“Es un oficio que escuchas, pero no ves”, dice Josué, joven de 20 años de edad, quien desde hace cinco años es campanero en el templo de La Cruz y algunos otros de la ciudad, en donde además de tocar las campanas, les dan mantenimiento.

Pasado el mediodía, Armando Josué Matehuala González llega al templo de La Cruz. Como cualquier joven de su edad, viste cómodamente: camiseta, jeans y tenis. Carga una mochila con sus objetos personales.

Explica que tiene casi cinco años de campanero: “Nunca pensé que iba a tocar las campanas. Una ocasión uno de mis cuñados me invitó a tocar las campanas en la parroquia de Hércules. Se me hizo muy fácil, porque en esa parroquia las campanas son muy chicas. Al siguiente fin de semana, me invitó al templo de La Congregación y de ahí me empezó a gustar”.

Señala que en La Cruz existe un grupo de 30 campaneros que se encargan de llamar a los diferentes servicios religiosos en los templos de La Cruz, La Congregación, Santiago y San Francisquito, todo de manera voluntaria, ya que al menos en su grupo no se cobra un centavo; indica que hay otra agrupación que cobra por el trabajo.

“Hay mucho compañerismo entre los chavos que estamos, nos echamos la mano cada uno, más que nada en las festividades que se presentan. Nos llenan de felicidad las fiestas que se presentan en La Cruz. Nuestra mayor fiesta en La Cruz es la de Las Danzas, el 13 y 14 de septiembre. Es lo que nos llena de felicidad, estar todo y estar ayudándonos”, apunta.

Dice que hay distintos tipos de llamado con las campanas, pues no es lo mismo llamar para las misas dominicales que para una misa de difunto, en donde el toque es más lento; incluso, hay una campana especial que repica en las primeras comuniones.

“El tipo de llamadas para misas son a la media hora [antes de empezar], al cuarto y a la hora”, asevera.

Explica que hay tres tipos de campanas: la grande, que se toca de lado a lado y es la clásica imagen que se tiene de las mismas; en tamaño le sigue el esquilón, que tiene un contrapeso para girar y es pesada, y la esquila, también con contrapeso pero más ligera.

Ser campanero no es la única actividad de Josué, pues además trabaja en una tienda de autoservicio y estudia la carrera en Ciencias del Deporte.

Explica que sus mismos compañeros y amigos, tanto de trabajo como de escuela, saben a qué se dedica, por los videos y fotos que comparte en sus redes sociales. Incluso a llevado a amigos a que aprendan este oficio, pero sólo dos se han quedado.

Su familia suele preguntarle si no es peligroso el trabajo o qué se pone en los oídos para no escuchar tan fuerte las campanas: “Iniciando me ponía tapones, pero ahora, como te acostumbras a tanto ruido ya ni siquiera las oyes. Es como mi pasatiempo. A la vez, cuando vengo enojado o triste, toco las campanas y libero el estrés”.

Comenta que la mayoría de los campaneros son jóvenes, pero los más grandes les inculcan parte de sus conocimientos, aunque “esto es de llegar y aventarse. Hay algunos nuevos que llegan y les hacemos entender cómo es y cómo tocar las campanas”.

Señala que en el grupo hay niños de 10 u 11 años, a quienes les enseñan cómo tocar las campanas y llegan con muchas ganas, lo que agradecen.

Dice que invitan a muchas personas pero son pocas las que acuden, ya que creen que se tiene que estar necesariamente vinculado con la iglesia, lo cual no es cierto.

Precisa que en su grupo no hay mujeres y no por una situación de discriminación de género, sino por una cuestión de seguridad, ya que no es sencillo y tiene su dosis de peligro.

“Somos puros hombres. Que conozca, en el templo de Santiago hay una mujer campanera, pero de ahí en fuera, no. No es por despreciar a la mujer. No dejamos subir a las mujeres por el peligro que se corre, es más bien por seguridad. Nos han pasado accidentes, apenas seguimos. Son roces de campanas que te pegan en los brazos. Hubo un compañero que en unas fiestas, se distrajo y uno de los esquilones le pegó en la cabeza. Son accidentes que nos llegan a pasar, aunque los campanarios están rodeados de barandales”.

Ser campanero no es sencillo y las complicaciones se dan desde el momento de subir a los campanarios. En el caso de La Cruz, se sube por una escalera angosta de metal, por la que se llega desde la zona del coro del templo, en donde también hay unos gallos, que sacan a pasear en las fiestas de Hércules, La Cañada y El Pueblito, y que los mismos campaneros hacen.

Llegar a la parte más alta del campanario tiene su recompensa. La vista de la ciudad es espectacular. Desde lo alto de La Cruz, para donde se vea, el paisaje llena la vista. Hacia atrás del templo se observan Los Arcos, que si se ven desde cierto ángulo quedan entre dos de las torres de La Cruz.

Hacia el otro lado, se ve la ciudad de Querétaro, con el templo de San Francisco destacando por encima de las otras edificaciones. Un poco más lejos, se ve el “esqueleto” de acero de un edificio que se construye.

Josué sonríe. Está acostumbrado al paisaje, aunque tampoco deja de maravillarse por el espectáculo que es la ciudad de Querétaro desde las alturas. El viento frío sopla y pasa por el campanario, mientras explica que ellos mismos son quienes les dan mantenimiento a las campanas.

Por ejemplo, menciona, cuando una campana presenta una cuarteadura se manda refundir para hacer una campana nueva. Lo campaneros son quienes se dan cuenta de la necesidad de cambiar las piezas, cuando eso pasa, les avisan a los sacerdotes, quienes dan el visto bueno para mandar refundir la campana.

Aclara que todas son las originales del templo, pues el metal es lo que se utiliza. Cada campana que ha sido refundida muestra un grabado del año en que ocurrió la reparación. La más reciente, en 2014, fue un esquilón.

Entusiasmado, Matehuala González indica que también ellos reparan los cables de los badajos de las campanas, que se forran con cuero de vaca y se cambian cada tres meses en promedio, cuando el material se hace duro y la campana ya no tiene el sonido adecuado, el cual varia de acuerdo a cada campana y su tamaño.

Sin embargo, tocar campanas no es la única actividad que llevan a cabo los campaneros de La Cruz, pues también son los encargados de encender los cohetones en las fiestas, para lo que tienen una batería en la parte posterior, lo que conlleva su dosis de riesgo.

Recuerda que en una ocasión encendieron los cohetones, pero uno por desgracia no salió hacia arriba e impactó en una de las dos campanas grandes, por lo que todos se arrojaron al piso ante el estruendo del fuego artificial que no encontró camino.

“Aparte de cómo explotó todo el eco de la campana. Esa vez sólo vimos cómo entró y pegó en la campana. Nos tiramos todos al piso, porque fue un golpe muy fuerte. Salió chueco y pegó en la mera campana, con mucha fuerza”, abunda.

Precisa que en las fiestas patronales pueden durar hasta tres horas tocando las campanas, como es el caso de las fiestas de septiembre, cuando los grupos de concheros arriban a La Cruz, siendo además un espectáculo emotivo desde arriba del templo, a pesar del desgaste físico que presentan.

Añade que, actualmente, con excepción de los niños, en los jóvenes no hay mucho interés por aprender a ser campanero, pues no les atrae.

No obstante, espera que no desaparezca la tradición de los campaneros en Querétaro, que con sus diferentes repiques avisan a la gente por quién doblan las campanas.

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