El domingo se llevó a cabo el segundo debate por la presidencia de la república. Las candidatas y el candidato contendientes aprovecharon el espacio para dar a conocer sus propuestas sobre temas de gran importancia en el país: infraestructura, combate a la pobreza, desarrollo económico y protección al medio ambiente.

El debate estuvo más activo que el anterior, con un formato más abierto y dinámico. Existió mayor retroalimentación entre los participantes y se dio la oportunidad de conocer, de primera mano, las inquietudes o preguntas de la ciudadanía. De igual forma, los moderadores mostraron un perfil reservado, profesional y ecuánime, manteniendo, en la medida de lo posible, el orden en las intervenciones y una participación equitativa de todas las opciones.

Una vez finalizado el ejercicio, la pregunta obligada es: ¿quién ganó el debate?

Me parece que la respuesta depende, en gran medida, de cuál era el objetivo que perseguía cada candidatura.

En el caso de Máynez, su estrategia está muy definida en cuanto a buscar el voto de las juventudes y los padres primerizos. Su insistencia en la justicia transgeneracional, el mostrarse como la opción del “futuro” y de priorizar el cuidado y protección de la niñez, muestran con nitidez qué es lo que busca conseguir en este proceso electoral. Al final de cuentas, me parece que hizo un buen ejercicio, aunque no tenga posibilidades de ganar la contienda, pues según las últimas encuestas, su preferencia de voto ronda el 4% del electorado.

La candidata de la oposición, Xóchitl Gálvez, se vio más suelta y relajada. Su preparación fue indiscutible. Además de ser clara en sus planteamientos, fue contundente en los cuestionamientos al actual gobierno y a su candidata. Vimos a una Xóchitl más audaz, echada para adelante, convencida que puede ganar la elección y que tiene los elementos para conseguirlo. En comparación con el debate anterior, fue más espontánea, libre y dinámica. Se le vio fuerte, supo medir los tiempos y colocar los “golpes” a su opositora en los momentos adecuados. Me parece que su ejercicio fue muy gratificante.

Respecto a la candidata del partido oficial, como era esperarse se mantuvo firme en su posición, no tenía mucho que arriesgar. Su estrategia estuvo muy definida: defender como sea el gobierno de la 4T. Sin embargo, en ese afán de quedar bien con su gran elector, descuidó impulsar sus propios atributos, especialmente, responder a los múltiples cuestionamientos que le acomodó Xóchitl. Tal vez sus asesores le recomendaron que no contestara esas acusaciones y que evadiera las preguntas, pero lo cierto es que, ante tantos cuestionamientos sin responder, su credibilidad se fue mermando, al grado que ahora la apodan como la candidata de las mentiras.

Considero que, si valoramos el triunfo del debate en torno a la estrategia que cada candidatura forjó, sin duda, quien ganó este ejercicio fue Xóchitl, pues consiguió su objetivo, que era desacreditar a su contrincante, exhibiéndola y arrinconándola contra las cuerdas. Llegó un momento en que fueron tantos cuestionamientos, tanto de temas personales como de su gestión como jefa de gobierno, que la candidata oficialista optó por dejarlas pasar. “El que calla, otorga”.

¿Qué imagen de ella se habrá quedado en el colectivo? Eso será algo que iremos conociendo en las próximas semanas, cuando salgan los primeros resultados de las nuevas encuestas. El debate dejó un buen sabor de boca. Veremos sus efectos en lo que sigue la contienda.

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