En días pasados, se cumplieron 67 años de la muerte de Plutarco Elías Calles, uno de los personajes más importantes y controvertidos de nuestra historia. Como ocurre con frecuencia con personajes como este, los análisis sobre su personalidad suelen verse más o menos sesgados por la pasión con la que se les enfoca. En este sentido, debo confesar que tengo gran admiración por su obra, y que su biografía además, me resulta muy atractiva por varias razones: me intriga la forma en la que un profesor nacido en el lejano estado de Sonora del último tercio del siglo XIX, se transformó, primero en revolucionario y después en estadista. Me llama la atención la sensibilidad, inteligencia y astucia del hombre que logró congregar a un grupo variopinto y ambicioso de revolucionarios en torno a un sistema político de pesos y contrapesos y así suplir a los movimientos armados como instrumento para dirimir las controversias de un país que a cien años de su independencia no había logrado cuajar su vida institucional. Me atrae la historia del hombre que a través de la fundación de un partido político, en realidad logró instituir un sistema que gobernó a nuestro país durante 71 años del siglo XX.

Me interesa el estudio de la personalidad de quien hirió de muerte al caudillismo tradicional mexicano, y todavía más, la forma en la que lo hizo; es decir, a través de un pacto político que tuvo como principal propósito el tránsito de nuestra caciquil y agitada vida política hacia un sistema de instituciones que paradójicamente lo colocó como el último caudillo, y por esa misma razón, garante de un sistema con vida propia que acabó devorándolo también a él. Este último hecho constituye la prueba de la extraordinaria eficacia de su cometido.

Si se hace énfasis en el ser humano, se descubre detrás del recio general revolucionario a una personalidad que lo contrasta. Su correspondencia rebela a un personaje todavía más atractivo. Las cartas del general Calles desentrañan a un hombre cortés, tenaz y muy disciplinado que se expresa con esmerada pulcritud. Para muchos podrá parecer insólito, pero Plutarco Elías Calles era muy afectuoso con sus amigos y se los decía con todas sus letras. La comunicación epistolar que sostenía con ellos solía rematarla con frases afectuosas, como esta que constantemente intercambiaba con Álvaro Obregón: "tu amigo que te quiere". Sus cartas nos muestran a un hombre mesurado, reflexivo y sensato. En ninguna se aprecian rasgos de odio o venganza; ni siquiera durante el exilio. Al contrario, es en esa etapa de su vida cuando muestra una profunda consciencia de la condición humana y deja ver un espíritu fuerte y sosegado ante el infortunio. En algunas de ellas, se muestra bromista con sus amigos, e invariablemente amoroso con sus hijos y nietos.

De los trabajos biográficos que existen sobre Calles, destaca el realizado por el historiador Carlos Macías Richard. Su investigación abarca desde su nacimiento en 1877 hasta el año 1920, cuando el grupo de los sonorenses encabezado por Álvaro Obregón se afianzó en el poder político e inició propiamente la llamada postrevolución. Lamentablemente, el historiador no ha publicado el estudio de los últimos veinticinco años de vida de don Plutarco, los cuales coinciden con su período de mayor vinculación con el poder; la organización del sistema político mexicano; y el ocaso del estadista.

Hay quienes consideran que no ha transcurrido suficiente tiempo para que las reflexiones en torno al Gral. Calles se realicen sin desviaciones emotivas que desfiguren el análisis. Y es que su caso presenta complicaciones adicionales por dos hechos significativos: haber fundado al PRI, y su vinculación con la Cristiada, uno de los conflictos más sensibles de nuestra historia reciente. Sin embargo, me parece que el estudio de su vida, obra, aciertos y errores, puede ser de gran utilidad para México justo cuando los tiempos políticos de hoy nos ofrecen atractivos y esperanzadores vientos de reforma.

Analista político

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