¡Partido político dividido, está perdido! En Querétaro se tienen varias experiencias que confirman esta regla. Se ha dado en el PAN y en el PRI. En este último no han entendido la máxima, por eso perdieron de calle las últimas elecciones federales, estatales y municipales.

El PRI perdió la elección presidencial de Enrique Peña, la senaduría con Enrique Burgos, diputaciones federales y no se diga locales, presidencias municipales y la gubernatura.

La última vez que los priístas trabajaron unidos fue en 2009, con el arribo de Pepe Calzada. En esa ocasión todos los grupos –marianistas, burguistas, chuchistas e incluso camachistas– se unieron en pro de su candidatura, con el compromiso del mismo candidato de sumar a todos a su proyecto, lo que al final no aconteció.

Desde entonces, los advenedizos se hicieron del poder, rechazaron a muchos que trabajaron en la campaña. Llegaron de otros lares para agrandar las diferencias, hasta panistas se “treparon” al triunfo, quedándose con secretarías.

Y así, durante el sexenio de Calzada, no hubo el menor interés en sumar y cohesionar al priísmo queretano. La contundente prueba fueron los seis presidentes del Comité Directivo, lo que creó mayor división, desilusión y traiciones.

Ningún dirigente pudo consolidar liderazgos en municipios, mucho menos en la capital. Se rompieron plazos de renovación, hasta presidentes apócrifos fueron apuntalados y después removidos, con aquello de los delegados en funciones de presidentes ya no hubo seriedad ni compromiso en las acciones del PRI.

Al final del mandato, sin merecimiento alguno, José Calzada impulsó al perdedor de Juan José Ruiz Rodríguez, quien inicialmente se acercó a viejos liderazgos y priístas con reconocida trayectoria, prometiéndoles su inclusión en actividades partidistas para sumar a todas las generaciones; así lo dijo en su toma de posesión. Sin embargo, como fiel alumno de la mentira, hizo honor a la trayectoria de derrota, no sólo no los incluyó, los relegó por completo.

Una vez que su “pequeño grupo” se hizo del debilitado poder del PRI, con la oficialidad que el cargo otorga, JJ ha hecho los amarres para que no se incorporen viejos priístas o aquellos identificados como “oposición” a los Pepe-Boys.

Primero se apoderaron de las secretarías y delegaciones. El delegado del CEN se ajusta a la línea nacional, apoya institucionalmente a la dirigencia estatal, a pesar de las mediocridades en el desempeño de un partido de oposición.

Vino la renovación del Consejo Político, se sacudieron a los consejeros incómodos para acomodar a los “juniores” que desconocen al PRI, pero les garantizan alzar la mano. Siguieron los órganos internos, como la Comisión Política Permanente, en donde nombró JJ a hermanos y matrimonios, ante la desconfianza de militantes. No quiere sorpresas en un futuro. Pretende garantizar elecciones perdidas para 2018.

Con la “renovación” de consejos municipales se ha visto de manera burda la exclusión de priístas ajenos al “grupo perdedor de elecciones”. JJ no cumple acuerdos. Se reúne con liderazgos, acuerda inclusiones y al final excluye.

Ejemplo claro fue la reunión del 15 de noviembre, con Ángel Rojas, Jaime Escobedo, Carlos Rentería, Pancho Pérez, Lolita de la Torre, Rosalba Balderrama, Ricardo Ortega, Rubén Galicia, el incondicional y traidor Juan Carlos Arreguín –en representación de JJ– y Concepción Sicilia. El acuerdo era que el consejo se integraría con 300 priístas, cada grupo con una cuota.

Integraron la planilla con la representación territorial 150 militantes. La segunda reunión fue el 24, para revisar el listado. Acudió Ángel Rojas, Erick Osornio, Abigail Arredondo, Ricardo Ortega, Tito Pedraza, otra vez Arreguín y Sicilia. Arreguín los condicionó a darle espacios al CDE, de lo contrario no habría acuerdo.

El plazo para registrar la planilla de “unidad” venció el 28 de noviembre y JJ registró “su planilla” sin tomar en cuenta los acuerdos. Incluso Roberto Loyola se molestó. Conclusión, la división en el PRI se profundiza.

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