Fue el vigésimo día de campaña el que utilizó Roberto Loyola Vera para recorrer una vez más diversas zonas de la ciudad, ello con la intención de que la ciudadanía que no ha podido acceder a sus propuestas tenga una idea de lo que busca como candidato a la gubernatura de Querétaro en sus pretensiones por “impregnar una nueva actitud a la forma de gobernar”.

Fue en la colonia San José El Alto donde el aspirante tricolor acudió a saludar a los ciudadanos, que le recibieron con aplausos al recordar que fue en la comunidad Rancho el Quemado donde, en su momento y como alcalde, Loyola Vera trajo los servicios básicos a la región. Fue así que una señora pidió el micrófono para poder cantarle un corrido al candidato, haciendo alusión a su trabajo como alcalde capitalino.

Aunque el aspirante al poder Ejecutivo se demoró en arribar al lugar poco más de 40 minutos por haber dedicado más tiempo de lo previsto a los locatarios del mercado Mariano Escobedo, esto no evitó que fuera arropado al son de banderas de porras, danzantes, banderas multicolor e inclusive un banquete de carnitas, frijoles y arroz.

Mientras el sol caía, el revuelo de las más de cinco mil personas que se dieron cita se hacía presente y la música que sonaba de fondo con las melodías tradicionales de la cultura mexicana ensordecían el recinto. Eso sí, interrumpidas constantemente por los gritos estruendosos de las señoras alentando al candidato por sus éxitos logrados en los tres años anteriores, entre ellos el de 2014, cuando Loyola Vera se dio cita en aquel mismo paraje para colocar por primera vez electricidad.

Al más puro estilo de un invitado que arriba a una fiesta, Loyola se introdujo en el sitio saludando a la gran mayoría de las personas, algunos de mano y respetuosamente; mientras que un contingente se abalanzó sobre él con la intención de tomarse una foto o estrechar su mano.

Aunque acudió acompañado de otros candidatos a ocupar cargos de elección por parte del tricolor, fue Loyola fue quien se llevó las palmas de todos los presentes, pues cada que su nombre era presentado (ya fuera por el maestro de ceremonias o por el resto de la línea de honor) el lugar retumbaba al unísono.

“¡Loyola! ¡Loyola! ¡Loyola!”.

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