia en su paso por México.

Norma Virginia viaja con su esposo y con sus hijos Niricha y José Mario, quienes se arriesgaron a cruzar México hacia Estados Unidos, pues piensan que la violencia en este territorio no se compara con la de su país de origen.

“En Honduras hay pobreza y delincuencia, queremos un mejor lugar para vivir con nuestros hijos, no me da miedo viajar con ellos, mi esposo me acompaña y Dios está con nosotros”, dice la madre al lado de sus hijos de tres y cinco años.

Entre los vagones del tren apenas se ve a un menor, resguardado por su madre que omite dar su nombre. Confiesa que el pequeño no supera los cuatro meses de edad; ella es una de las madres más protegidas del trayecto, aseguran sus acompañantes de travesía.

De acuerdo con Martín Martínez, fundador de la Estancia del Migrante González y Martínez, anualmente llegan a viajar hasta 15 mil niños centroamericanos, varios de ellos han perdido a sus padres en accidentes fatales y buscan la protección de otros adultos que viajan entre los vagones del tren.

Explica que la presencia de familias migrantes se ha incrementado en los últimos años, siendo las mujeres las más vulnerables a la violencia del país.

Para marzo de este año, la Estancia del Migrante proporcionó apoyo médico a una centroamericana embarazada que fue violentada por delincuentes mexicanos que subieron al tren para extorsionar a los migrantes.

La presencia de los voluntarios de la Estancia del Migrante en las vías férreas ha permitido disuadir los abusos a los que son propensos los centroamericanos por oficiales de policía, vigilantes de las estaciones de ferrocarril y grupos vandálicos, aseguró Martín Martínez, quien destacó la importancia de esta asociación para proteger a los centroamericanos.

“Esta es una de las ventajas de nuestro trabajo: al estar presente en las vías, las personas no se atreven a agredir a los migrantes, esto beneficia a las familias que viajan en el tren, por eso luchamos por permanecer en Tequisquiapan, si la gente no se sensibiliza al ver a los niños y mujeres en el tren, no habrá esperanza para los migrantes”, expresó Martínez.

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