La Antigua Estación del Tren, entregada durante la administración de Francisco Domínguez Servién como alcalde de la ciudad de Querétaro, es uno de los atractivos turísticos de la capital. Su fachada y sus interiores, con sus androides que explican la vida cotidiana en la misma hace más de 100 años, son visita obligada. Sin embargo, más allá de la estación, a menos de 100 metros se respira otra realidad, donde la inseguridad, marginación y drogadicción son el diario vivir.

Acceder a este mundo se hace a través de la calle de Invierno. Las fachadas de papelerías, misceláneas y fruterías parecen sacadas de una foto antigua, de las décadas de los años 50 o 60 del siglo pasado.

En la parte posterior de las oficinas de la empresa Kansas City Southern el panorama cambia. Algunos hombres beben sus Victorias en la calle, mientras a unos metros pasa una joven mujer con un menor de no más de cinco años de edad.

Adentrarse en las vías es una experiencia diferente. El olor a excremento y orina invade el aire. Las lluvias de días anteriores y el sol del mediodía provocan que esa mezcla de olores sea aún más penetrante y que “pique” en las fosas nasales.

A unos 80 metros del cruce de las vías con Invierno, hay un grupo de jóvenes bajo un vagón de ferrocarril pintado de azul y con un tinaco para agua en el techo, señal de que fue usado como vivienda, aunque actualmente esté desocupado.

Uno de los muchachos pide agua y algo de comer. Otro, para reforzar la petición, dice que no han comido nada. Un tercero apura a inhalar “la bachita”, para luego pasarla al joven que pidió agua, quien con ansiedad la toma y da un fumada profunda.

Una joven, de no más 20 años de edad, oculta su rostro y se levanta, negando cualquier vínculo con los tres muchachos, mientras se aleja dos pasos. Un quinto joven, quien se identifica como hondureño, pide unas monedas para comprar algo de comer o de beber.

El último, tiene el dedo meñique de la mano derecha dislocado, aunque no hace muecas de dolor o incomodidad. Agrega que quiere llegar a Estados Unidos, para tener una mejor vida. Tras mes y medio de viaje, añade, no puede llegar a su destino.

Las casas que se encuentran a espaldas de la Antigua Estación del Tren, del otro lado de las vías, son de materiales precarios, como láminas de cartón, madera y tablas; algunas, las menos, son de ladrillo.

Las bardas perimetrales son tablas, puestas un lado al otro para proteger las propiedades de los intrusos.

Defensa que se refuerza con dos o tres perros por vivienda, que ladran sin parar a los extraños que se acercan.

En una vivienda un adolescente tiende una toalla al sol. Dice que en el vagón que está junto a su casa vivía alguien, pero hace mucho no ve a nadie, a veces los fines de semana se ve algo de movimiento, pero nada más.

Caminar por las vías se torna complicado. Las piedras, de color negro, tienen bordes filosos que amenazan con terminar con el calzado de quienes por ahí caminan.

A los lados, hay veredas hechas a fuerza de pasar por las personas que ahí radican o que toman un atajo para llegar a las colonias Los Alcanfores y El Tepetate.

Una mujer apura el paso y agacha la mirada al pasar junto a un extraño, a quien da las “buenas tardes” más como defensa que por cortesía, pues el lugar es inseguro para quienes pasan por ahí o es su camino diario a casa o al trabajo.

Del otro lado de las vías, dos guardias de seguridad de Kansas City Southern hacen sus rondines por una de las bodegas de la empresa. Dicen que está prohibido el paso al lugar, aunque en el caso de los adictos y los migrantes no los detienen.

Señalan que hay gente que vive en vagones del tren, pero que son empleados de la misma empresa y que se dedican a reparar las vías cuando hay algún desperfecto.

Una grúa amarilla se ubica ahí, como testigo de que se hacen reparaciones, aunque de momento sirve para que dos jóvenes observen desde arriba el movimiento de los elementos de seguridad.

La bodega que vigilan tienen el mismo estilo arquitectónico que la Antigua Estación, con paredes de adobe y techo de tejas de dos alas. Sin embargo, está descuidada, con basura alrededor y hierba que crece entre las vías que hace mucho no se usan.

Un par de carros cisterna, que en otra época, antes de que el óxido hiciera su labor, eran negros, lucen abandonados. A los lejos se ven un par de casas de lámina de metal, ropa en un tendedero delata presencia humana en la misma.

Otro vigilante de la ferroviaria, adulto mayor, quien no revela su nombre, comenta que la zona es insegura, ya que algunos habitantes de las colonias cercanas suelen asaltar a los transeúntes que pasan por el lugar.

Indica que está prohibido el paso a personas ajenas a la empresa, pues son terrenos de la empresa Kansas. No obstante, los vecinos pueden pasar sin problemas. “Los conocemos y sabemos que viven aquí, pero a los extraños los roban”, dice a manera de amenaza.

Una mujer, de unos 65 años de edad, camina apresurada con una niña y un niño rumbo a las viviendas que se ven a lo lejos. Lleva una bolsa de mandado con algunas verduras y frutas. Agacha la cabeza y se aleja.

El vigilante clava la mirada en la dirección que se fue la mujer con los menores y menciona: “Este lugar es inseguro. La policía nunca viene por acá, a menos de que les hablemos. Hace poco mataron a dos chavos”.

Señala que los elementos de la Gendarmería, quienes se ubican en Santa María Magdalena, a escasos cuatro kilómetros del lugar, rara vez vigilan esa zona; a menos, también, que se les llame por algún incidente”.

La mayoría de las viviendas alrededor de la estación Antigua Estación del Tren son ocupadas por empleados ferroviarios, quienes las aprovechan, ya que no pagan renta, luz y agua, aunque ello implique que los trenes pasen frecuentemente e interrumpan descansos y horas de sueño.

Tres jóvenes, vestidos con sudaderas y portando mochilas en la espalda, caminan a un costado de las vías. Son migrantes, quienes no se aventuran a dejar las vías del ferrocarril, ya que su objetivo no es permanecer en Querétaro, sino seguir a la frontera, donde esperan llegar pronto.

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