La realidad existe pero el sentido que le damos a los hechos depende del discurso. Y al mismo tiempo, la realidad se puede construir a partir de las acciones motivadas por un relato.

Un terremoto puede ser un castigo divino o una señal de la tectónica de placas. El terremoto es el mismo, pero el significado que se le atribuye varía según la narrativa con que se mire.

Las narrativas políticas, para cobrar fuerza, deben tener un asidero en la realidad, de lo contrario son relatos que fácilmente se desgastan y se desechan.

Así, hacer narrativas políticas no es inventar cuentos. Esta actividad política es asignar roles narrativos a los actores sociales y atribuir significados a los hechos.

El mejor relato político es aquel en el que se plantea un conflicto a partir de hechos observables y comprobables. Estas verificaciones, por supuesto, no son del mismo rigor que las esperadas en la generación de conocimiento científico.

Pongamos de ejemplo a la violencia en México. El número de homicidios dolosos, sexenio por sexenio, está ahí. Es verificable y es un dato construido de forma colectiva a partir de la actividad de las fiscalías y procuradurías estatales.

Los actores políticos pueden generar una narrativa en la que se afirme que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es el sexenio con más homicidios dolosos de los últimos 40 años. Es un dato es verificable. Los hechos están ahí, basta con hacer la sumatoria de lamentables decesos.

Sin embargo, con los mismos datos, desde el oficialismo, se puede decir que la acción del gobierno contuvo la espiral de violencia que se desató en los sexenios de Calderón y Peña Nieto.

Sí, el de AMLO es el periodo con más homicidios y al mismo tiempo es el gobierno que ha logrado disminuir en 20% el número de homicidios respecto al inicio del sexenio.

Los datos están ahí y los mismos datos soportan ambas afirmaciones discursivas.

En ambos casos se pueden emplear las afirmaciones como sólidos bloques para la construcción de un relato político.

Sin embargo, la tentación de hacer relatos que no estén correlacionados con los hechos es grande, porque una narrativa poderosa es capaz de movilizar a millones.

Hay algunos “cuentos” que pueden ser verosímiles, que pueden motivar la acción de la sociedad, pero que no pasan la prueba de la verificación factual.

Para un político que domina la dialéctica narrativa es muy tentador usar relatos fantásticos para dirigir los hechos. Inventar enemigos formidables, cataclismos venideros para generar miedo, torcer la voluntad del ciudadano y construir un estado de cosas, una mayoría democrática.

Las narraciones políticas son un fenómeno dialéctico. Sirven tanto para describir y como para construir la realidad.

Al final, las narraciones fantasiosas se combaten igual que los rumores: con información verificable anclada en la realidad.

Consultor, académico y periodista

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